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'Roma', la mejor película del año

El mexicano Alfonso Cuarón firma un melodrama inolvidable para espectadores de todas las culturas

'Roma', la mejor película del año

Hay piezas de cultura -una novela, un concierto, una obra de teatro, una exposición- que te dejan en el cuerpo la urgencia de recomendar su disfrute a todos los amigos. Roma, la última película del cineasta mexicano Alfonso Cuarón es una de esas piezas: exquisita, entrañable, deslumbrante, envolvente, emocionante, admirable.

Al salir del cine, tras ver Roma sentimos un deber de ciudadanía cultural para hacer que esa experiencia tan especial que acabamos de tener quede flotando por encima del ininterrumpido contacto con la oferta banal y justamente olvidable que nos sobreviene de continuo, queramos o no. Y el consejo para que se vaya corriendo al cine es aún más urgente en esta ocasión. Roma es una película distribuida por el gigante digital Netflix -financiada por Eficine, el fondo de estímulo fiscal del gobierno mexicano y, en gran medida, por el contrato de distribución- y eso convierte el modo en que se puede ver en un anticipo de lo que llegará a ser el futuro del cine.

En un país como España sólo puede verse en cinco salas (dos de Madrid, dos de Barcelona y una de Málaga) y gracias al empeño de «A contracorriente» empresa que se ha desmarcado de la negativa de los grandes grupos de exhibición que se han negado a que la película se pueda ver en la televisión antes del plazo que, en su opinión, es necesario para una amortización beneficiosa en las salas.

Una obra de arte

En México, el país donde se ha rodado y está matriculada, Roma se ha encontrado con el boicot de exhibición y la polémica ha sido más encendida porque el Gobierno del estado de Morelos se ha negado a destinar la recaudación del estreno a la caravana de migrantes centroamericanos, como era el propósito de Cuarón.

Roma es un peculiar ejercicio de memoria del Cuarón niño y una película extraordinaria —una «obra de arte» me decía Ángeles González Sinde, cuando tan difícil son de usar esas tres palabras, añadía— que nos mete de lleno en la vida de la ciudad de México a comienzos de los años 70 de la mano de una familia de jóvenes profesionales en la que destacan las peripecias de Cleo, una de las dos amas de casa indígenas, y de Sofía, la madre de tres niños.

Con una prodigiosa obertura en la que la cámara nos introduce en los recovecos de la casa familiar dibujando las costumbres de los personajes y la palpitación de la ciudad, el director -quien firma también el guión, la fotografía, la producción y el montaje- sigue la peripecia íntima y la vida cotidiana de las dos mujeres con un gran formato digital creando en el espectador la certeza de que hemos entrado en el tono épico que cada vida lleva dentro sin alejarnos de las acciones nimias o repetitivas.

El transcurso de la película nos muestra el progresivo desmoronamiento de lo que parecía un mundo seguro a raíz de un viaje de trabajo del marido de Sofia que se convierte en una huida y del embarazo de Cleo quien, -con la contención y la gravedad de un personaje inolvidable-, seguirá con el cuidado de la familia, atenderá a la gestión de su hijo y buscará al padre que la dejó con la palabra en la boca cuando en la oscuridad de una sala de cine ella le dijo que «estaba de encargo» y él le dijo que tenía que ir al aseo. El viaje de estas dos mujeres en una ciudad -reconstruida con un detallismo primoroso y una veracidad solo posible por una producción de factura hollywoodiense- se ve sacudido por un terremoto, un incendio pavoroso, una masacre de manifestantes (lo que fue El Halconazo o la Matanza del Jueves de Corpus de 1971) y unos planos de extraordinaria belleza y de referentes tan poderosos como La piedad de Miguel Ángel.

La crónica del viaje es también un melodrama y la épica es igualmente un despliegue de la virtud de los dos personajes femeninos. La madre aceptando la desaparición del marido y asumiendo el cuidado y el amor sin condiciones a los hijos. Cleo olvidando al responsable de su embarazo y protagonizando una secuencia cumbre cuando arriesga su vida por salvar a los dos niños que son arrastrados por las olas del Pacífico en el momento de mayor dramatismo de la película.

Cine transnacional hecho en México

Con Roma, Cuarón ha firmado su mejor película -»su obra maestra» decía también The New York Time- y ha dado una nueva muestra del cine para los públicos de todas las culturas, un cine transnacional, en el que coincide con Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu.

Los tres amigos, y maestros del cine mexicano actual, empezaron juntos en los años 90 en una serie de terror para televisión, fundaron la productora Cha cha cha desde la que se ayudan unos a otros, y han sido capaces de crear un estilo visual, un modo de producción y un repertorio de historias y personajes para llegar a públicos de cualquier cultura sin perder la cercanía y la complicidad. Es el efecto de la fórmula de Hollywood con ingredientes de América Latina. Tal vez por eso son capaces de trabajar en Los Ángeles, Barcelona, Madrid o México con la misma facilidad y los mismos resultados.

En cuatro de los últimos cinco años, uno de ellos ha ganado el Oscar el mejor director. Roma ha ganado ya el León de Oro de Venecia y, sin ninguna duda, Cuarón merece ganar el Oscar de 2019 aunque al tratarse de una película rodada en español y mixquito compita en la categoría de mejor película de habla no inglesa. Desde luego, no sería extraño que la Academia española de cine le diera su Goya a la mejor película iberoamericana.

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