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El filo de "La espada del Islam"

Robert Payne realiza un extenso e intenso viaje por la historia

El filo de "La espada del Islam"

La historia cuenta que en el umbral del siglo VII, la península arábiga estaba ocupada por numerosas tribus politeístas. En el año 610, Mahoma estaba en uno de sus habituales retiros en una cueva próxima a La Meca cuando tuvo una visión del arcángel Gabriel que le señalaba como elegido por Dios para ser el último profeta. Así arranca la unificación de toda Arabia bajo el empujo de la nueva fe. El historiador Robert Payne realiza en La espada del Islam un viaje a través de catorce siglos en los que cultura, política y conquista van marcando las diferencias entre el origen sencillo del Islam con el espectacular auge del Imperio otomano, las dinastías omeya y abasí, y el Renacimiento islámico, cuando ciencias, filosofía y artes alcanzaron cumbres sin parangón, con personajes históricos de la talla de Almanzor, Abderramán, Saladino, Carlos Martel o Carlomagno, y joyas de la creación humana como la mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada o el Templo de la Roca de Jerusalén.

Ni qué decir tiene que una historia tan extensa e intensa es un pozo sin fondo para un historiador, sobre manera si es, además, un narrador de pulso firme y fluido. Siendo una obra publicada en los años 50, La espada del Islam ayuda a comprender mejor la actualidad. Matiza el autor que «si pudiéramos medir la eficacia de una religión con el goce que proporciona al hombre, el Islam nos demostraría una eficacia superior a lo normal. Sin embargo, la satisfacción del musulmán se asienta en un balance de fuerzas precario. Al igual que el cristianismo, el Islam presenta una extensa gama de problemas teológicos sin resolver y los mahometanos son, como los cristianos, esclavos voluntarios de un ideal al que muy pocos consiguen acercarse. Como la escisión entre Oriente y Occidente tiende a crecer, nos inclinamos a pensar que los musulmanes pertenecen al campo contrario; pero, de hecho, forman parte de Occidente».

Para Payne, «sus raíces coinciden en parte con las nuestras; participan de la misma porción de energía divina. Demasiado a menudo olvidamos que Jesús, además del nuestro, es el Mesías de los mahometanos». El Islam «no tiene clero y carece de una tradición científica arraigada; no existe en su seno ninguno de esos elementos litúrgicos propios del culto occidental que halagan los sentidos. Nuestro culto procede de las cortes judía y bizantina, nuestro Dios es una figura imperial que señorea sobre todos los reinos. El suyo es el Dios austero de los desiertos, que resplandece como el sol sobre la vida abismal de los moradores de los arenales y no otorga a los hombres otro consuelo que la promesa de darles entrada en el paraíso si obedecen sus férreas leyes. El Islam es una religión nueva que todavía sangra. Una religión sin ternura, sin una Virgen, sin amor, en el sentido en que nosotros lo entendemos. El aspecto de Mahoma es totalmente masculino; así se ha conservado y no se concibe que pueda variar jamás».

«Pueblo augusto y orgulloso que partiendo de Arabia llegó a conquistar buena parte del mundo conocido en aquel tiempo», recuerda el autor, y advierte: «Tarde o temprano tendremos que aprender a convivir con ellos».

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