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Afán depredador

La historia atrapa porque hace balance de los que somos y de lo que necesitamos

Afán depredador

La literatura es siempre un escape. La ficción, más o menos derivada y siempre deudora de la vida de quien la escribe, permite atajos y vericuetos que no se tomarían en la vida real o que en otro ámbito serían improcedentes. Pese a esta voluntad escapista elegida, no es usual toparse con libros escritos por el puro gusto de hacerlo, como es Los asquerosos, donde además se emplean palabras pocas veces usadas, en un fantástico equilibrio entre la verborrea propia del argot de barrio, el empleo de cultismos populares característicos del ámbito rural, y los neologismos que adoptamos desde el primer minuto, como el polisémico «mochufas», o «mochufismo», que definen una manera burda de estar en el mundo y de comportarse con tus semejantes y el entorno. En realidad, estos conceptos adquieren la superficie pulidísima de los espejos y nos devuelven nuestros gestos y conductas, nuestra actitud colonizadora, con una claridad que nos vuelve, en el mejor de los casos, más atentos; pero que también nos obliga a mirar, en no pocas ocasiones, hacia otro lado por propio pudor o por vergüenza ajena.

Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) trabajó como guionista y director de cine y escapó (o le largaron) de la profesión tras realizar un par de películas; ha explicado que no volvería a ese gremio «ni pa'Dios». Se fue de Madrid, se instaló en la pedanía de un pueblo pequeño de Segovia y empezó a escribir, esta vez literatura. Los asquerosos es su cuarta novela y con ella está alcanzando una notoriedad que ni buscaba ni tal vez se explique del todo, habituado -como él ha comentado en alguna de las numerosas entrevistas atendidas desde que se publicó la primera edición en octubre de 2018- más a los fracasos que a los éxitos.

Los asquerosos cuenta la historia de Manuel, un joven en proceso de hacerse a sí mismo que busca sin éxito un lugar en la España de la crisis, de los trabajos temporales, los sueldos basura y los jefes mayoritariamente corruptos. Tras un altercado desafortunado e injusto en el que hiere a un antidisturbios, decide alejarse de la capital e intenta hacerse invisible instalándose en un pueblo característico del amplio territorio rural despoblado, siempre ayudado moral y logisticamente por su tío, el narrador del libro. Este punto de partida es una huida hacia adelante que, poco a poco, le descubre una manera de estar en el mundo con la que él nunca se hubiera topado si su situación personal hubiera sido otra. La soledad deviene una herramienta que le permite ganar tiempo, a la postre su único interés productivo. La historia atrapa por su libertad narrativa, por plantear un modelo de vida y de pensamiento al margen de lo estandarizado y porque hace balance de lo que somos, lo que necesitamos y adonde hemos llegado con nuestro afán depredador. Como decía el autor israelí Amos Oz, para saber la realidad de un país, no hay que leer sus periódicos, sino a sus escritores. Santiago Lorenzo es, sin duda, uno de esos escritores.

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