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Ocho muestrarios de vivencias

«Catástrofes de 2ª Especie» explora los accidentes esenciales en la configuración de las identidades

Ocho muestrarios de vivencias

Existe una compulsión generalizada por transmitir de forma inmediata aquello que nos está pasando, con quién estamos, qué comemos, qué bien huele el gel de ducha, qué acaba de hacer el perro. Los que no sentimos ese apremio, ya no solo de no retransmitir ni en directo ni en diferido nuestro segundo a segundo, sino tan siquiera de conocer la vida y milagros de los demás, por lo general y sin ánimo de ofender, gente tan anodina y previsible como una misma, somos o bien tachadas de raras, o bien consideradas viejunas. Ni trendy, ni it-girl, ni influencer, ¡vaya por dios!

Puede parecer que esta obligación autoimpuesta viene de una necesidad por formar parte de determinados colectivos, de definirse con respecto a los otros, una autoafirmación que necesariamente pasa por el número de seguidores, followers -tan de moda los anglicismos-, desconocidos que aceptan, clickean o clican -ni idea cómo se escribe- y responden a imágenes y caracteres. Visto desde fuera y para unos ojos legos en la materia, la visión de alguien literalmente pegado a un móvil retransmitiendo su vida produce una cierta sensación de pena.

Olvidamos que, además o independientemente de la opinión de «los otros», nos definimos por las personas que realmente forman parte de nuestro día a día, los libros que han ido cayendo en nuestras manos, por los paisajes que vamos pisando o incluso por los objetos cotidianos sin los cuales no somos casi nada: ese despertador que suena cada mañana, la despensa recién llena tras la compra, la planta que hay que regar. A modo de diario y con una sistemática propia de un científico, Matí Martí ha ido fotografiando a lo largo de un año su hora en hora y su día a día y los ha ido introduciendo en archivadores, bolsitas de plástico dentro de las cuales se van generando vivencias. O como esa farola, frente a la ventana, que por desconocidas razones no se apaga ni durante el día y a Carmen Gray le provoca sensaciones que van desde el aprecio por su luz al permitirle observar lo que la noche esconde - «la farola está siempre ahí; he llegado a quererla (€) pronto estaré en otro lugar y ella seguirá aquí», al odio más absoluto por el consumo energético inútil o la molestia de su resplandor. Streetlight, esa farola, no hace más que replantear en la artista el modo en que respondemos a determinados objetos, a momentos, situaciones y paisajes. Exactamente el mismo planteamiento que tuvo Paula Prats frente a las montañas nevadas de Islandia. La luz intensa reflejada por la nieve, esa claridad permanente en verano que transforma los picos, la que baña con intensas tonalidades sus crestas, o el efecto contrario, la oscuridad que envuelve día y noche, durante meses, durante horas, cada momento de la vida de las personas afectando su sistema nervioso, sus vidas, para bien y para mal.

Los objetos cotidianos, esos a los que no prestamos la menor de nuestra atención, están asimismo presentes en las instalaciones de Alberto Feijóo y de Sandra Ferrer. En ambos coincide la idea de la identidad en un proceso de construcción en el que casi todo está por hacer, bajar, volver, subir, ordenar.

«Catástrofes de segunda especie», título de la muestra extraído de un texto de Agustín Fernández Mallo -aunque a nuestro entender un tanto alejado del concepto de la exposición-, no solo es una reflexión hacia la propia identidad, a la forma en que individualmente se reacciona ante determinados estímulos y hechos. Catástrofes también nos refleja como colectivo. Muy interesantes sin duda son los dos proyectos presentados por Pablo Casino y Raúl Pérez. Casino ha estado estudiando el fenómeno de la migración española en Bruselas -algunos ya han olvidado que los españoles también fuimos migrantes- y cómo aquellos fueron abriendo bares y economatos en los que se juntaban, hablaban español y por unas horas sentían el calor humano de su tierra. Lo ha titulado con mucha agudeza Barespagnol. Pérez, por su parte, nos muestra la identidad a través de los objetos que nadie quiere, esos que quedan tirados tras una mañana en el rastro y sobre los que los «espigadores» se abalanzan a ver si pueden darles una enésima utilidad. Parafraseando a Fernández Mallo, autor escogido por la comisaria de esta exposición, Estela Sanchis, «en los residuos de nuestro presente se hallan los genes culturales del futuro» (Teoría general de la basura, Galaxia Gutenberg). Así, algunos acabarán a nuestros pies y Raúl plantea la posibilidad de que sea el objeto el que le busque a uno, y no al revés.

Posibilidad es la proyección de María Tinaut. De nuevo la conformación de la identidad y de nuevo la identidad individual en función de los otros. Solo que esta vez no es un «me gusta» a un comentario en tweeter o Facebook, sino que se parte del hecho que nos vamos «construyendo» en función de quiénes se decidan a jugar con nuestra identidad a partir de un cubo de Rubik. Muy bueno.

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