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¡Atrápame esa helvética!

La historia visual de los últimos sesenta años. De la revolución industrial a la revolución digital.

Señala el diseñador gráfico Jens Müller en la introducción del libro Graphic Design «una persona que entrara en un estudio de diseño en la década de 1980 y no regresara hasta diez años después pensaría, en esta segunda visita, que había topado con otra profesión distinta». Bajo una mirada minuciosa y exhaustiva el diseñador Jens Muller y el editor Julius Wiedemann recorren la historia del diseño gráfico contemporáneo a lo largo de los últimos sesenta años, la transformación de una disciplina y una profesión desde la llamada era industrial a la revolución digital. Despues de un primer volumen estudiando las primeras décadas del siglo XX, los dos especialistas se introducen en los años sesenta marcados por la autoridad e influencia del diseño suizo que se extendería por todo el mundo, ahora ya bajo la etiqueta «El Estilo internacional». Nombres como Paul Rand, Oti Aicher, F.H.K. Henrion o desde una mirada más lejana, el japonés Yusako Kamekura, marcarán con sus trabajos la disciplina gráfica.

A estos primeros años de «estilo internacional» se sumarán a mitad de la década de los sesenta «un innovador vocabulario visual con una importante carga emocional que desafiaba todas las convenciones previas» en palabras del diseñador gráfico Jens Muller. Es el momento en que la disciplina gráfica bajo las atmósferas musicales del jazz, el rock y la música pop, produce un nuevo paisaje estético «que surgió en la subcultura occidental pero que no tardó en hacerse un hueco en la cultura de masas». Década por década Graphic Design analiza los nombres que hicieron posible la revolución gráfica como el diseñador norteamericano de origen vienés, Henry Wolf, director artístico de publicaciones como Harper´s Bazaar y Esquire creando la revista Show que a pesar de su efímera vida comercial marcaría con sus portadas el diseño contemporáneo. O el diseñador y fotógrafo Red Miles con sus trabajos gráficos para el sello discográfico Blue Note, una extraordinaria combinación de tipografía y creación fotográfica que transformaría el diseño discográfico y cuya influencia se puede rastrear entre nosotros en el sello de la Nova Cançó, Edigsa o editoras comerciales como Hispavox.

Junto a los innovadores diseños de logos e identidades corporativas de grandes marcas el recorrido gráfico visualiza el impacto visual de creadores como Maurice Binder y sus trabajos para los títulos de crédito de la saga James Bond o los originales créditos de los westerns europeos, el llamado spaghetti western, a cargo de diseñadores italianos, unas secuencias de obertura que «contrastaban con la rigurosidad de los gráficos de aquel momento». En estos vasos comunicantes entre diseño gráfico y cinematografía destaca el cartelismo polaco con la figura de Roman Cieslewicz como referencia con sus manifiestos gráficos de una gran fuerza expresiva y simplicidad. Otra referencia en el cartelismo, Milton Glaser, el autor del celebrado logotipo I Love New York, y creador del icónico póster con el rostro dibujado de Bob Dylan de perfil y sus cabellos de colorido pop. Transformado con el paso del tiempo en un clásico del diseño gráfico, el póster mostraba las poderosas relaciones entre música popular y diseño gráfico. Esta fértil colaboración hallará su «Capilla Sixtina» en la película de animación El submarino amarillo protagonizada por los Beatles, ahora como personajes animados, una fabula psicodélica creada por el diseñador alemán Heinz Edelman cuyo colorido y formas pop señalará a toda una generación diseñadores de los setenta.

Aunque el índice del libro está poblado mayoritariamente de creadores occidentales, no pasa por alto el diseño gráfico en países como Irán o la India, en este último señala el trabajo de Sudharsan Dheer, pionero de esta disciplina en el país asiático y de su modernización gráfica. Otros focos geográficos como la América latina encuentran su representación en nombres como el argentino Juan Carlos Distéfano, el brasileño Aloisio Magalhaes o el cubano Félix Beltran, cuyos carteles marcaran la iconografía de los años sesenta y setenta. En el apartado español los autores se detienen en la obra del asturiano José Santamaría o el estudio barcelonés Hey, especializado en identidad de marca, diseño editorial e ilustración.

En esa correspondencia entre diseño y esprit du temps la década de los setenta vivirá las convulsiones de la oleada punk a finales del decenio. Si la división entre el diseño comercial y el diseño cultural se agudizó en esos años, y medios como el teatro, el cine y la música sirvieron de altavoz para el diseño más experimental, la irrupción de la llamada estética punk, «una forma de comunicación visual espontánea», acabaría dejando una profunda huella posterior. Contemporáneo a ese diseño abrupto e irrespetuoso, la tipografía y el diseño gráfico hallarán inspiración en las formas llamativas de los carteles de neón inspirando muchas de las portadas de la llamada música disco. En esta nueva ola gráfica animada por las transgresiones gráficas del punk, la década de los ochenta conocerá una nueva generación de diseñadores que como señala el especialista Jens Müller «se rebelaron de múltiples formas contra la noción básica de que las artes gráficas deben ser sobrias y austeras». Todo eso a las puertas de la primera revolución digital con la entrada en acción del Apple Macintosh «el primer software que permitía al usuario diseñar y componer revistas y libros enteros en formato digital». La diseñadora norteamericana Susan Kare se encargara de poner cara y ojos con sus iconos gráficos como nuevos símbolos totémicos de la edad digital. Diseñadores como April Greiman, David Carson y Neville Brody protagonizarán esta nueva «edad de oro» del diseño gráfico con el ordenador como herramienta ejecutante.

Sesenta años despues y en medio de la continua transformación tecnológica, la profesión de diseñador sigue explorando nuevas vías. Como señala Jenn Müller «estamos en plena búsqueda de un nuevo papel para el diseñador». «Empresas que operan en la economía formal están empezando a darse cuenta que los diseñadores pueden hacer por ellas mucho más que las tareas que tradicionalmente se esperaba de ellos». La figura del diseñador «como parte integral del desarrollo de nuevos proyectos». A juicio de Müller «alguien que pueda influir en las cosas de una manera distinta al personal de dirección y los expertos». Un futuro y unos profesionales que «están preparados para abordar cualquier reto y usar sus talentos y habilidades para hallar soluciones fascinantes».

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