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Desestacionalizar la cultura

El revalidado president Puig ha urgido a desestacionalizar la oferta turística valenciana ante el desastre económico representado por el temporal de lluvias de la pasada Semana Santa, en el que hubo miles de cancelaciones que se tradujeron en graves pérdidas para el sector turístico. Tiene toda la razón. En Sevilla intentar algo así sería imposible, pues las procesiones de Semana Santa se celebran necesariamente en Semana Santa, pero en la Comunitat Valenciana no. La nuestra es una comunidad que atesora, de largo, las mejores y más extensas playas de España y, si me apuran, de todo el Mediterráneo, así que no se entiende por qué los hoteles solo pueden trabajar a tope en el mes de agosto y en un fin de semana de la primavera. Maestros tiene la iglesia (más bien el gremio político) para ocuparse de este asunto, aunque me temo que la culpa la tenemos a partes iguales ellos y nosotros. Nosotros porque no sabemos valorar lo nuestro y difícilmente podemos pretender que lo valoren los demás: cada vez que un conocido o un amigo contratan un paquete turístico para irse al Caribe o a las Maldivas, yo me echo las manos a la cabeza. Suelen decirme algo así como: ¿te imaginas: kilómetros de playas de arenas finas, un mar limpísimo y un sol radiante? A lo que yo les suelo contestar: como el Perelló, como Benicàssim o como Dénia, ¿no? La otra parte de la culpa corresponde al disparate de un país que, en vez de ir ampliando los periodos vacacionales de sus ciudadanos, ha hecho lo contrario, acortándolos hasta lo inverosímil y concentrando las vacaciones en unas pocas fechas en las que uno no puede ni circular sin atasco ni comer en un restaurante sin que te claven ni tumbarte en una playa o dormir tranquilo en un hotel.

Sirva este largo preámbulo para introducir el tema del que quería hablar hoy y que es la necesidad de desestacionalizar la cultura. En las pasadas vacaciones asistí estupefacto al siguiente diálogo entre un cliente y la dependienta de una librería, mientras fuera diluviaba de lo lindo: -Deme un bestseller que me entretenga tres horas [sic: ni quito ni pongo]; -¿Qué le gusta más: romántico, thriller, cómico, autoayuda?; -Me da lo mismo, algo que no me aburra hasta que pare de llover. Tremendo. Ese cliente -y hay miles como él- solo lee cuando no tiene más remedio, nunca porque sienta la necesidad imperiosa de hacerlo (aclaro que la tormenta había dado al traste con la cobertura de red y el móvil era un trasto inútil). Esta caricatura (pero, se lo aseguro, copia fiel de lo que vi y oí) ha llegado a ser posible porque los españoles, que comen tres veces al día, no leen diariamente y ni siquiera con periodicidad semanal o mensual. He aquí el resultado de una política educativa nefasta que ha perseguido a las humanidades, y en especial, a la literatura, con saña singular. Pero la cosa no queda ahí. La temporada teatral valenciana es ridículamente corta, empieza a mediados de octubre y para la primavera puede darse por concluida si excluimos Sagunt a escena. Tampoco los amantes de las exposiciones de arte o de los conciertos de música lo tienen mucho mejor. En València, la cultura como actividad social se practica seis meses al año, con suerte. Salvo la cultura de masas, eso sí: los runnings de todo pelaje y condición o el fútbol, están ominosamente presentes a lo largo de todo el año. ¡Y yo que aceptaría encantado que los estacionalizaran un poco (y, mejor aún, estabulándolos de paso?). Me callo no se me vaya a enfadar algún lector de los que leen un solo día al año.

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