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Pasar la gran prueba

La historia de «Los premios nacionales de pintura 'Real Academia de Bellas Artes de San Carlos'»

Pasar la gran prueba

Manet (París, 1832-1883) no gustaba a los jurados de los Salones. Su obra Almuerzo campestre fue rechazada en 1863 por, entre otras cosas, escandalosa. Aun así, el pintor lo siguió intentando dos años después con Olimpia, de nuevo rechazada tanto por el tema como por esas rayas negras que contorneaban la figura y esos claro-oscuros tan radicales y tan poco académicos. Estaba convencido el pintor de que los cambios en la pintura tenían que hacerse desde dentro, desde la misma tradición. De hecho, en la última década de su vida, tampoco quiso exponer en la muestra impresionista de 1876 porque seguía considerando que el Salón oficial era la exposición válida para cualquier artista. Y es que, independientemente de que un artista pueda ser o considerarse más o menos rompedor, anárquico o independiente, cosa que el francés no lo era -no solo provenía de una familia acomodada, sino que él mismo tenía poco de bohemio-, en algún momento a lo largo de su proyección artística necesita de la aprobación de un jurado, llámese Salón o Premios.

Como nos recuerda en su texto uno de los comisarios de la muestra, Román de la Calle, la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos incluye entre sus metas el estudio, divulgación y el fomento de la educación artística. Dos décadas de mecenazgo cultural durante las cuales la centenaria institución ha recibido cientos de trabajos entre los que elegir año tras año únicamente cuatro obras, un primer y segundo premio y dos accésits. O lo que es lo mismo, la esperanza de cientos de artistas depositada en una Academia cuya decisión puede llegar a marcar en muchos casos su devenir profesional.

Se entiende, por tanto, esa necesidad de «examinarse», de lograr un cierto reconocimiento, comprobar que el estilo por el que se apuesta, encerrado en un estudio y sin más crítica feroz,o benévola según el nivel de exigencia, es, sin embargo, valorado por otros más sabios, académicos y profesores. Y lo cierto es que una cierta sabiduría sí demuestran tener.

Hay un hecho evidente en esta muestra, «Los premios nacionales de pintura «'Real Academia de Bellas Artes de San Carlos'», y es el mérito único y exclusivo del jurado en la elección de una serie de artistas que, con el tiempo, se han convertido en reconocidos creadores tanto por el público como la crítica. Con decenas de dibujos, óleos, acrílicos o mixtas recibidas, con la libertad absoluta en la temática, y solo la solicitud de un formato grande, entre los 195 y 150 centímetros, un grupo de hombres y mujeres tiene que decidir anualmente qué obras pueden y deben formar parte de los fondos del Museo de Bellas Artes, del patrimonio intelectual de una Academia con 250 años de historia y, por extensión, de la sociedad valenciana.

A través del casi medio centenar de obras expuestas cuya disposición se ha realizado con muy buen criterio por temáticas más que por fechas, se observa la preferencia por la figuración frente a otros estilos. Con todo, sorprende la elección de primeros premios verdaderamente arriesgados por su crítica al sistema, como la de Kepa Garraza, Gabriel Alonso o hacia la especulación y el ladrillo de Francisco Díaz o Berral Benavides. Asimismo, es reconfortante observar que el jurado ha estado en permanente desafío con las opciones que le iban llegando y que, en lugar de rechazar aquello que, a priori, puede ser excesivamente arriesgado para formar parte de la colección del Museo de Bellas Artes de València -hasta hace no mucho San Pío V- ha apostado por nuevas técnicas como los policarbonatos de Keke Vilabelda o las gasas de Sergio Luna, arquitecturas efímeras de Carolina Valls, escenografías fluorescentes de David Pellicer, tramas rompedoras de Pilar Lacruz frente al paisaje blanco de Manuela Navarro o la «autonegación» de Pablo Bellot, entre otros.

Al finalizar el recorrido de la muestra reconocemos la importante labor de mecenazgo que realizan instituciones como la Academia de San Bellas Artes de San Carlos, junto con empresas privadas, cual es este caso. Efectivamente, como indica el presidente de la Academia y comisario, Manuel Muñoz, esta es una reflexión acerca del mundo cultural en el que habitamos.

Tenía razón Manet en su empeño por presentarse a los Salones oficiales.

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