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Entrevista

Vicent Todolí: "La curiosidad ha sido el motor de mi vida"

(Anotaciones al bies de una entrevista que no fue tal)

Vicent Todolí: "La curiosidad ha sido el motor de mi vida"

Tras meses de concertar la entrevista y algún cambio posterior, se concreta el encuentro en su casa/isla («vivo totalmente aislado en mi pueblo»), un sábado de este radiante y cambiante mes de marzo a punto de concluir.

Vicent Todolí (Palmera, 1958) ha sido y es un personaje fundamental de las artes visuales del panorama europeo, habiendo desarrollado durante tres décadas una notable actividad como director artístico y director de centros de arte. El IVAM valenciano (que él hizo internacional como ya nunca después lo ha sido), la Fundación Serralves en Oporto y la Tate Modern en Londres, concluyeron con su firme decisión de no dirigir otro museo y reorientar su actividad hacia la esfera privada, donde la presión exterior es muy distinta y el trato personal es más directo y estrecho. Para un disfrutador infatigable, esta nueva etapa de su vida no ha supuesto una disminución apreciable de su frenético tren de trabajo -entre los taxis a València y los vuelos internacionales- pero sí le ha permitido focalizar su pasión hacia los frutos propios de esa tierra de la que procedemos. De asesor de colecciones a coleccionista de cítricos (algo que tiene un punto de homenaje a su padre y su abuelo, ambos amantes del cultivo en esta área privilegiada).

Precisamente recorriendo los campos con las más de 400 variedades de cidras, pomelos, limones, limas, naranjas, mandarinas€ empieza una conversación que seguirá después, comiendo, y no decaerá a lo largo de casi 6 horas. Intensidad como reflejo especular de una personalidad arrolladora, de una pasión contagiosa que es capaz de integrar unos amplios conocimientos con una firme experiencia. Intensidad que se manifiesta en una rapidez verbal que exige toda tu atención hasta encontrar el ritmo adecuado para seguir sus palabras.

Con una pasmosa facilidad, Todolí va tirando del hilo de los orígenes de los cítricos, de la historia de los Médici que primero hicieron fortuna con el comercio de limones para la prevención del escorbuto (fundamental para las expediciones marítimas) y después invirtieron parte de sus ingresos en el mecenazgo artístico y el coleccionismo tanto de obras de arte como de cítricos. Pero no sólo el filo de su lengua va cortando transversalmente la historia para mostrar las conexiones entre la economía, el arte, la cultura, las relaciones entre las formas, los nombres (El mordisco de Adán, Fetífera€) y los símbolos a ellos asociados. Sus no menos nerviosas manos van arrancando frutos y partiéndolos con un cuchillo mientras no deja de darte a probar las diferentes especies que vamos viendo. Explica cómo esta asombrosa diversidad nace de 4 especies primitivas y de los innumerables cruces que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos y de los continentes. Desgrana los innumerables matices que hay que balancear entre acidez y dulzor, entre el frío de la noche y el calor diurno, entre la riqueza de la tierra y la pureza del aire, entre el cuidado del hombre y la expresividad natural del árbol. Como quien no quiere la cosa, contrapone la conocida sentencia de Adorno: Museo=Mausoleo, con la desbordante vitalidad de este sencillo (anti)museo vivo, abierto y cambiante en cada momento, en cada posición, en cada estación. Te cuenta el valor estético que tuvo la singularidad, la diferencia, incluso lo deformidad y hasta la grotesco, te muestra que las especies más primitivas pueden tener flores de varias tonalidades distintas y dar frutos que nunca son parecidos. Con ello te demuestra que lo primitivo, lo original tiende a la diferencia, mientras la modernidad ha extendido la uniformidad y la monotonía. Ese profundo respeto por la libertad individual, por la manifestación de la diferencia, le lleva a desconfiar de la tiranía generalizada de las modas y las tendencias. «El arte es la visión del individuo en contra de su tiempo» afirma, para después concluir que el arte y el nacionalismo están peleados, no hay que confundir el nacionalismo con la cultura.

La mayor parte de los árboles tienen unos cinco años, pero en algunos de los terrenos que fue adquiriendo para su fundación, se conservan ejemplares centenarios que están cuidando y tratando para obtener su variedad original. Otro detalle significativo, es el nuevo uso que dan a aquello que ha perdido su función. Prohibido el riego a manta, las antiguas acequias y las pequeñas balsas, se han reconvertido en singulares estanques donde viven especies acuáticas singulares, bien autóctonas bien exóticas, como las carpas japonesas. Pero esta deriva estética no es sino una ramificación de aquello que constituye su verdadera pasión: el conocimiento. Y para avanzar hacia él, la investigación es el camino que hay que recorren en sus múltiples bifurcaciones borgianas. Todolí desea que está biodiversidad citrícola sirva para investigar en ámbitos distintos. Sus puertas estarán siempre abiertas para todos aquellos que quieran explorar las posibilidades latentes más allá de su innegable belleza.

Ya en la comida, la conversación discurre por otros derroteros más autobiográficos, recuerdos de su infancia. Detalles que apuntaban la personalidad que después se ha manifestado. Recuerdos de su abuelo, cuando le pedía que dejase de estar siempre preguntando. Recuerdos de una vecina mayor que le contaba cómo de chiquillo recogía todos los papelitos que encontraba en la calle para leer lo que en ellos ponía. «La curiosidad ha sido el motor de mi vida. El conocimiento es una meta inalcanzable, y por eso apasionante. Llegar a la cosa final es imposible. Cuando más profundizas en algo, ves que se abre un espacio más amplio y más queda por saber».

Recuerdos de su juventud en el instituto, de su amor por la literatura que no quiso echar a perder «degradándola» a trabajo. Algo que tuvo claro cuando su profesora de literatura le pidió que hablase a sus compañeros sobre Cien años de soledad. Repetir su lectura para presentar un resumen se convirtió en una penitencia que ya nunca cumplió. «Aquello que verdaderamente amas, no puede ser un trabajo».

Recuerdos de su primer viaje a Venecia, donde vio cosas que no comprendía y precisamente por eso decidió dedicarse a su estudio y a trabajar en ellas. Había que saber más y era obligado salir de España para conocer de primera mano el arte contemporáneo. Años duros e increíbles donde fue discípulo de Eco en Yale y también camarero del semiótico italiano en un restaurante neoyorquino de Antonio Miralda. Años forjadores en esa jungla/fragua de cristal que despertó su amor por la tierra donde nació y a la que regresó para trabajar en el IVAM. «El arte ha sido mi único trabajo, pero con la libertad como máxima absoluta. Si al principio tratan de coartar tu libertad, si reaccionas fuerte, te respetan. Si aceptas y te sometes, estás perdido». Lejos de perderse, Vicent Todolí no ha dejado de (re)encontrarse.

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