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Habla, memoria

Frank Conroy novela prodigiosamente en «Stop-Time» su autobiografía de juventud, una magnífica pieza literaria.

Habla, memoria

No recuerdo haber leído unas memorias de juventud mejores que las de Frank Conroy (Nueva York, 1936-Iowa City, 2005). Tampoco resulta algo extraordinario confesarlo porque Stop-Time se encuentra entre las más grandes autobiografías de la historia de la literatura del siglo pasado. Ahora ve la luz gracias a Libros del Asteroide y merece la pena celebrarlo.

Siempre se ha dicho que las narraciones autobiográficas se dividen en dos clases: aquellas que permiten al lector disfrutar del contexto de una historia personal en escenarios que jamás vivió y las que proyectan destellos intensos de la vida real del que cuenta sus memorias. Stop-Time pertenece a esta segunda categoría. Está organizada como una serie de relatos independientes que responden a un denominador común: las tribulaciones de un joven estadounidense durante los años treinta y cuarenta de la anterior centuria. Llama la atención enseguida por su entrega incondicional a los detalles cotidianos y a las preciosas descripciones literarias sobre pequeños actos íntimos: «Con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia detrás, bebía directamente del cartón de leche, dando largos tragos mientras el aire frío que salía de la nevera se derramaba sobre mis pies descalzos». Por poner sólo dos ejemplos, se trata de esas mismas gotas impregnadas de técnica que pueblan los libros de Salinger y que también se hallan desperdigadas por la obra de James Salter.

Conroy es un escritor de escritores. Director del prestigiado Iowa Writer's Workshop durante dos décadas, publicó cinco libros, dos de ellos notables: la autobiografía que nos ocupa, y una novela titulada Body and soul (1993). Parte de su obra vio la luz, como sucede con otros grandes autores estadounidenses, en las mejores revistas, «The New Yorker», «Esquire» o «Partisan Review». En él se juntan el oficio del profesor, la dureza social, el lirismo y el humor implacable de los escritores de su generación. Las suyas son historias aparentemente costumbristas llenas de ricos personajes y giros complicados. Body and soul, con un guiño a la película de Rossen de 1947 del mismo título, protagonizada por John Garfield, sobre un campeón de boxeo, trata sobre el niño pobre que creció hasta convertirse en un famoso pianista y compositor, y establece paralelismos entre el jazz, la educación sentimental y la enseñanza literaria. «Tienes que ser rápido, capaz de pensar de pie y confiar en ti mismo para poder improvisar dentro de ciertas restricciones». Conroy inauguró un estilo con Stop-Time que no tardaría en convertirse en habitual en otros autores, el de narrar su infancia y adolescencia recurriendo a las técnicas de la ficción.

La memoria de Conroy registra sus pasos, la vida familiar trastocada, los primeros descubrimientos, la educación mixta y un montón de vivencias contrastadas en Fort Lauderdale (Florida), Nueva York y Europa. El adolescente que se imagina el centro del mundo comienza a atravesar el espejo gracias al escritor que ha decidido tomarse en serio su juventud utilizando los dispositivos de la ficción para atraparla, sin dejarse caer en las redes de las consideraciones formales. La vida que nos cuenta carece de importancia, la suya y la de los seres que le rodean, no hay alrededor de ella sucesos importantes, grandes reverberaciones, un telón de fondo histórico que nos permita evaluar el relato desde otra dimensión que no sea la cotidiana: conversaciones que pudieran parecer aburridas se suman a la aguda observación del autor sobre la vida temprana que seguramente en su día le sirvió para liberarse del pasado. Frank Conroy escribió Stop-Time a los treinta años. Leerla, efectivamente, es como permitirle al tiempo que se detenga, algo que, a mi juicio, a estas alturas y en las actuales circunstancias, es de agradecer. A veces es necesario, y reconstituyente de la salud, reencontrase con la auténtica literatura. Esta es una buena ocasión para hacerlo.

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