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Locura y amor

Locura y amor

Kate Millett (1934-2017) revolucionó el mundo de la cultura en 1970 con su libro Política Sexual, en el que explicaba lo obvio: que no hay diferencias naturales entre hombres y mujeres en lo tocante a la capacidad intelectual o a la expresión de las emociones, que era un mundo dominado por el patriarcado quien había definido dichas diferencias en su beneficio. Estas ideas eran consideradas radicales en un momento en que el Feminismo, como tal movimiento, iniciaba su andadura y las autoras brillaban por su ausencia en las clases de Literatura.

Millett no sólo escribió, fue escultora y cineasta y una activa miembra de la NOW (Organización Nacional de Mujeres, de Estados Unidos), de las Mujeres Radicales de Nueva York y de la Colonia de Arte de las Mujeres. Como autora, escribe ficción desde sus propias experiencias biográficas; entre otros títulos tenemos En pleno vuelo (1974), Going to Irán (1979) o The Loony-Bin Trip [Excursión al manicomio](1990), donde habla de la época en que le diagnosticaron un trastorno bipolar.

Sita, publicada en 1977, pertenece a este grupo de ficción autobiográfica, y en ella narra Millett su relación con Sita, una mujer quince años mayor que ella, que vive en California, con dos hijos adultos, una nieta y un trabajo. Millett, que entonces tenía cuarenta años y vivía en Nueva York, estaba recuperándose de un divorcio reciente, de la pérdida de su estudio neoyorquino al ser desalojada por un plan oficial de reconversión y de las dudas que le suscitaba el no tener un trabajo fijo ni unas amistades estables en que poder refugiarse.

Millett se convierte en un personaje literario al inscribirse en Sita; utiliza la primera persona de singular y es la narradora única de lo que cuenta, si bien cita el punto de vista de Sita en varias ocasiones. Esto, unido al tono intimista y confesional que emplea, hace de la obra una sucesión de sentimientos repetitivos hasta convertirlos en una obsesión.

La narración no está exenta de una sensación de culpa por ambas partes: Sita y Kate se debaten entre el amor y el desamor, la libertad sexual y la fidelidad, y, en el fondo, sobre quién debe encabezar la lista de prioridades, si la amante, los hijos o las amistades de toda la vida. Sita «sigue diciendo que hay mucha gente a la que le tiene cariño y no tiene intención alguna de dejar de ver a esas personas».

Kate siente que Sita alberga en sí misma a muchas mujeres, «condesa, cortesana, señora de, coqueta, madre, esposa, amante, maruja jugueteando con blusas o joyas, gestora; es la matriarca de su casa, es el centro, la autoridad, el poder». Por el contrario, Kate considera que ella no es nada ni nadie si no tiene a Sita consigo y para sí, y se siente «ajena, distraída, desgajada de mí misma».

Aún así, Millett demuestra su clarividencia al dejarnos constancia de lo absurdo de vivir sin capacidad de actuar, sin ser sujeto de nuestros propios verbos, de estar pendiente de que la otra parte de la pareja me llame, me lleve de fin de semana, me invite a cenar: «Es de locos seguir aguantando en una relación en la que ni conduces tu propio coche, en la que pasas el tiempo en la casa y en la ciudad y en la vida de otra persona, mientras se hace trizas tu capacidad y tu competencia».

En Sita hay referencias explícitas a varias obras literarias que abundan en dicho tema o que subrayan los sentimientos que Kate expone como propios; las más obvias son las historias que componen La mujer rota (1967) de Simone de Beauvoir, que expresan afectos semejantes a los de Kate, y Una habitación propia (1929) de Virginia Woolf, que ofrece una solución adecuada a la situación creada entre las dos amantes de Sita. Los ejemplos ayudan, pero es muy difícil escapar a la ceguera momentánea de la cordura.

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