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Tributo de justicia «als davantals»

Tributo de justicia «als davantals»

A mediados del siglo pasado las temporeras valencianas trabajaban con la misma ropa con la que habían salido de casa, generalmente lo más viejo que podían encontrar en su armario: una camiseta sobre otra sobre un suéter sobre otro, un leotardo de lana bajo calcetines gruesos. Dentro del almacén hacía muchísimo frío. La naranja se recoge en invierno, y las puertas siempre abiertas para que los camiones descarguen la fruta hacía que las corrientes de aire y la humedad propia de la orografía de nuestra tierra se les metiera hasta el tuétano. Y de pie. Desde las cinco o seis de la mañana, cuando el rocío de la madrugada aún no se había evaporado, hasta bien entrada la noche, durante doce y catorce horas, las trabajadoras permanecían de pie seleccionando las naranjas de las cintas transportadoras, envolviéndolas en aquel papel servilleta donde figuraba el nombre del propietario, y dejándolas en sus cajas listas para su recogida y comercialización. No podemos dejar de tener en cuenta que aquellas mujeres, en aquellos años no tan lejanos, tras esas jornadas interminables, llegaban a casa y aun tenían que ocuparse de sus hijos, tareas domésticas, y de los abuelos si vivían con ellos. Y sobrevivían.

Los delantales vinieron después, junto con un gorrito y unos guantes. Por higiene, dijeron. Sin embargo, las jornadas maratonianas, como buenas temporeras, siguieron siendo las mismas. Como también lo siguió siendo el tiempo escaso para comer, el número de veces que se podía ir al baño y los sueldos irrisorios. Pero era una ayuda extraordinaria, totalmente necesaria, en los ingresos de los hogares. A la vez, aquel trabajo en silencio, ya que ni lo permitía el ruido de las cintas ni tampoco la encargada, léase vigilanta, fue fundamental en una época en que la naranja se pagaba a los agricultores muy, muy bien, a decir de los entendidos.

A partir de una monumental fotografía que cubre toda la vidriera del Museo Valenciano de la Ilustración, la artista valenciana María José Planells (Picanya, 1976) ha querido rendir un homenaje con sus Davantals vivencials a todas aquellas mujeres que contribuyeron con su esfuerzo a la economía de sus hogares y, sin duda, de nuestro país. El que dirigía el almacén era, y sigue siendo, un hombre, pero quienes trataban allí dentro con la fruta, eran mujeres. Madres e hijas, amigas y vecinas que, con sus mandilones puestos, pasaban los cortos-largos días de invierno conviviendo interminables horas y sintiéndose, ellas también, un colectivo a tener en cuenta.

La imagen impresiona. Por sus dimensiones, sin duda, pero también por lo deshabitado del espacio. Tomada de frente, permite al espectador la posibilidad de «entrar» en esa nave inclemente y pasear sus ojos por cada elemento, asimilando toda la información que le llega, tanto la que es evidente -las cajas amontadas, los pales y las bobinas, las enormes estructuras de hierro entre las que discurren las cintas transportadoras, los altavoces por donde se avisa del momento del descanso o de la esperada hora de volver a casa-, como la información que no lo es tanto: las luces han quedado encendidas, pero no hay nadie. Y, sin embargo, el vacío que se percibe no es tal. Como si la presencia de esos delantales colgados que vemos a través del ventanal y que, por momentos, imaginamos moverse, nos recordaran que en cualquier momento van a volver sus dueñas, se los abrocharán, se colocarán los gorros, harán bromas, comentarán el último cotilleo, reirán y la sirena retumbará dando comienzo un nuevo largo día.

Davantals vivencials habla de mujeres, poniendo de relieve esa parte de nuestra historia, tan aparentemente lejana, en la que el delantal formaba parte del atuendo femenino. Pero no solo de eso. Planells también está reflejando nuestro sistema económico, el pasado y el incierto futuro de nuestro producto estrella, y los roles claramente diferenciados que esa organización generó: los hombres fuera, las mujeres dentro. Una organización que para nosotras supuso, en palabras de la autora, «un contenedor de energía vivencial».

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