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Frivolidad cultural

Se armó la gorda. Medio millar de especialistas, agrupados en el Comité Español de Historia del Arte, han denunciado el intrusismo profesional de Christian Gálvez, el presentador de «Pasapalabra», quien organiza una exposición sobre Leonardo da Vinci en el Palacio de las Alhajas de Madrid en colaboración con la Biblioteca Nacional. Tienen más razón que un santo, pero creo que han orientado mal el asunto porque aducen un motivo poco relevante. Como filólogo acostumbrado a que en cualquier barra de bar la gente te explique la etimología de los topónimos más comunes o que te digan cómo hay que hablar, yo les recetaría paciencia. En un país libre (y el nuestro no solo lo es, sino que llega a ser estrafalariamente desvergonzado), cualquiera puede manifestar lo que le parezca siempre que no ofenda a nadie, y una exposición no deja de ser una manifestación de objetos que se muestran sin pudor. El problema es que, con esta muestra, España y su cultura hacen el ridículo más espantoso y encima se corrobora que la llamada «marca España», que tanto gustaba al gobierno anterior, era efectivamente una mera marca comercial y además la avala también el gobierno actual. Yo no pienso que el hecho de ser presentador de un programa de entretenimiento suponga ningún desdoro para estar al frente de una exposición sobre Leonardo, pero tampoco creo que sea un mérito. El titulito de «Los rostros del genio» ya da mala espina. La forma de presentar la muestra como «un retrato humano y en vaqueros» y al pintor como «un artista disléxico, zurdo y bipolar que fracasó en Roma y Florencia y que murió como un perdedor» refuerza los escalofríos. Y la noticia de que se aprovechará la exposición (que cuesta 14,50 euros) para vender masivamente su libro Gioconda descodificada acaba de darnos la puntilla.

Todo lo anterior no tendría importancia si Gálvez y Mediaset -la empresa en la que trabaja y que ha organizado el evento- se hubieran limitado a montar el bodrio. Allá ellos y los infelices que asistan. El problema es que este disparate se monta en colaboración con la Biblioteca Nacional (¡) y aquí sí que nos retratamos todos como un país bananero del que dan ganas de salir huyendo. No me imagino a la National Library de Washington, a la Bibliothèque Nationale de Paris o a la Biblioteca Ambrosiana de Milán prestándose a esta charlotada, la verdad. Por supuesto que es legítimo interesarse por el lado íntimo de Leonardo como un ser humano «al que la gente pueda acceder y del que pueda enamorarse», según dice Gálvez. Pero esto ya se ha hecho sin tanto negocio y tantas alharacas. Según mis noticias, la próxima primavera se presenta en el Instituto Cervantes de Palermo la traducción italiana de una recreación literaria de Leonardo publicada originariamente en español. Lástima que, como siempre, esto ocurra en el corazón de Europa y aquí ni nos enteremos.

Me temo que la increíble muestra de frivolidad cultural de Gálvez no es la excepción, sino la regla. Somos un país inculto, dispuesto a tragarse toda clase de tonterías, desde bestsellers infumables, que la gente devora con fruición en la playa, hasta exposiciones grotescas, como la de Leonardo, pasando por toda suerte de programas televisivos rebosantes de groserías. Y, sin embargo, al personal le va la marcha cultural, valora sinceramente todo lo que le huele a cultura. Por desgracia, no es capaz de discriminar. Y en esto la culpa compete a los poderes públicos, a ese ministerio y a esas consejerías que llevan años recortando la formación artística y literaria en la enseñanza básica y secundaria y desmotivando a los profesores. Tampoco son inocentes las editoriales (la mayoría) y las empresas multimedia (casi todas), que solo se preocupan de forrarse, pero jamás asumen responsabilidades. Luego dirán que entre todos la mataron y ella sola se murió. La cultura, claro. Como a nuestros políticos no les importa porque tan apenas da votos…

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