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Cómic

Contar la guerra

Después de años agotada, Salamandra Graphic reedita por fin "La guerra de Alan"

Contar la guerra

El cómic siempre ha contado la guerra, que se lo digan a los niños de esa España oscura de los 50 que devoraban las Hazañas Bélicas que dibujaba Boixcar. Hasta los superhéroes de la Marvel iniciaron sus aventuras pegándole sonoros puñetazos a Hitler y no a Thanos o el Dr. Doom. En esas viñetas, la guerra era el espacio de la épica heroica, del sacrificio patriótico, pero también ha habido lugar para la crítica feroz a la guerra, como las demoledoras historias de Harvey Kurtzman para EC Comics o la narración de la primera guerra mundial que ha monopolizado la obra de Jacques Tardí, que resumía con rabia en el título de su última obra, ¡Puta Guerra!

Pero una cosa es el género bélico y otra es La guerra de Alan. La obra de Emmanuel Guibert se inició hace casi 20 años como la adaptación de los diarios de Alan Ingram Cope, un soldado americano destinado en Europa. Las interminables conversaciones telefónicas y cartas dieron paso a la amistad, como él mismo autor narraba: los recuerdos de este hombre de 69 años se intercalaron con jardinería, cocina y largos paseos en bici. Tocaron el piano y hasta se fueron de compras, creando una complicidad que impregna todas y cada una de las páginas de una obra que se publicó inicialmente en tres volúmenes, que contaban los previos a la guerra, la guerra y el después de la guerra. Guibert trasladó a la perfección el espíritu de la narración oral, pero en su relato no hay ni el heroísmo ni el dramatismo extremo que suele contagiar el género bélico. Hay una extraña serenidad, casi sosiego, en la historia que cuenta Alan. El tiempo, quizás, permite ver el pasado con la deformación de una memoria que elude inconscientemente el dolor, pero que inunda de humanismo y sentido común esos recuerdos. No se merma la realidad del horror de la guerra, pero la falsa primera persona que narra los hechos crea una distancia que da espacio para la reflexión durante la lectura, acentuada por el trazo orgánico de Guibert (busquen, por favor, los vídeos que hay en internet sobre cómo dibuja este hombre, es mágico) y, sobre todo, por la decisión de despojar la viñeta de fondos en muchos momentos, centrando la atención del lector en la figura humana. El ser humano como verdadero protagonista de un relato que habla de soldados anónimos, de esa cotidianeidad imposible durante la guerra, pero que existe y deja esperanza en la humanidad. Guibert compone a partir de las memorias de Alan una de las más bellas odas a la esperanza en el ser humano. Pero Guibert descubrió que la vida de Alan daba para mucho más: años después, investigó la niñez de su amigo, que plasmó en La infancia de Alan, consiguiendo reflejar como nunca el complejo proceso del crecimiento de una personalidad, del aprendizaje de la vida desde la ingenua mirada del niño. Una obra maestra del cómic que dio para una contar un pequeño episodio más: Martha y Alan (Salamandra Graphic), una bellísima novela gráfica que narra el primer amor juvenil con una sutileza y sensibilidad exquisita, cerrando el ciclo de las memorias de Alan Cope de forma extraordinaria.

Después de años agotada, Salamandra Graphic reedita por fin La guerra de Alan en un cuidado integral con abundante material añadido.

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