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De moda europea a museo global

El Prado celebra su Bicentenario como una de las tres mejores pinacotecas y como una parte sustancial de la imagen de la España exterior

De moda europea a museo global

El museo de El Prado nació en 1819 cuando España empezaba a ponerse de moda en Europa. La resistencia popular a la brutal invasión de Napoleón en 1812 había generado una viva simpatía entre las naciones contrarias a los afanes expansionistas del emperador. Con ese trasfondo, la pintura española empezó a circular por Europa. Durante la guerra, el apetito de los jefes militares franceses había animado una operación de pillaje cultural de grandes proporciones. La pintura española guardada en la Corte o en los conventos fue saqueada sistemáticamente: el equipaje que quiso sacar de España Jose Bonaparte —a quien se debe un proyecto interruptus de museo de pintura en 1809— en su viaje de vuelta a Francia llenaba una hilera de carruajes que ocupaba 20 kilómetros.

El enorme botín se vendió en Europa mediante subastas o por oferta personal de los muchos intermediarios que habían conseguido a precio risible los cuadros de Murillo, Zurbarán, Ribera y también de Velázquez y la escuela española entró a formar parte de las colecciones de la primera oleada de museos abiertos en ciudades como Munich, Dresde, Budapest, San Petersburgo, Londres o Berlín. La mayor demostración de esa proyección europea de la pintura española fue la sala inaugurada en el Louvre en 1838 formada por 400 obras reunidas por una misión artística a cargo del barón Isidore Taylor venida a España por encargo de Luis Felipe.

Los museos habían surgido en la Italia del Renacimiento. En 1793 volvieron a nacer cuando las colecciones de la monarquía francesa fueron «nacionalizadas» y creado el Museo del Louvre como patrimonio del pueblo. El Museo del Prado siguió una trayectoria igual pero distinta. Nació empujado por una moda ajena para mostrar con lo propio lo mejor de lo que admiraban los demás. Lo creó una Orden del Rey, movido por la voluntad de su esposa María Isabel de Braganza, en 1819. Al fusionarse, décadas más tarde, con la colección del Museo de la Trinidad pasó a ser patrimonio nacional y se benefició de la desamortización de los tesoros artísticos guardados en los conventos y monasterios como la firmada por Juan Álvarez Mendizabal.

Cuando los europeos alardeaban de tener cuadros de la escuela española, El Prado apareció como el mejor escaparate para conocer y disfrutar de esa pintura nacional con obras de Murillo, Zurbarán, Ribera, poco después de El Greco y, sobre todo, de Velázquez el genio mitificado por los europeos a lo largo del siglo XIX. La contribución de El Prado para que esa pintura—guiada por una inspiración naturalista y ajena al clasicismo italianizante, sobre todo en sus temas—, entrara en el canon de la cultura occidental fue decisiva.

Desde aquellos orígenes, El Prado ha sido un museo de pintores. El poder de seducción de los maestros citados a los que posteriormente se unirían El Greco y Goya lo han convertido en un talismán irresistible. Doscientos años después, el atractivo de la pintura española en el mundo y la imagen-país de España se han transformado de modo radical. La atención al visitante, la contribución a la mejora de la historia del arte, su potencia como herramienta pedagógica o de difusión de la cultura, la calidad con la que se atienden las nuevas demandas surgidas desde el universo digital o su relevante papel como custodio de un patrimonio que forma parte de la cultura universal, todo ello es incuestionable. Aunque Velázquez, Goya o El Greco sigan siendo focos de atracción y aún de abismamiento para una buena parte de los artistas jóvenes o de los visitantes, El Prado ya no es solo un lugar para disfrutar de la escuela española: forma parte del escogido elenco de los centros de élite de la cultura global.

Siete capítulos para una exposición

«El Prado 1819-2019» ordena en siete capítulos las grandes etapas de su evolución como institución clave de la cultura española. Exhibe obras de importancia capital de todos los grandes nombres de la escuela española y de la historia del arte. Y muestra en los entresijos de su evolución la deriva del arte, de la política artística, y de la sociedad española e internacional. El diálogo de los grandes artistas de los sucesivos movimientos como el impresionismo, las vanguardias clásicas, el abstracto o el pop llegando al arte de la pólvora de Cai Guo-Qiang están presentes o son evocados.

El museo y sus públicos son iluminados en momentos especiales como el ascenso de la cultura de masas, la reacción popular al museo itinerante durante la segunda república y la irrupción del turismo masivo a partir de los años 80 del siglo pasado. Las estrategias para proteger el museo de los bombardeos durante los primeros meses de la guerra civil y la peripecia de la evacuación de las obras por València, Barcelona hasta llegar a Ginebra donde se organizó, en 1939, una exposición apoteósica con más de 400.000 visitantes constituye un episodio de gran emoción.

La progresiva maduración de la gestión del museo, por criterios de organización y también por cambios en la legislación o en el contexto político, están muy presentes en la exposición. También los momentos de ruptura como el que fijó el límite cronológico a las colecciones con la aparición del Museo de Arte Contemporáneo en 1898. El acomodo a la coexistencia con el Museo Nacional Reina Sofia, muy complejo como puso de manifiesto el debate suscitado cuando el Guernica volvió a España y residió durante un tiempo en el Casón del Buen Retiro para cumplir la voluntad de Picasso de regalarlo a la España democrática para que quedara albergado en El Prado.

La reducción tajante de la financiación pública en los últimos diez años, ha dejado al museo en una situación de indefensión grave. Sobre todo, cuando sus competidores a nivel global llevan años respondiendo a los desafíos de la digitalización y la internacionalización. Urge dar una respuesta. El bicentenario es una gran ocasión y 200 años de memoria un argumento irrefutable. Puede estar en juego la excelencia de El Prado.

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