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El timo de la Gentrificación

Vamos a hablar de la palabra de moda: gentrificación. Como sin duda saben, se trata de un anglicismo (¡vaya novedad!: a ver cuándo tenemos un filipinismo, para variar), el cual procede del inglés gentry, una palabra que más o menos significa «people of good social position» según el diccionario de Oxford, o sea, lo que aquí llamaríamos «gente guapa». Para tranquilidad de los puristas: a su vez gentry viene del francés medieval genterie, que remite al latín gentilis, o sea que todo queda en casa. Pero a lo que iba. Lo primero que llama la atención es que esta voz todavía no haya sido aceptada por la RAE. Para definirla hay que acudir a Fundeu, su alter ego periodístico tutelado por la agencia Efe, o a Wikipedia, esa academia colectiva a la que algún día habrá que hacerle un monumento. Pues bien, según la Wikipedia la gentrificación es la progresiva expulsión de los habitantes tradicionales de un barrio céntrico cuando los alquileres y los precios de venta del metro cuadrado suben espectacularmente porque la especulación lo pone de moda. Pero es algo más que esto, se trata de un fenómeno bastante sutil, asociado muchas veces a la cultura hipster. No basta con que la administración abandone un barrio a su suerte y los tiburones inmobiliarios se apresuren a comprarlo todo, a tirar las casas y a edificar colmenas de muchas alturas: esto es lo que los ayuntamientos de Rita Barberá querían hacer con el Cabanyal, convirtiendo un barrio de pescadores en un barrio burgués lleno de grandes superficies y de colegios de pago. La gentrificación es otra cosa, de hecho, no suele derribar los edificios, sino reformarlos.

Gentrificación es lo que han hecho en Madrid con Lavapiés y con Chueca, en Barcelona con el Raval y con el Born, y en València -¡ay!- se está haciendo ahora mismo con Ciutat Vella, con el Carme y con Russafa. No todos estos procesos de degradación urbana comenzaron al mismo tiempo. Cuando yo era adolescente, el Raval y Chueca todavía eran lo que entonces se llamaba barrios chinos, es decir, barrios de prostitución y drogas. Ahora son barrios gentrificados y otros están en proceso de serlo: en Madrid acaba de producirse una noticia trágica, el suicidio de una señora mayor a la que echaban de su casa en Chamberí: eso solo puede significar que también este barrio está gentrificándose porque el mismo proceso de lanzamiento judicial en Vallecas no habría resultado rentable.

La cosa funciona así. En los años sesenta los barrios del centro fueron ocupados por emigrantes de las zonas rurales que se habían convertido en obreros y se instalaron cerca de las industrias en las que trabajaban y que entonces también estaban en el centro. Cuando se crearon los polígonos industriales, se hicieron barrios dormitorio en sus cercanías para que los ocuparan las nuevas oleadas de inmigrantes, pero los antiguos se quedaron donde vivían. Con el tiempo es evidente que estorbaban al dios del capitalismo. Había que hacer la vida imposible a esta gente humilde envejecida que no gastaba tan apenas y daba mala imagen. Y se pusieron a ello. Por ejemplo, en Russafa atrajeron a una inmigración norteafricana mal acogida por los autóctonos, con lo que se hundió el precio de la vivienda; luego los echaron y remodelaron las casas al tiempo que crecían como setas los bares abiertos hasta altas horas de la madrugada. En todos estos barrios pasó lo mismo. La jugada maestra fue sustituir vecinos por turistas, gente que, como viene a pasárselo bien, no tiene inconveniente en estar tres días armando jarana, pues no les conoce nadie y ya tendrán ocasión de dormir cuando vuelvan a su casa. El colaborador necesario de esta limpieza gentrificadora se llama Airbnb y equivalentes. Lo sorprendente es que el Ayuntamiento de València, que dice ser de izquierdas, se haya convertido en su brazo ejecutor, más o menos como en la época de Barberá, pero en moderno. Será porque son hipsters.

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