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Culturismo

Anda revuelto el mundo de la cultura valenciana con el anuncio de huelga del Cor de la Generalitat, la cual afectará a tres óperas y a un gran concierto. Los sesenta cantores se quejan de la inestabilidad laboral que padecen, una deficiencia que viene de lejos y que la gestión de la Consellería de Cultura no ha mejorado tampoco. No es el único conflicto que enturbia el panorama cultural. Por ejemplo, los escritores y las editoriales se quejan de la asimetría de las ayudas, que benefician tan solo a los amiguetes del repartidor. En cuanto a los museos tampoco es que estén para lanzar cohetes cuando la mejor exposición del año pasado, la de Alfaro, la tuvo que organizar una entidad privada. Nada nuevo bajo el sol. Es habitual que estas cosas se multipliquen en víspera de elecciones y que unos y otros se echen en cara su falta de interés por la cultura. Sin embargo, las deficiencias culturales apuntan más allá de las urnas: en la legislatura precedente y en la anterior a esta ya ocurría lo mismo y, además, el impacto electoral de una huelga del coro o de unos museos en estado catatónico es mínimo. Pienso que nos enfrentamos a algo mucho peor, a un desequilibrio estructural entre el cuerpo y la mente del que solo pueden seguirse grandes calamidades. Mens sana in corpore sano, decían los clásicos, pero me temo que nos hemos decantado por lo segundo. No hace tanto que la gente guapa tenía un director espiritual. Cuando comento esto en clase, mis alumn@s me miran perplejos sin saber muy bien a qué me estoy refiriendo. Pues a un cura al que visitabas de vez en cuando para contarle tus interioridades, les digo. Ah, un psicólogo -me espetan. Más o menos, les contesto, pero uniformado y sin cobrar. Sin embargo, ahora ya no está de moda ir al psicólogo, ahora lo que mola es tener un entrenador personal.

Antes esto era algo privativo de los deportistas de élite. Como es natural, Rafa Nadal o Mireia Belmonte tienen a alguien que se cuida de sus bíceps, de su capacidad pulmonar y demás. Lo que ya no resulta razonable es que la gente guapa se haya procurado también un entrenador, como si tuviese que ganarse la vida en las canchas deportivas. Los políticos, que dicen estar al servicio del pueblo pero que solo sienten una fascinación irresistible por el pueblo elegido, ventearon la tendencia antes que nadie: Aznar tenía su preparador físico y hacía alarde de pectorales; su sucesor Zapatero se autonombró ministro de Deportes. Ambas actitudes revelan un culto al cuerpo en detrimento de la mente que a los antiguos les habría horrorizado.

Claro que hay antiguos y antiguos. Siempre me ha parecido significativo que Cómodo fuera el sucesor de Marco Aurelio. Estos personajes los conoce todo el mundo por la película Gladiator de Ridley Scot, pero el film adorna la verdad histórica con un relato romántico que la desvirtúa. Lo que sabemos documentalmente es que Marco Aurelio fue un filósofo que consiguió detener a los bárbaros y al que sucedió su hijo Cómodo, un verdadero energúmeno responsable de la decadencia de Roma. Admiraba a los gladiadores y se convirtió él mismo en gladiador, actuando desnudo en el circo, donde mataba a cientos de mutilados del ejército que le ponían delante. Este desastroso emperador, del que el historiador Herodiano decía que «no tomaba sus armas de soldado contra los bárbaros en una acción digna del imperio romano, sino que ultrajaba su propia dignidad con una imagen vergonzosa en extremo y deshonrosa», también practicaba el culto al cuerpo. Salvando las distancias, algo de esto ocurre hoy en día. En mi barrio hay casi tantos gimnasios como bares: las bibliotecas brillan por su ausencia y las librerías van cerrando una tras otra. Puede que a base de culturismo mejoremos nuestro estado físico, pero si no cuidamos la cultura, lo pagaremos muy caro. Y si no, al tiempo.

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