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Fumetti

Quedan irreductibles en la historieta italiana, como Andrea Pazienza, un orfebre del noveno arte

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Resulta decepcionante la irregularidad que la presencia del vecino cómic italiano padece en nuestro país. Es cierto que sus representantes más reconocibles han gozado de una continuidad envidiable en nuestras librerías: la omnipresencia aventurera del Corto Maltese de Hugo Pratt o el refinado (y, por desgracia, desde hace tiempo previsible) erotismo de Milo Manara nunca han abandonado al lector hispano, pero es difícil hoy en día encontrar la firma de autores y autoras italianos de forma estable. Cierto es que algunas editoriales han tomado la iniciativa y planteado una numantina resistencia ante el olvido, como Aleta y Panini, que han apostado por los tebeos de Bonelli, uno de los pocos vestigios que queda en el continente de un tebeo popular que ha practicado un género de sólida coherencia y calidad; la editorial ECC publicando esa joya del western moderno que es el Ken Parker de Milazzo y Berardi o la editorial Ponent Mon, que ha optado por la recuperación de dibujantes clásicos como Attilio Micheluzzi o Eleuteri Serpieri. Labores encomiables a las que hay que añadir la edición puntual de obras de genios clásicos y modernos como Crepax, Vittorio Giardino o Gipi, pero que están instaladas en la periferia de una comercialidad donde reina el manga y el fenómeno transmedia superheroico, arrastrado por el éxito en la gran pantalla. Un panorama que contrasta con la inmediatez con la que en los 80 se recibía la obra de la mayoría de los citados y los Battaglia, Toppi, Liberatore y Tamburini, Magnus, Mattotti, Mattioli, Saudelli o De Luca que inundaban las revistas de cómic. Hoy parece imposible estar al día de la actualidad de los fumetti italianos y, saber así de la pujanza de autores y autoras como Vincenzo Filosa, Alessandro Tota, Francesca Ruggiero y Eleonora Antonioni, Lise & Talami , Paolo Bacilieri, Cristina Portoano, Francesco Cattani o Paolo Cattaneo, pero también de fenómenos como Zerocalcare, un superventas apenas publicado en España pese a su indudable interés.

Pero quedan irreductibles, como la siempre estimable Fulgencio Pimentel, orfebre de la edición del noveno arte y con especialidad sensibilidad por los outsiders del trazo displicente y acomodado. En su búsqueda por los generadores de la nueva vanguardia de la historieta, miran también a los puntales sobre los que se han construido nuevas formas de entender el cómic, donde una figura brilló con una fuerza tan incontenible como efímera: Andrea Pazienza. Tras la publicación del indispensable Zanardi, llega ahora a las librerías Corre Zanardi, segundo recopilatorio de historias cortas de un autor de imposible taxonomía: Pazienza fue una bomba de pura energía creativa que se propagó con fuerza nuclear durante poco más de una década, entre los 70 y los 80, lanzando desde las páginas de Frigidaire y Cannibale una muestra de talento gráfico y narrativo nunca vista antes, que se extendió a cualquier forma de arte conocida: de la ilustración y la pintura al cine y el naciente entonces videoclip. Absorbió todas las influencias gráficas posibles, de Carl Barks y Jacovitti a Moebius y Crepax, para desarrollar una infinita capacidad camaleónica en su trazo, siempre cambiante, en mutación casi esquizofrénica, pero con una coherencia interna única sobre la que edificó una obra rabiosa y contestataria, que miraba la cotidianidad de la juventud rebelde para lanzarla al lector en un discurso de agresiva provocación, dejando al descubierto el cinismo de las convenciones sociales. Solo la heroína pudo callar su voz disidente y su pasión creativa, que por fin llega en cuidada edición tras su paso esporádico por la revista El Víbora en los 80.

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