Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Teatro para la juventud

Teatro para la juventud

La adolescencia es ese lugar en el que se transita sin red, se pasa de una orilla a la otra por encima de un abismo insondable. En la adolescencia se supone que estamos solos, pero no porque no estemos rodeados sino porque no sabemos escuchar, solo sabemos negarnos y ser rebeldes. Miles de ruidos, sonidos, cantos de sirena del mundo y del cuerpo estallan ante nosotros y no hay manera de canalizarlos.

Las artes escénicas nos enseñan a entender el mundo o los mundos, a ser críticos, a descubrirnos y redescubrirnos. Las artes escénicas debería ser una herramienta para trabajar con los adolescentes y acompañarles en ese arriesgado pulso que se le hace a la vida en esa edad. Pero nunca desde el adoctrinamiento, ni el paternalismo€ sino desde la educación, desde la crítica, desde la iluminación artística.

En València provincia existen diversas compañías, salas y proyectos que trabajan con adolescentes desde el compromiso y la honestidad. El Raval de Gandia, como continuador de la labor ejemplar y profunda que realizaba Pluja Teatre, la compañía CRIT Teatre, que lleva toda la vida trabajando con adolescentes y universitarios, esos postadolescentes, también Proyecto inestable, que desde hace seis años y ahora con el apoyo del IVAJ lleva a cabo la Trobada de teatre jove, ya en su 6ª edición, también el Olympia, Teresa de Juan, los incombustibles en el empeño Tomás Motos y Antoni Navarro€ desde lugares pequeños, concentrados, desde miradas novedosas y educadoras, desde la honestidad y el cariño se trabaja con los adolescentes en las artes escénicas. Casi siempre desde el tercer sector y el sector privado.

Creo que València necesita un Teatro para la Juventud, tanto un lugar físico que sea una especie de centro neurálgico y trabaje con otros nodos, como psíquico, de pensamiento, de acción, dinámico. Que innove, que medie, que provoque a los jóvenes, que se relacione con otros proyectos nacionales e internacionales. Y estamos en un momento en el que puede darse, en el que debería darse.

Para desarrollar un poco más el tema del teatro en la educación hoy colabora Rafa Palomares, codirector de Proyecto inestable, creador de Inestables por la educación y profesor de Secundaria y Bachillerato.

Rafael Palomares. No hay ningún recurso didáctico tan potente como el teatro, me atrevo a confesar, y lo hago desde mi modesta, pero ya avanzada, experiencia docente de dieciséis años. En todo ese tiempo he utilizado el teatro como herramienta al servicio de los aprendizajes de mi área, Lengua y Literatura, y también como una actividad artística reglada desde el área de Artes Escénicas y Danza, actualmente, o anteriormente, desde el Taller de Teatro o Dramatización, de la anterior ley educativa. Es decir, el teatro aplicado a la educación y el teatro como arte o espectáculo.

Ya el mismísimo García Lorca apuntó aquella idea de que «el teatro es un atajo pedagógico», a la que llegó, creo yo, en el contexto de las Misiones Pedagógicas en las que participó, y esta metáfora en seis palabras ofrece en «atajo» la clave que puede darnos luz en el primero de los dos ámbitos que la relación educación-teatro genera, en el propiamente educativo.

Así pues, si pensamos en cualquiera de los conceptos pedagógicos en boga, desentrañaremos ese «atajo»; conceptos como aprendizaje basado en proyectos, educación emocional, aprendizaje por competencias, metodologías activas, gamificación, educación inclusiva, etc. son propuestas educativas que encuentran en el teatro el medio propicio para su desarrollo en el aula de cualquier etapa educativa reglada; no obstante, el teatro y las artes escénicas en su conjunto permiten trabajar al individuo por completo, regla de las cuatro ces (corazón, cerebro, cuerpo y cultura); favorecen la concentración y la atención; desarrollan las competencias clave, especialmente, la comunicativa, la artística, la autonomía personal y la social y ciudadana; se pone en práctica el reconocimiento y la gestión de las emociones; crean y cohesionan grupos, generando un sentimiento de comunidad en diferentes dimensiones (clase, centro educativo, barrio, pueblo, ciudad) y, por supuesto, las artes escénicas humanizan, ponen en el centro de las actividades el factor humano y no en los cuerpos teóricos inabarcables ?no entraré aquí en el irresoluble debate de la utilidad de los mismos? de todas las disciplinas que marca el currículo oficial que se ha de impartir, que siempre parece estar por encima de los intereses de todos los agentes implicados en el proceso educativo: docentes, alumnado, familias y administración. Además, en consecuencia de todo esto, el teatro genera una convivencia con menor conflictividad, casi nada.

