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Domador del acero

La retrospectiva de la obra de Andreu Alfaro (Valencia, 1929 - Rocafort, 2012) desde sus primeras piezas escultóricas hasta sus últimas creaciones

Domador del acero

Las exposiciones comisariadas por Tomás Llorens y Boye Llorens Peters tienen la cualidad de ser muy didácticas. Lo pudimos comprobar con la muestra que realizaron sobre el Equipo Crónica en este mismo espacio de la Fundació Bancaixa y que ahora, siguiendo casi idéntico formato -un texto de presentación, un conjunto previo de maquetas, y epígrafes y fechas- van contextualizando la trayectoria de uno de los más importantes e internacionales escultores españoles del siglo XX, Andreu Alfaro.

Aquellos que trabajaron con Alfaro lo describen como un hombre de imagen recia, grave y austero. Un valenciano-parlante convencido, crítico con su tierra, pero enamorado de ella y de la necesidad de luchar por una sociedad en la que imperase la libertad y la democracia. Ahora es muy fácil criticar a los que nos precedieron y decir que las cosas podrían haberlas hecho mejor, pero en las décadas de los 60 y 70 había personas que se jugaban su carrera o les encarcelaban por simplemente «reunirse». En esta muestra podemos ver obras creadas precisamente en esos años sesenta con títulos como «La voz de un pueblo», o el «Homenaje a Miguel Hernández».

Previamente, en la que los comisarios han intitulado Primeras obras, observamos el uso generalizado de la circunferencia como forma geométrica. Esa austeridad de la que hablábamos en su forma de vida fue trasladada a sus creaciones. Algunos críticos la han denominado minimalista. Efectivamente, si hay algo que caracteriza a este artista es la genialidad en sintetizar con apenas una barra de hierro todo un concepto. Es nuestro Brancusi particular. «Formas en desarrollo», «Cosmos» o «El círculo y la línea» expresan la idea de origen y destino, del punto desde donde todo parte y llega en el caso de la línea, y de armonía y elemento integrador en el caso del círculo.

Alfaro fue durante muchos años director creativo de una de las agencias de publicidad punteras en València en aquellos años. Su papel era estar todo el día con un lápiz en mano realizando bocetos y dibujando. Además, se rodeó siempre de personalidades como Vicent Ventura, Joan Fuster o el propio Tomás Llorens . Todo ese ambiente intelectual en el que se movía no eran más que estímulos para esa sensibilidad creativa que podemos observar incluso en los títulos de las obras donde la carga emocional, sobre todo en las primeras décadas de su trayectoria, es evidente.

Reconocemos a Alfaro por las imponentes estructuras en acero donde los ángulos rectos, la línea y las tramas se hacen maestras. Por razones obvias, no es esta una exposición donde se muestren las grandes esculturas públicas que el artista fue creando para ciudades, parques, plazas e instituciones. Esas las podemos ver en el documental que el cineasta Vicente Tamarit ha realizado con muy buen acierto. El formato elegido es el pequeño y mediano, probablemente muchas de ellas fueron la base de aquellas otras. De hecho, recibe el título de Laboratorio de formas escultóricas como un acercamiento al trabajo que el escultor realizaba en su taller de Godella. La belleza de estas piezas es indiscutible: «Veles i vents» de 1974, su particular homenaje a Leonardo da Vince, al movimiento Dadá, o «Dándole vueltas» nos parecen magníficas.

Suponemos que por no encasillarse o simplemente por necesidad de experimentar con otros elementos, Alfaro decide trabajar el metacrilato, las «transparencias cromáticas», como bien han definido los comisarios. Introdujo el color a los metales, añadió connotaciones musicales a sus obras y hasta se atrevió con el mármol. Rodeada de hierros y metales surgen dos piezas increíbles: el hermoso y modiglianesco rostro de «Charlotte von Stein», fruto de su interés y lecturas sobre Goethe, y un bloque enorme en mármol rosa denominado «Afrodita». No seremos nosotros quienes discrepemos de los comisarios, cuyo trabajo es intachable, pero ese modo en que está trabajado el torso, sin artificios ni florituras, sin apenas incidir en la pieza, nos recuerda más a una obra del gran Miguel Ángel que al barroco de Bernini.

La vida sigue y se va envejeciendo y por algún motivo regresamos al punto de inicio. Las grandes estructuras de líneas en fuga que implican la idea de seguridad, firmeza, inflexibilidad porque se es joven y se puede abarcar todo y enfrentarse al mundo si es necesario, ya no parecen atraer al artista. El color brillante del acero pulido desaparece y vuelve el minimalismo. Independientemente de la fama, de lo aprendido, viajado, con todo lo creado y con lo perdido, con aquellos que ya no están y con los que le rodean, el artista intelectual y siempre fiel a sus raíces regresa a sus orígenes. Entre las últimas obras expuestas se han elegido unas piezas en acero basto y sin pulir que recuerdan mucho a los mandalas hinduistas, con esa idea, como aquellas primeras obras, de la circunferencia y de la infinitud del universo. Nosotros, con todo, nos quedamos con la emotiva y condensada pieza que resumiría su trayectoria profesional, y no sabemos si también su vida, y que sintetiza todo lo que Alfaro siempre quiso transmitir, de la vida y la muerte, la memoria.

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