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Pascua bebida

El pasado fin de semana València vivió su particular Domingo de Ramos. Miles de universitarios (¿), que exhibían botellas a guisa de ramo de olivo, inundaron la Punta para celebrar ? una paella. El ayuntamiento había denegado el permiso, la asociación de vecinos había puesto una denuncia, los ciudadanos se horrorizaron al ver y oír la crónica del suceso. No sirvió de nada: la agencia que montó el negociete lo reivindicó en nombre de la libertad mientras los asistentes llenaban la red de tuis asegurando que «eso también es cultura». Uno de los aspectos del lenguaje que los profesores de gramática solemos señalar a nuestros alumnos es que el adjetivo especifica una característica del sustantivo. Por ejemplo, una mesa es ante todo una mesa, pero si, por alguna razón, nos interesa que sirva para muchos comensales, pediremos una mesa grande. Pues bien, entre las cosas que más nos irritan a los que nos dedicamos a esto de la lengua se encuentra el empleo innecesario de adjetivos: un círculo redondo es una tontería porque pese a que miles de aficionados a las matemáticas han intentado la cuadratura del círculo a lo largo de los siglos, nunca se tropezaron con el ansiado círculo cuadrado. Los que más abusan del adjetivo son los malos poetas y la gente cursi. Un antiguo compañero de carrera, que era a la vez pésimo poeta y cursi insufrible, me enseñó un día un verso del que estaba muy orgulloso y que se me ha quedado grabado: las dulces mieles de la alegre juventud se trocaron en amargas hieles de la triste senectud. ¡Ahí queda eso! Como si las mieles no fueran obligatoriamente dulces, la juventud, convencionalmente alegre, la hiel, indefectiblemente amarga y la senectud, generalmente triste.

Les cuento todo esto porque la expresión paella universitaria supone un verdadero reto para la filología. El adjetivo universitario/a es una palabra que conviene a muchos sustantivos: biblioteca universitaria, manual universitario, calendario universitario? Nada que objetar: fíjense que hasta me reconozco en ella: soy un profesor universitario. Pero donde no pega ni con cola es unida a la palabra paella. Las paellas pueden ser caldosas o secas, vegetarianas o de pescado?, pero ¿universitarias? ¿Quiere decirse que los tropezones son cachos de universitarios y que lo mismo te echas al coleto un muslo del catedrático de Lingüística (me estremezco solo de pensarlo) que un riñón de alguna catedrática de Psicología? No se haga el listillo -me apunta un becario que tenemos en el departamento y que no te deja pasar ni una-, ¿no ve que una paella universitaria es la que consumen los universitarios? Pues no sé qué te diga, le contesto un poco mosca: nunca oí hablar de paellas militares, paellas bomberas, paellas enfermeras y así con todas las demás profesiones. Este chico (el ayudante) tiene recursos porque me aclara: bueno, es que esa gente no hace festorros como hacemos los universitarios, lo de la paella es un mero pretexto.

¡Acabáramos! Una paella universitaria no es, pues, una paella, es fundamentalmente una juerga monumental que se corren los universitarios con el cuento de la paella, una juerga que suele dejar emporcado y devastado un espacio público enorme y que todos los municipios se sacuden como pueden. No esperen que me haga el estrecho: los universitarios siempre fuimos afectos a la bohemia, que consistía en ligar un poco, conspirar bastante y beber como una cuba. Pero dentro de un orden: aquello ocurría en tugurios varios y se montaba a salto de mata, en plan pensat i fet. Lo que nunca creí es que los universitarios íbamos a necesitar que una agencia de las que organizan «actividades culturales» para los guiris tuviese que hacerse cargo de nuestros procesos de socialización. Vivir para ver. Como si no tuviéramos bastante con el cambio climático, ahora se avecina una degradación del clima social.

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