Pero, si yo insisto que no hay ningún recurso didáctico tan potente como el teatro, no solo lo sostengo por todas esas prestaciones incontestables desde el punto de vista pedagógico, sino porque he vivido experiencias que ninguna otra actividad o metodología me han ofrecido, pues me han enseñado a mí también: los alumnos han asumido horas y horas de permanencia en el centro para ensayar fuera de su horario lectivo, han memorizado textos de una extensión insospechada para muchos de ellos, han entablado relaciones personales inolvidables entre alumnos de distintos grupos o tribus, y ellos conmigo, han recibido aplausos y han derramado lágrimas, han hablado de su homosexualidad, orfandad o soledad e, incluso, algunos y algunas han iniciado una carrera actoral, han encontrado su fluir, el sentido de su existencia. Aunque este último no es el objetivo del teatro en la educación, no se trata de hacer actores o actrices, sino de ayudar a crecer a personas.

Pero sería incompleta esta reflexión si no tratase ese otro ámbito en el que podemos y debemos entender la relación educación-teatro, el propiamente profesional de las artes escénicas. Un ámbito que también conozco desde 2003. Si encontramos las preguntas, estaremos cerca de entender la importancia que la educación y el sistema educativo tienen para la vida y el sentido actuales de las artes escénicas.

¿Hubiera sido posible el descubrimiento de la pasión en todos los que vivimos el teatro o del teatro sin una escuela que nos llevara allí de excursión?, ¿cuántos hemos empezado en el instituto a hacer teatro?, ¿cómo queremos participar de la sociedad?, ¿tiene sentido intervenir en la educación embelleciéndola con nuestro arte?, ¿quién será el público de mañana?, ¿quiénes serán los artistas profesionales de mañana?, ¿cómo será la sociedad de mañana?, ¿mañana u hoy?

El sistema educativo tiene desafíos, muchos: no dejarse por el camino el deseo de aprender de los niños y de los jóvenes, ofrecer estímulos potentes, alumbrar pasiones, embellecer el entorno, asegurar la convivencia pacífica, enriquecer la sociedad. Y todo eso requiere de un cambio educativo que debería asumir la educación artística en sentido amplio, musical, plástica y escénica, por supuesto; los centros educativos convertidos en centros culturales, con actividad artística muy intensa, donde se hace y se ve arte, donde residen compañías profesionales e imparten talleres, donde juntos profesores y artistas montan y desarrollan proyectos de creación escénica, audiovisual, musical, donde se ofrece programación para el municipio o el barrio (exposiciones, representaciones, cine-fórum, etc.)

El mundo artístico, el escénico en particular, por su parte, el de aquí, el de nuestras administraciones, el de nuestras fronteras reales e imaginarias, también tiene retos: no resignarse a la marginalidad, al elitismo, o peor, a la intranscendencia para las generaciones venideras; creer en su capacidad para mejorar la sociedad, reivindicar y ejercer su papel social: enseñar a volar y despertar curiosidades.

Modelos los hay, claro, Bélgica con la danza, Reino Unido con el drama, por no realizar comparaciones con el deporte y su implantación educativa; decisiones por tomar, también; quién sabe si voluntades políticas o artísticas; pero ganas de que suceda, muchas, dentro de los dos ámbitos. carencia de formación permanente, muchísima. Y necesidad, toda.

Educación y teatro, teatro y educación, dos términos que deberían dialogar más, conocerse mejor y entenderse intensamente. Un teatro para la juventud, suena bien, muy bien, Jacobo.

Compartir el artículo

stats