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Y en eso llegó la Bauhaus

De utopía social a fuente de inspiración para el diseño, la moda y la música. La Escuela de la Bauhaus cumple 100 años, un aniversario señalado por un calendario internacional

Y en eso llegó la Bauhaus

Cuando el escritor Tom Wolfe publicó ¿Quién teme al Bauhaus feroz? (Anagrama), los postulados estéticos y sociales de la escuela vanguardista alemana ya habían sufrido algunos desaires por parte de los promotores del postmodernismo y «el ornamento ha dejado de ser delito». Wolfe, com ya había hecho anteriormente con otro texto, La palabra pintada, esta vez poniendo en el centro de sus diatribas a la clase pictórica, realizaba su particular ajuste de cuentas con aquellos «misioneros» encabezados por el arquitecto alemán Walter Gropius que habían llevado la doctrina y fe bauhausiana a la joven y virgen Norteamerica. Ahora, al casi un año de la desaparición del escritor americano, el movimiento pedagógico que desde la ciudad de Weimar irradió la Europa de entre guerras empujado por los vientos vanguardistas y acabó señalando el siglo XX, celebra su centenario. Una institución pedagógica que acabaría proyectándose más allá de los talleres utópicos. Como señala Claudia Perren, directora de la Fundación Bauhaus Dessau, un organismo que se encarga de velar por el legado de la escuela, «la Bauhaus no fue solamente un modelo conceptual, sino también social, económico y político».

Fundada en 1919 por Walter Gropius la Escuela de la Bauhaus postula, entre otros ideales, encontrar nuevas formas de organización de la vida cotidiana. Del picaporte a la vivienda doméstica. A Dessau , la nueva tierra de acogida del movimiento artístico en la década de los años veinte, los arquitectos de la escuela inician la construcción de prototipos de casas destinadas a las clases obreras, cuyo fin es que puedan pasar de su condición de alquilados a ejercer de propietarios. A su vocación de utilidad social, la escuela suma su metodología interdisciplinar y carácter internacional. Estudiantes llegados desde Inglaterra, Francia, Dinamarca, etc. se inscriben en el centro al mismo tiempo que su filosofía, técnicas, métodos, cruzan las fronteras.

Con motivo de la celebración del centenario, entre otros eventos, hay previsto la inauguración el próximo abril del «Bahaus Museum Weimar» que se unirá al centro ya existente de Dessau, con una exposición donde se podrán ver los proyectos y diseños de la escuela salidos de sus talleres en los primeros años de su puesta en marcha. Esos mismos talleres de aprendizaje en los que el arquitecto Walter Gropius, después de los horrores de la Primera Guerra Mundial, se lanza a la creación de objetos cotidianos que contribuyan a modelar, a hacer más práctica y funcional la vida para este nuevo hombre, protagonista de la modernidad. Como señala el sociólogo y critico en su ya canónico estudio El diseño industrial y su estética constituyó «un primer rompimiento con los esquemas sociales decimonónicos totalmente anticuados». «Crear un arte capaz de conseguir con el mínimo coste el más alto nivel artístico y tratar de diseñar objetos destinados a todas las categorías sociales y no reservados a unas pocas elites». Una metodología que no ocultaba su lado utópico en su búsqueda de ese creador o artista completo capaz de dominar todos los sectores de producción gracias a esa unidad de las enseñanzas artesanal, industrial y artística. La búsqueda de un ideal de carácter humanístico.

En sus casi quince años de existencia y diferentes sedes, Bauhaus acogerá a la flor y nata de las vanguardias europeas de los años veinte y treinta: Klee, Kandinsky, Moholy-Nagy, Mies van der Rohe, Albers, Max Bil o Marcel Breur, diseñador de algunos de los muebles que han quedado como emblema del movimiento. Para su proyecto académico, Gropius atrae a un nutrido grupo de creadores que se han formado en los diferentes movimientos que han estallado en los inicios del siglo XX, artistas procedentes del movimiento expresionista Der Blaue Reiter y de la abstracción, suprematismo, constructivismo, etc. No faltarán los debates y polémicas entre promotores y enseñantes, corrientes que se enfrentaron entre sí en el seno de la institución, el propio Walter Gropius décadas después, ya desaparecida la escuela, no esconderá sus críticas hacia ese «estilo Bauhaus» copiado y adulterado por el diseño más comercial.

El sueño utópico de la Bauhaus acabará en 1933 con la llegada al poder del Nazismo, la escuela ahora con sede en Berlín, la última parada, cierra definitivamente sus puertas iniciándose el éxodo de profesores, creadores, alumnos; algunos como Gropius, Mies van der Rohe continuaran su obra al otro lado del Atlántico. Como señala el libro 100 años de la Bauhaus (Taschen) uno de los textos que se han unido a la celebración, «las ideas y los principios formulados en la Bauhaus siguen proporcionando estímulos de todo tipo en los ámbitos más diversos, desde métodos de enseñanza, diseño contemporáneo, arquitectura o vivienda hasta forma de trabajar, producir y vivir». Las obras creadas en la Bauhaus en las diferentes disciplinas, arquitectura, pintura, fotografía, diseño textil, diseño industrial «han supuesto una continua fuente de inspiración para toda una serie de obras científicas y artísticas a lo largo de los años». A pesar de las críticas, de los enfrentamientos, de su carácter utópico, para Claudia Perren la prueba de su fascinación, de su carácter referencial, no solamente para arquitectos y diseñadores, es su poder como fuente de inspiración para la música, el espectáculo, el cine, la fotografía, la moda, etc.

Dentro de los actos del centenario, como curiosidad, destaca la creación de una serie de ficción por la televisión alemana sobre la figura de Walter Gropius, que además de narran los avatares de la escuela, cuenta la historia de amor entre el arquitecto y una de sus alumnas, Dörte Helm con el fondo de la República de Weimar.

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