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Paseo cultural

El pasado domingo hacía un día espléndido y, aprovechando que por fin València parecía una ciudad y no una pista de atletismo, me di un paseo por el centro para ver el ambiente en general y el cultural en particular. Les resumo mis impresiones con la expresión «luces y sombras». Luces: No es ningún secreto que València se ha convertido en un importante polo de atracción del turismo urbano europeo y que en la ciudad pululan visitantes que están continuamente sacando fotos y dejándose mecer por las dulzuras de esta Capua de la tercera península mediterránea, la más occidental. La cosa viene de lejos, de la labor de los últimos consistorios y de la colaboración ciudadana. Pero como esta columna aspira a ejercer la crítica de la incultura, me centraré en las sombras. Primera parada. Visito una excelente exposición en el edificio histórico de la Universitat de València, en el carrer de la Nau: ilustradoras gráficas valencianas. Ahí están todos los grandes nombres. Y, sin embargo, no puedo evitar una reflexión amarga porque el reconocimiento a estas mujeres se ha escatimado sistemáticamente durante decenios. Peor todavía: muchas han tenido que publicar en el extranjero porque en España no había sitio para ellas.

Así enlazo con la depre que me provoca mi segunda visita. Paso por detrás de la Lonja y se me ocurre entrar para admirar una vez más el mejor edificio civil del gótico español. Cuando irrumpo en el gran salón de la seda me encuentro con que están montando un escenario para la entrega de los premios Jaume I. No me parece mal. He visto usos mucho peores, por ejemplo cuando nombraban al president de la Generalitat sentado en una especie de trono de purpurina, como si fuese la fallera mayor. Pero no puedo dejar de criticar un cartel, en inglés, que me parece ofensivo. Bajo la palabra siesta tachada se nos dice ufanamente que España ya no es un país incapaz de contribuir al progreso científico porque el año pasado le dieron el premio a un investigador valenciano. ¡Por favor! En todas las universidades valencianas hay decenas de becarios rescatados por el programa Ramón y Cajal y que se van a quedar sin trabajo cualquier día de estos. Invertir fondos públicos en dar premios a investigadores que no hemos formado y que no van a cambiar en nada el triste panorama de la ciencia valenciana y española es un lujo que no deberíamos permitirnos. El problema es que recuperar a los cerebros del exilio no da réditos electorales y salir en la foto rodeados de premios Nobel sí. Lamentablemente la gente se queda pasmada con las llamadas «personalidades» y ni siquiera se fija en el hecho de que a poco más de un mes de las Navidades falta por ejecutar un dineral de los fondos públicos destinados a Educación.

Salgo de la Lonja y haciendo un esfuerzo para no ver el edificio contiguo que está en ruina y tapado por telas y estructuras metálicas (¿se imaginan algo semejante en Verona o en Toulouse?) me encamino hacia la iglesia de la Compañía donde cada domingo hay un concierto de órgano que congrega a melómanos de la ciudad. Agradezco internamente los desvelos de Vicent Ros, que es quien organiza estas sesiones, pero no dejo de pensar amargamente en la suerte de los músicos valencianos que malviven en la orquesta del Palau de les Arts o en la del Palau de la Música, en los miembros del Cor de la Generalitat y hasta en los de las infinitas bandas que se pasean encabezando los desfiles de las comisiones falleras. A los músicos, como a los artistas gráficos o como a los investigadores científicos esta tierra los trata mal y algún día lo lamentará. Por no hablar de los escritores que ven como cada día muere una pequeña editorial a la que nadie apoyó. Pero no quiero deprimirme. Termino mi paseo cultural en unos grandes almacenes del centro que están abiertos y rutilan de luces y de gentío. ¡Eso sí que es esplendor cultural!

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