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Viaje alrededor de la identidad

Viaje alrededor de la identidad

Un fantasma recorre la política: el fantasma de la identidad. Nacional, religiosa, de género, de etnia, de aficiones, de facebook, de pasiones, de ONG; en mucha menor medida, de clase social, de ideales.

Entendida como el sentimiento que nos embarga cuando compartimos una experiencia con un grupo o comunidad de iguales, la identidad gana protagonismo en la política desde hace varias décadas. Está ligada a fenómenos como la emigración, el empobrecimiento de las clases medias, el debilitamiento de las ideologías clásicas, el resurgimiento de las religiones y la extensión de la comunicación digital.

El politólogo norteamericano Francis Fukuyama dedica su libro Identidad al análisis de la «demanda de dignidad y las políticas de resentimiento». Profesor de la Universidad de Stanford en los Estados Unidos que llegó a la fama intelectual con su libro ¿El fin de la historia?.

Suscitó una gran polémica la tesis de que con el colapso del comunismo dependiente de la Unión Soviética el capitalismo quedaba como el único sistema económico viable. Y la Historia entraba en un período de estabilidad, de repetición, presagiando que la riqueza y la prosperidad se generalizarían. Los críticos vieron en este esquema, claramente hegeliano, uno parecido al que ciento cincuenta años antes lanzara Karl Marx diciendo que el comunismo resolvería las contradicciones de la Historia y poniendo fin a la evolución.

En ningún momento, dice en "Identidad" propuso que el nacionalismo o la religión estuvieran a punto de desaparecer como fuerzas en la política mundial: «No iban a desaparecer porque las democracias liberales contemporáneas no habían resuelto completamente el problema del 'thymós', un concepto que designa la parte del alma que anhela el reconocimiento de la dignidad».

Movido por el éxito de Donald Trump, Fukuyama ha investigado a fondo la identidad, como una categoría usada pero no siempre bien explicada.

Con una raíz en el «thymós» griego, Fukuyama rastrea la genealogía de la identidad moderna en Lutero y su idea de una experiencia religiosa, de fe, interior ajena, y contradictoria, a la iglesia católica de la jerarquía y el ritual. Y señala a Rousseau como el creador de la identidad moderna al contraponer la verdadera naturaleza del hombre (algo que existió en el pasado, con el hombre primitivo) y la realidad de las sociedades del artificio, la necesidad y el poder.

Fukuyama entiende la identidad como algo que «crece a partir de una distinción entre el verdadero yo interno y el mundo exterior de reglas y normas sociales que no reconoce adecuadamente el valor o la dignidad de ese yo interno». La naturaleza de la dignidad es variable, hay culturas en las que se atribuye solo a unas pocas personas, en otras es un atributo de todos los seres humanos. Y en otras, «la dignidad se debe a la pertenencia a un grupo más grande de memoria y experiencia compartidas».

Fukuyama repasa las diferentes manifestaciones de la identidad, y analiza el peso que tiene tanto en el surgimiento del terrorismo de inspiración islamista como en el crecimiento de la derecha populista en Hungria, Estados Unidos o India (el éxito de Bolsonaro en Brasil o de Vox en España son posteriores a la edición) o en el rechazo a los inmigrantes en Francia, Holanda o Alemania.

La identidad encierra las opiniones en círculos cerrados en los que sus defensores consideran que solo pueden ser entendidas por aquellos que tienen la misma experiencia. La importancia creciente de la identidad puede dificultar la pervivencia de la democracia al hacer casi imposible el diálogo transaccional.

La identidad como categoría política tuvo una etapa de auge en la izquierda con la óptica del género y la raza de gran influencia en las universidades anglosajonas desde los años 70 y 80. Ahora es clave para la nueva derecha.

El ensayo de Fukuyama se cierra con un capítulo de título usado en 1905 por el revolucionario ruso Vladimir I. Lenin, «¿Qué hacer?» La respuesta de Fukuyama es liberal y conservadora: las democracias liberales deben reconocer y valorar la importancia de la identidad, aunque suponga una diversidad que genere contradicciones, pero tienen su propia cultura «que debe valorarse más que aquellas culturas que rechazan los valores de la democracia».

Para Fukuyama, tenemos identidades definidas por nuestra raza, género, lugar de trabajo, educación, afinidades y nación. Si la lógica de la política de identidad es dividir a las sociedades en grupos cada vez más pequeños y egoístas también es posible crear identidades más amplias e integradoras. «Debemos promover identidades nacionales de destino, basadas en los ideales fundamentales de la democracia liberal y utilizar las políticas públicas para integrar a los recién llegados en esas identidades».

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