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La democracia en peligro

Los distintos ejemplos de populismo ha hecho salir a la luz una pregunta :

La obra conjunta de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, ambos profesores de la Universidad de Harvard, Como mueren las democracias, analiza los nuevos peligros de esta forma de Gobierno en el siglo XXI. Los autores de este libro empiezan su obra con un resumen de la «ola democratizadora» que hubo en el mundo entre 1975-2000. Empezó en el Sur de Europa con la desaparición en breve tiempo de las dictaduras portuguesa, griega y española. Continuó en muchos países ibero-americanos en la década de los 80 en las que se habían establecido numerosas dictaduras militares, con el apoyo del vecino del Norte. Y finalmente terminó la ola con el desmoronamiento de la Unión Soviética, lo que permitió a numerosos países de la Europa Central y Oriental alcanzar la libertad.

Frente al entusiasmo democratizador con el que alboreaba el nuevo siglo, Levitsky y Ziblat advierten de una nueva forma de destruir las democracias. Esta ya no es mediante el clásico pronunciamiento militar en el que el Ejército asume el poder. La nueva técnica es ganar unas elecciones parlamentarias o presidenciales y desde esta posición de fuerza vaciar de poder los contra-pesos de una auténtica democracia: tribunales, medios de comunicación hostiles, agencias tributarias, servicios de información€

Estos nuevos autócratas parlamentarios - Orban, Erdogan, Maduro, Putin - no han inventado nada nuevo. Adolf Hitler, líder de la mayoría minoritaria del Parlamento alemán, el 24 de marzo de 1933, pactando con la derecha democrática del Zentrum aprobó la Ley Habilitante por la que se le confería al futuro Fuhrer plenos poderes por 4 años. Como todos sabemos esos 4 años fueron 12, hasta que con los rusos a 200 metros del bunker de la Cancillería del Reich, el genocida dictador se suicidó. Uno de los más significados «líderes» conservadores, Von Papen, suponía que Hitler sería una marioneta en sus manos. Cuesta imaginar un error de cálculo más colosal. Este ejemplo sirve a los autores del libro para advertir a la derecha democrática de los riesgos que asume cuando pacta con la extrema derecha. En realidad no hacen otra cosa que legitimarlos.

Levitisky y Ziblatt dedican buena parte de su obra a la historia de la democracia americana, desde la Constitución de Filadelfia, en 1787. El desenlace de esa historia a día de hoy es la presidencia de Trump, al que no dudan de calificar de una importante amenaza para los cimientos del edificio que se empezó a construir hace 232 años. En el libro se recalca como rasgo básico de las democracias duraderas la existencia de hábitos y costumbres que establezcan la contención mutua de los partidos rivales, en EEUU el republicano y el demócrata. Como ejemplo extraído del pasado se detalla lo que pasó cuando Roosevelt en 1937 quiso ampliar el Tribunal Supremo con 6 nuevos miembros designados por él, con el fin de evitar el bloqueo de las leyes del New Deal por el susodicho tribunal. Esta iniciativa no sólo contó con la oposición de los congresistas republicanos, sino de muchos demócratas, lo que provocó que la propuesta cayera en saco roto. En esos momentos el partido demócrata tenía mayoría en ambas Cámaras. Y además la Constitución americana nada dice del número de miembros que componen el Tribual Supremo, por lo que stricto sensu la iniciativa de Roosevelt era perfectamente constitucional. Los demócratas no quisieron romper las reglas del juego, que más o menos se habían mantenido durante 150 años, otorgándole a Roosevelt unos poderes extraordinarios, pese a que los EEUU padecían las gravísimas consecuencias de la Gran Recesión.

Para nuestros autores un hecho clave para la permanencia de las democracias es que haya unos guarda-raíles que impidan que este tren de convivencia pacífica no descarrile, y que fundamentalmente serían la contención y el respeto mutuo de los políticos adversarios. Uno de ellos, que nos puede resultar familiar, es que no se puede calumniar al presidente del Gobierno llamándole «traidor». Trump en su campaña electoral coreaba con sus partidarios que encerraría a su rival Hillary Clinton si triunfaba.

En el libro se rescata del olvido a un político que inició el deterioro de la, en tantos aspectos ejemplar, democracia americana: Newt Gringich. En junio de 1978, en su campaña para ser elegido congresista republicano en Georgia, no se privaba de decir: «Estáis luchando en una guerra, una guerra por el poder». Cuando los republicanos alcanzaron la mayoría en la Cámara de Representantes, en 1994 Gringich fue presidente de la misma, e impulsó la destitución de Bill Clinton por un asunto privado, vinculado a una supuesta relación extra-matrimonial de éste, fracasando en el empeño. La bipolarización política se agudizó durante la presidencia de Barak Obama, el primer presidente negro en la historia del país. Algunos medios de comunicación reaccionarios, políticos republicanos y el entonces desconocido, al menos en Europa, Trump llegaron a cuestionar que Obama fuera americano. Que éste aportara su certificado de nacimiento en Honolulu sirvió para poco. Empezaba la era de las falsas verdades.

Pero este libro profundiza en la raíz de la crisis de la democracia de la superpotencia mundial. Para los autores no es otra que la gran importancia numérica de las minorías raciales, negros e hispanos, que votan masivamente demócrata, y por el contrario el republicano se ha convertido en el partido de los blancos. Unos se consideran legítimos titulares de los derechos de cualquier ciudadano americano, y los otros se sienten amenazados en su hegemonía de más de dos siglos, fuera cual fuera el partido gobernante. Desde 1787 EEUU había sido una nación con un total predominio de los blancos, aunque la victoria nordista en la guerra de Secesión liberara a los negros de la esclavitud, hasta la Ley de los Derechos Civiles de 1964 que conduciría a la plena democratización del país

Nos encontramos con un ensayo interesante, no sólo porque aporta una abundante información del tejido político de una nación determinante en todo el planeta, sino también porque el giro a la derecha de los republicanos, las soflamas del inquilino de la Casa Blanca, y la transgresión de la líneas rojas que nunca se deben cruzar en una democracia, tienen en España un sonido familiar.

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