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La realidad inventada

Joel Kupperman fue el niño maravilloso, el consuelo yanqui durante la Segunda Guerra Mundial; mientras Sabrina Gallo, una mujer de 27 años, desaparece un día al regresar del trabajo. Una análisis sobre el desarrollo familiar en la novela gráfica.

La realidad inventada

Es interesante analizar cómo la reflexión sobre la figura paterna forma parte decisiva de la evolución de la novela gráfica actual, quizás empujada en su inicio por la influencia indiscutible del Maus de Art Spiegelman (Reservoir Books), pero que ha encontrado un camino propio en el cómic actual hasta casi elevarse a categoría de género, en el que se encuentran aportaciones tan valiosas como el Fun Home de Alison Bechdel (Ramdom House) o incluso El Arte de Volar, de Antonio Altarriba y Kim (Norma Editorial). A primera vista, Niño prodigio (Blackie Books), podría etiquetarse en este particular género, pero la creación de Michael Kupperman desborda rápidamente el espacio íntimo de la familia para constituirse como una acerada reflexión sobre la sociedad americana a través de la omnipresencia de los medios. Se aprovecha de un punto de partida atípico: su padre fue protagonista durante años de un concurso radiofónico de preguntas para niños, que lo haría famoso y popular en la sociedad americana de los 50 como niño prodigio, pero que también lo traumatizaría y destrozaría, creando una personalidad apocada y ausente que el dibujante padeció sin comprender. Ya adulto, Kupperman abandona el humor absurdo, con el que se ha granjeado un nombre en el cómic americano actual, para desarrollar una investigación minuciosa de una infancia de la que su padre renegó e intentó ocultar, que le permitirá verlo con otra mirada pero, también, descubrir cómo la sociedad americana se construyó alrededor de unos mass media dispuestos a vender cualquier realidad inventada y edulcorada. Atentos al despliegue gráfico pleno de decisiones narrativas basadas únicamente en la imagen: desde su autorepresentación aséptica (y simbólica) al uso de la fotografía retocada.

Pero si la radio y la televisión marcaron las décadas tras la segunda guerra mundial, el siglo XXI ha trasladado el foco de la comunicación a Internet y las redes sociales, transformando la sociedad y las relaciones humanas. Nick Drnaso se había postulado ya en su anterior novela gráfica, Beverly (Fulgencio Pimentel), como un eficaz testigo de esa América alejada de la sublimación icónica de la publicidad y Hollywood, pero en Sabrina (Salamandra Graphic) certifica además su candidatura a ser uno de los grandes herederos de la magistralidad de Chris Ware. Se contagia de su narrativa para contar la historia del impacto del asesinato de una mujer en tres personas: su hermana Sandra, su prometido Teddy y Calvin, el mejor amigo de este. Desde la primera página, la distancia que Drnaso impone entre el lector y relato deja fuera de la ecuación toda tentación de melodramatismo, abordando las reacciones de sus protagonistas desde una asepsia perturbadora e inquietante, que le permitirá construir una telaraña de emociones reprimidas en las que las redes aparecen como válvula de escape. Sin embargo, esas redes se convertirán en protagonistas cuando la información mute desde testimonio de la realidad a objeto de debate público, que deja la veracidad de lado para reescribirse como fake news en una perpetua mutación, construyendo una realidad alternativa propia que alcanza la categoría de verdad asumida. Verdad colectiva asentada a golpe de tuit viral que compite con la emoción individual e íntima en posición de superioridad, en un combate perdido tan injusto como demoledor. Una potente y desoladora obra que ha conseguido que, por primera vez, una novela gráfica sea nominada al Booker Prize, uno de los premios literarios más prestigiosos en lengua inglesa.

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