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Lerroux: Un blasquista para toda España

El líder del Partido Republicano Radical encarna el nexo entre dos maneras distintas de entender la política, a caballo entre los siglos XIX y XX

Lerroux: Un blasquista para toda España

Acaba de aparecer un nuevo libro de Roberto Villa sobre Lerroux, precisamente con este título, que me ha llevado a proponer la afirmación que aparece como titular del artículo aunque haya a quien le parezca arriesgado. De la obra de Roberto Villa se desprende la idea, totalmente cierta, de que Lerroux se inspiró en la organización blasquista valenciana para refundar y reforzar la organización republicana en toda España empezando por Barcelona, donde era llamado el «tigre del paralelo».

Lerroux y Blasco Ibáñez se unieron en una Federación Republicana en 1902 que fue núcleo fundamental de la resurrección del republicanismo en la Unión Republicana de 1903. Con todo, la afinidad política no se tradujo en una amistad privada. Cuando tuvieron la oportunidad de intimar en una estancia en Buenos Aires (1908), Lerroux (Memorias, 314-316) ponderó las dotes políticas y literarias de Blasco Ibáñez al tiempo que lo describía de la siguiente forma: «Era de lejos simpático, que atraía. Acercarse demasiado a él era correr al desengaño. La vanidad le había hecho soberbio y la soberbia le impedía afinarse y refinarse», pues carecía de modales y era brusco en el trato. Lerroux se quejaba de que Vicentet le desdeñaba un poco: «Había que ser su admirador, su incondicional: era difícil ser su amigo. Él no lo era de nadie». Harto conocida era la «codicia» de Blasco Ibáñez «que alcanzaron tonos de tendero con motivo de las conferencias de pago». Con todo, las consideraba las «rarezas de los hombres geniales».

Pero el libro de Roberto Villa, además de las cuestiones mencionadas en relación con la historia valenciana aporta una visión que supera la Imagen tradicional de Lerroux y el Partido Radical, y también del P.U.R.A., que fundamentalmente se ha centrado en dos puntos:

a) Nacimiento del Partido Radical: vinculado a las campañas demagógicas del caudillo radical, pero también de Blasco Ibáñez y de Soriano, contra la Monarquía, la patronal y la Iglesia católica.

b) Baja calidad moral de sus cuadros, vinculados a escándalos de corrupción, que le perseguirían de principio a fin.

Sin embargo, estos dos puntos mencionados no nos deben hacer olvidar los logros más importantes del Lerroux político, que como los buenos vinos mejoró con el tiempo:

a) El Partido Radical como primera organización moderna de masas, capaz de movilizar y ganar elecciones en la Barcelona de principios del siglo XX; y como un partido de carácter interclasista, capaz de combinar amplios apoyos entre los sectores obreros y la clase media que votaba a los republicanos. De hecho, sería el único gran partido capaz de competir con los socialistas por liderar el gobierno en la Segunda República.

b) A partir de 1909-1910, el Partido Radical como un partido republicano posibilista y progresivamente más liberal y moderado, que pudo haber formado parte de la izquierda de la Monarquía de Alfonso XIII, si no se hubiera producido el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera.

c) Esa moderación se mantuvo ya después de la proclamación de la Segunda República, que Lerroux intentó consolidar ampliando los apoyos del nuevo régimen entre los monárquicos constitucionales, a los que ofreció integrarse en un proyecto centrista, que debía recuperar las esencias liberales y parlamentarias que habían sido suprimidas con la Dictadura de Primo de Rivera en 1923.

d) El atemperamiento de su anticlericalismo demagógico fue otra de las destacadas evoluciones de Lerroux. La activa laicización de la sociedad que había predicado en su juventud acabó convirtiéndose en una mera tolerancia de cultos. Por el camino, el Partido Radical abandonó cuestiones capitales para el republicanismo como la abolición de las órdenes monásticas o del presupuesto de culto y clero, limitándose a postular el divorcio y la no impartición de catequesis en las escuelas. En la Segunda República, Lerroux postuló una Iglesia libre en un Estado libre, donde primara la libertad de los católicos para ejercer su culto, combinándola con la libertad de quienes no estaban adscritos a religión alguna. Esa tolerancia, y la defensa de una economía de mercado y un derecho de propiedad compatibles con un Estado más intervencionista en materia social, permitiría la convergencia entre el Partido Radical y la Confederación Española de Derechas Autónomas, en la que estaba incluida la Derecha Regional Valenciana, en 1933.

e) La elevación de miras de Lerroux, su generosidad y espíritu de concordia, que lo colocó en un plano muy superior respecto de otros hombres de su tiempo en los años treinta, hacen que rememoremos los valores que hicieron posible la transición a la democracia y la Constitución de 1978. Unos valores que, sin embargo, en los años treinta se identificaban con un liberalismo caduco, que parecía haber muerto definitivamente en 1923 en una época que parecía inclinarse hacia el socialismo o el nacionalismo como horizontes del futuro.

f) Más allá de la evolución desde ese joven Lerroux republicano al más veterano Lerroux liberal, una de las constantes durante toda su vida fue su oposición al catalanismo y a todo nacionalismo separatista. Hijo de militar, Lerroux fue un patriota español reacio a todo particularismo y muy consciente del daño que el cantonalismo de 1873 había hecho al movimiento republicano. Su hostilidad hacia el nacionalismo se prolongó desde su explícita oposición a la Solidaridad Catalana en 1907 a la proclamación del Estat catalá de 1934. Esta última se desarrolló dentro de una insurrección más general que hubo de combatir Lerroux como presidente del gobierno de la República. Pero su hostilidad al separatismo era compatible con su aprecio por la autonomía regional. Esto le permitiría acercarse durante la Segunda República a quien había sido su adversario de la Restauración, Francesc Cambó.

En cualquier caso, con esta biografía de un personaje tan complejo como Alejandro Lerroux y tan influyente en la vida política valenciana del primer tercio del siglo XX, debemos estar satisfechos porque tenemos historiadores que cumplen con su función y nos presentan el pasado libre de ese historicismo que tanto contribuye al descrédito de la Historia como disciplina académica.

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