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Exposición

Unos clásicos muy vivos

Una veintena de artistas referentes del arte contemporáneo invitan a reflexionar sobre cómo el arte representa la realidad más próxima

Unos clásicos muy vivos

El hombre parece estar esperando. Paciente, enciende un cigarrillo. Hoy en día este gesto sería denostado por políticamente incorrecto, y más teniendo en cuenta que se encuentra en un espacio cerrado, una habitación o un pasillo, quizás. La obra, vemos, está firmada en 1975 ¡menos mal, tiene excusa!. Detrás de él una pared enmarca su paso cadencioso. Se detiene, cruza los pies, su mano izquierda sigue dentro del bolsillo del pantalón, la derecha sostiene el pitillo. Sin apenas girar el rostro, la mirada se dirige hacia su derecha, un tanto pensativo. Personaje ante una pared, estupenda obra de Guillermo Pérez Villalta, atrapa. Con una economía de elementos, conjugando con la misma paleta de tonalidades el espacio arquitectónico y al protagonista, este acrílico establece un «diálogo» diferente según los ojos de quién la observe. Así, mientras a unos nos parece que estamos ante un personaje tranquilo, otros espectadores ven en él a un tipo ansioso y a la expectativa, como el que espera que le digan si es niño o niña.

Este mismo escenario, ese diferente diálogo, se va reproduciendo a lo largo de la exposición Persona y personaje, lo real, lo ficticio, lo imaginario. Dependiendo de quién sea el observador y quién el observado, de nuestro estado anímico personal, incluso del ruido o por el contrario del relativo silencio que pueda haber en La Chirivella Soriano, el resultado de la relación que el espectador establece con cada obra es sustancialmente diferente.

Leemos una cita de Fernando Sánchez Alonso «La ficción es más poderosa que la realidad, precisamente porque aquella no existe». Santiago Ydáñez, por ejemplo, retrata a un personaje de profundos ojos negros a quién le agracia con un Sin Título, como toda su producción. Desde una posición elevada, esos ojos se clavan en nuestra piel, nos perforan con la mirada. Algunos sentimos estremecimiento, otros, pena, y los hay que incluso miedo. El personaje pintado -¿retratado?- por Ydáñez está efectivamente sacado de la ficción: de la imaginación de Mary Shelley tanto como de la iconografía que el cine clásico americano ha dejado sobre Frankenstein. Los sentimientos que esta obra transmiten son absolutamente reales. Con todo, el personaje de ficción es poderosamente real. Al ver de nuevo esta soberbia pieza tras la muestra que la Fundación Chirivella Soriano realizó de este pintor en 2010, volvemos a experimentar idénticas emociones.

Conforme recorremos la exposición, montada como viene siendo habitual con extrema exquisitez, las sensaciones van cambiando: del desconcierto que genera la obra de Juan Genovés pasamos al terror y La Vergüenza que nos causa la de Chema López; la curiosidad que transmiten piezas como La Mirada del otro, de Carolina Ferrer -¿qué hay detrás de esas estructuras, qué observa su autora con tanta persistencia?-, o el Fausto, de Eduardo Arroyo -¿porqué nos da la espalda, qué oculta? Personajes reales como el retrato de Pietro Nenni realizado por Equipo Crónica, dejando patente una vez más sus postulados ideológicos. Personajes ficticios como los retratados por Óscar Seco, codo con codo entre protagonistas de una contienda que sí fue real. Y también están los personajillos, los divertidos Freakys del sur de Matías Sánchez.

Como escribió el filósofo alemán Hegel, «el arte nos invita a la contemplación reflexiva». Sin duda, uno de los aciertos de esta muestra es esa contemplación que acaba por generar un constante diálogo, un sin fin de preguntas, un imaginar su mundo: interacción, curiosidad, empatía, pero también disgusto y el desasosiego que llegan a causar algunas obras. Como si pasáramos de los proporcionados capiteles griegos a las monstruosas gárgolas medievales. Parafraseando a Fernando Castro, ambos estilos, lo bello y grotesco, lo que nos atrae o disgusta, lo real, lo ficticio y lo imaginario responden «a nuevos trayectos que son siempre ejercicios de libertad, trayectos imaginarios hacia lo posible» (La curiosidad, la escritura de lo incierto).

Tras dos magníficas exposiciones donde han primado los estructuras geométricas, agradecemos un cierto «calor humano» donde éste sea el protagonista. Decíamos que uno de los méritos de esta muestra es el diálogo constante que se establece entre cada uno de los Personajes y el espectador. El otro, sin duda, es haber tenido la sabiduría de coleccionarlos y reunirlos.

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