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La letra pintada

La letra pintada

¿Ver es leer? ¿Se leen las imágenes? ¿Las letras se escriben o se pintan? Son algunas preguntas que parecen ociosas o sencillas si las incluimos en el contexto largamente debatido en torno a la condición de lenguaje de las artes visuales. Tom Wolf primero (La palabra pintada) y Omar Calabrese después (El lenguaje del arte), saltan en mi cabeza mientras los ojos no cesan de mirar muros, cuadros, vitrinas y libros que conviven armoniosa y sorpresivamente entre las cuatro paredes y el techo de este espacio de acceso a la excelente biblioteca del IVAM, destinado a partir de ahora a propuestas que pongan en relación, conexión, diálogo las palabras impresas y las imágenes visuales.

Materia y memoria? se inscribe dentro del proyecto expositivo y conmemorativo «Tiempos Convulsos», con el que el IVAM celebra sus 30 años de funcionamiento. De hecho, esta instalación interdisciplinar -donde la pintura se lleva la parte del león- es, strictu sensu, una obra más del amplio conjunto que se muestra en las grandes salas situadas justo enfrente. Los tres escritores que protagonizan este singular encargo -resuelto con libertad y solvencia por Chema López (Albacete, 1969)- se ajustan como anillo al dedo a esa convulsión histórica que alcanzó singular virulencia durante la primera mitad del siglo pasado, pero que no ha dejado de extenderse como una mancha de aceite que penetra en las fibras del tejido, tiñendo a futuro su antigua naturaleza.

Aub, Hervàs y Chirbes pertenecen a generaciones distintas, pero sus obras abrevan en la misma corriente que recorre ese espacio histórico que Chema López ha sabido investigar con la paciencia y la capacidad de observación de quién ha hecho del manejo de las imágenes plásticas la herramienta fundamental de su poética. Incidiendo precisamente en las ambigüedades y las ambivalencias que alimentan el enigma, tan irresoluble como apasionante, de la doble condición de las obras pictóricas. Explotando ese filón inagotable entre palabra e imagen, entre literatura y pintura, entre la materia sólida y la evanescente memoria, Ch. López ha pintado letras impresas y manuscritas, fotografía de contraportada de libro y escena de película espectacularmente resueltas. Pero también pinta criaturas tan molestas e inspiradoras como las moscas. Y es en este caso en particular donde sale a relucir esa común carga metafórica que son capaces de detonar tanto la literatura como la pintura. Desde El elogio de la mosca de Luciano de Samósata (escrito a principios de nuestra era) hasta la categórica afirmación de Augusto Monterroso: Hay tres temas, el amor, la muerte y las moscas. Podrán variar en sus formulaciones las referencias a los sentimientos y los temores, pero permanece constante la presencia ubicua de las moscas. En pintura, la calavera, el libro y la mosca conforman una trilogía encarnada en el subgénero del vanitas que alude también al trasunto fundacional -y capital en este caso- de la memoria. En este sentido, cabe destacar la cuidada selección bibliográfica dispuesta en las vitrinas centrales. Sucinta y precisamente comentada, López construye un hilo del tiempo que evidencia las profundas interacciones entre la materia y su capacidad activadora de la memoria.

Un hermoso proyecto que integra a la perfección lectura y visión, se mire por donde se lea, se lea por donde se mire.

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