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Crisis del sector

Así reventó la burbuja del periodismo

Los recientes buenos años del periodismo no lo fueron por el valor de los relatos, sino por la cercanía a las covachuelas del poder

Así reventó la burbuja del periodismo

No saldremos de esta fase de oscuridad y aplanamiento del negocio periodístico con la conciencia tranquila y una sonrisa bobalicona pintada en el rostro. Hay demasiado cadáveres y Gregorio Morán cabalga de nuevo. Este llanero solitario recibió el finiquito de La Vanguardia a los 70 años, el mismo día que los cumplía y le daban el alta por un ataque al corazón: señal de que lo tiene. Nos los cuenta en Memoria personal de Cataluña, un libro de luto como Johnny Cash. Como siempre van los duros.

A John Carlin le despacharon de El País por «comprender» el procés catalán (comprender no es compartir, tendremos que volver a la escuela primaria) y Morán perdió casi treinta años de Sabatinas intempestivas por condenar el procés y la república catalana en ocho segundos, con todas sus fuerzas.

Mientras tanto iban saliendo libros que hablaban de esto, o sea del encogimiento de los medios compatible con retribuciones de fábula para unos pocos afortunados: Juan Luís Cebrián trincó doce millones de euros, como esos consejeros que se jubilaban con el riñón forrando al tiempo que hundían sus barcos, digo sus bancos, cargados de ladrillos hasta la cofa. Para la infantería del oficio, salarios de galeoto turco. Puede que la crisis sea una fabricación de la realidad aumentada. Cuidado.

Aunque el académico Cebrián se decoró con unas prosas inocuas que tituló Primera página, fueron saliendo libros que tenían mordiente y alerta, dolor de los pecados y expiación pública. A veteranos como Martí Gómez o Miguel Ángel Aguilar, se les escapaba, de tanto en tanto, alguna observación pertinente sobre las malandanzas del oficio y, al final, entre las que hacía uno y las que recogíamos de otros se fueron cocinando los libros: Cada mesa un Vietnam (varios autores coordinados por Enric González), Silla de pista (las memorias de Aguilar, las únicas que han conocido la bendición de una editorial grande) o mi visión doblemente periférica Oficio de lance, perdón por la autocita pero es que ocurrió así.

Y con todo no era lo peor que el periodismo hubiera caído en usos inhóspitos y hasta crueles, sino que se había vuelto medroso y dócil y cuando no lo era, rápidamente se organizaba un asedio para enseñarles modales a los levantiscos. Es lo que cuenta David Jiménez en El director, una experiencia breve pero instructiva al frente de El Mundo, el fruto más paradójico de cuarenta años de democracia. Grandes periodistas marcados a fuego por Pedro Jota: dedicación apasionada, pocas cautelas en el rigor y la comprobación, gargantas profundas que sólo escupían su despecho y conspiraciones de etarras, socialistas y moros, todos juntos y revueltos. En periodismo tan importante como la libertad es la profilaxis. Hay que hacerlo con preservativo. Cautela y valor.

El señor Jiménez participa de la mitología fundacional de El Mundo pero eso da igual, lo importante es que cuenta con deliciosa impudicia como las empresas del IVEX interferían la información mediante la elegancia social del regalo (créditos baratos, un viajecito a Chile o a Hong Kong, campañas publicitarias, etc..,) Y lo mismo hacía el ministro del Interior ya que la prensa estaba, en tiempos de Manuel Fraga asociada, con toda justicia, al turismo y el folklore, pero ahora que podía ser libre, había pasado a ser asunto de Gobernación y la Ley Mordaza. El ministro Fernández, el de las virgencitas y la policía patriótica, invitaba a los díscolos a entrar en los (buenos) Chicos del Coro.

Por todo ello y por el estúpido prejuicio hacia el periodismo digital, que sólo logró retardar la adaptación del negocio, fue llegando, en prácticas porciones, el aniquilamiento metódico de la diversidad interna y externa de los medios y los histéricos tropeles, de los tertulianos, muy bien retribuidos, recibían al disidente con un lazo de cáñamo bailando sobre el patíbulo.

Los recientes buenos años del periodismo no lo fueron por la calidad, empeño y valor de los relatos sino por la cercanía a las covachuelas del poder de donde emanaban los complementos. Que en Madrid estuviera al cargo un ministro que vio la luz en una gasolinera de Las Vegas y que en Barcelona fuera el androide Artur Mas el que afiliara independentistas a golpe de talonario, es una anécdota. Es curioso que con tanta gratuidad y subvención nos haya acontecido semejante miseria.

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