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Niños superdotados

El otro día estuve en casa de unos amigos que tienen dos hijos pequeños, chico y chica, y me los encontré abatidos, con una cara de languidez que daba grima. No me malinterpreten. Los de la cara abatida no eran los padres, sino los hijos. ¿Qué quieren que les diga? Que los adultos estén abrumados en estas fiestas en las que de repente uno se enfrenta a sus responsabilidades y se da cuenta de que, ya que ha contribuido a la propagación de la especie, tendrá que aguantar a los retoños todo el día durante dos larguísimas semanas, es un castigo excesivo para un momento de debilidad culpable, pero la pena acaba por saldarse alguna vez. Ahora bien, que los críos, que están de vacaciones y a los que acaban de cubrir literalmente de regalos en Navidad, tengan la depre resulta incomprensible.

Tan raro me parecía todo que, tras cerciorarme de que no estaban enfermos, les pregunté directamente a los interesados. ¿Qué os pasa? Y la respuesta, sorprendente para mí, fue unánime: ¡nos aburrimos! Creí haber oído mal. Bueno, soy de otra época, de cuando los regalos eran pocos y las ilusiones, muchas. Desde luego, nunca hubiera imaginado que en Navidades pudiera uno aburrirse con la excitación de las comidas extraordinarias, los villancicos, los belenes, la leonera de los juguetes recién estrenados en plan circo romano, varios trasnoches permitidos por la autoridad y todo por el estilo. Así que, incrédulo, acudí a las fuentes y me lo confirmaron. Es que antes teníamos todo el día ocupado y ahora no sabemos qué hacer. ¿Todo el día ocupado? ¿Queréis decir en el colegio? Noo, me espetaron, el cole es un rollo, queremos decir en el after school. Supongo que os referís a las actividades extraescolares, puntualicé como buen filólogo preocupado por la pureza del idioma. Sí, eso, me dijo David, mientras Sarita asentía. A ver David, ¿a qué actividades te refieres?: pues martes y jueves mami me lleva a clases de inglés, los lunes y los miércoles voy con papá a judo, y el viernes por la tarde, que se dedica a actividades en el cole, hago pesas con mis amigos. No está mal -pensé-, nunca hubiera imaginado que este chico quisiese ser del cuerpo de marines de mayor. ¿Y tú Sarita? Mami me lleva a ballet los días pares y a piano los impares, y el fin de semana me lo paso en un estudio de pintura al que me lleva mi papi porque es de un amigo suyo. Después de corroborar mentalmente que la modernidad no cambia el sesgo de género en la educación, empecé a mirar a Sarita con respeto, como la nueva niña prodigio del siglo XXI, una especie de Mozart o de Alma Deutscher de por aquí.

Me pregunto si todo esto tiene algún sentido. ¿Por qué hay que convertir a los niños en superdotados y, vista la cara tan triste que ponen, en desgraciados alevines de adultos carcomidos por el estrés? No he necesitado preguntárselo a mis amigos, ellos mismos me informan orgullosos. Resulta -dicen- que la vida se ha vuelto muy competitiva y que si sus hijos no hicieran todas estas cosas y ellos asumiesen un gasto importante para sufragarlas, no se comerían un rosco en el futuro. Pues no sé qué quieren que les diga. Unos conocidos de mi generación invirtieron un dineral en mandar a sus hijos a internados británicos, algo absolutamente inusual en aquella época, y ahora viven allí regentando € un bar español en el que atienden a los parroquianos con un excelente acento de Eton. Para colmo, como esto del Brexit vaya adelante, ni siquiera es seguro que vengan a visitarles por Navidades por aquello del pasaporte y de la reducción de vuelos. Claro que cultura viene de cultus, «cultivado» y conviene que los niños se cultiven. Mas como todo el que ha tenido macetas sabe muy bien, es necesario regarlas y abonarlas solo lo justo porque las plantas mueren si te pasas. Se lo dice un asesino confeso del mundo vegetal, cuya acendrada torpeza no le ha permitido sacar adelante ni un modesto cactus. ¿Qué tal si dejamos a los niños que disfruten su niñez como nosotros disfrutamos la nuestra?

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