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Prime Minister Marzal

Cuando las cosas sean como deben ser, conforme a la Razón, no me cabe la menor duda de que seré nombrado Prime Minister, aunque sólo sea del Ensanche valenciano, que gobernaré con toda clase de medidas tan drásticas como beneficiosas para la población. Llevo tiempo pensando en ello.

Una de mis primeras decisiones será la creación de un Ministerio de Emoción Estética, dirigido también por mí, en los ratos libres que me deje mi tarea principal.

Ya he dicho algunas veces que tomaré la medida de acuatizar el centro de Valencia, desviando el río Turia y convirtiendo las calles y avenidas en canales para la navegación. Así nos desplazaremos en góndolas, canoas, pequeños barcos de vela latina y barcas de percha que llegarán desde la Albufera. Las ciudades inundadas son más propensas a la meditación, porque el agua constituye una de las mejores y más nobles manifestaciones del tiempo. Es un error medir el paso del tiempo en minutos, días y años: deberíamos hacerlo en gotas, litros y oleajes. Las clepsidras serán los únicos instrumentos de relojería publica que se permitirán durante mi mandato.

Pero no quería informar de esto a mis votantes. (Me dejo llevar por el entusiasmo y se me calienta esta lengua regeneracionista que Dios me ha dado.)

En uno de los primeros y más importantes Decretos Urgentes que firmaré, se establecerá la obligación de que todos los barrios dispongan de viejos cafés destartalados, en una proporción mínima de un café histórico por cada trescientos habitantes. Las ciudades que no dispongan de dichos cafés tradicionales serán provistas de cafés literarios de nueva planta, que imitarán a la perfección el aire decadente de los viejos cafés más o menos centroeuropeos. En mis cafés preceptivos habrá docenas de camareros achacosos y malhumorados, especialistas en servir raciones de tartas sacher y todo género de infusiones con propiedades salutíferas. El alcohol, sobre todo los grandes licores blancos -como el mezcal, el tequila, la becherovka- correrá por cuenta de la casa.

En mis cafés filosóficos habrá mesas de billar en sus salas comunicadas en suite, y un público heterogéneo, compuesto por jóvenes poetas de vanguardia, pensadores heterodoxos, turistillas orientales de paso, conspiradores contra mi política de Emoción Estética, jubilados melancólicos, funcionarios en excedencia, actores en declive, deportistas de élite partidarios de la vida disipada.

He observado que las ciudades con esos cafés de grandes cristaleras, y mesas de mármol, y largos mostradores de caoba, hacen más felices a sus habitantes, o así se diría, lo que equivale a que lo sean en realidad, porque nadie sabe nada.

En los cafés de la Red Nacional de Salud Estética estará prohibida la música, salvo la de las cucharillas y la loza, y algún esporádico arranque lírico de ciertos camareros con pasado belcantista y dominio del repertorio barroco. La luz habrá de ser obligatoriamente de gas, para que tiemblen las imágenes de los clientes en los grandes espejos de azogue, y a todos se nos ponga un gesto de hipocondría metafísica por lo evanescentes que resultan las cosas del mundo.

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