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Cómic

La vida según Tsuge (y Tsuge)

Para los que ya peinamos algunas canas, el manga y el anime entraron en nuestras vidas allá por los 70, a golpe de niñas de ojos inmensos y gigantescos robots foto-atómicos

La vida según Tsuge (y Tsuge)

Una primera y exitosa incursión que tendría una segunda y arrolladora oportunidad en los 90, con el éxito de Dragon Ball, la serie que convirtió al manga en fenómeno de masas. Para muchos, el manga quedó etiquetado entonces como una modalidad infantil y juvenil (mucho después aprenderíamos a hablar de sh?nen y sh?jo), olvidando que, entre esas dos referencias temporales, la revista El Víbora descubrió a muchos que existía otra forma de hacer manga: el gekiga. Autores como Yoshihiro Tatsumi o Jiro Taniguchi nos descubrieron una vertiente adulta del cómic japonés, profundamente autoral, gestada alrededor de la mítica revista Garo. Poco a poco, los grandes nombres del gekiga llegaron a nuestro país y hemos podido leer las obras maestras de Shigeru Mizuki, Seiichi Hayashi, Kazuo Umezu, Kazuo Koike, Sanpei Shirato o Kazuo Kamimura, a las que hay que añadir las joyas del gran mito del cómic japonés, Osamu Tezuka. Sin embargo, pese a una normalización que ha llegado a incluso a algunas de las autoras del indispensable «grupo de las 24», quedaba un apellido inédito: Tsuge. Los hermanos Tsuge, Yoshiharu y Tadao, auténticos referentes indispensables de este movimiento, eran ilustres desconocidos en nuestro país. Una ausencia que muchos habían asimilado con resignación, a sabiendas que Yoshiharu era totalmente reacio a la traducción de sus obras tras una mala experiencia en Francia. Pero lo que era una rocosa y férrea posición inamovible encontró una fisura gracias a la labor de la editorial Gallo Nero, que para sorpresa de todos consiguió convencer al mangaka para publicar en castellano El hombre sin talento, sin duda un culmen fundamental del noveno arte. El relato de la depresiva vida de un artista, resignado a que sus ilusiones sean pisoteadas por la vida, es una profunda reflexión sobre el sentido del arte como reflejo de la vida. A esta obra siguieron las antologías de relatos cortos La mujer de al lado y Nejishiki, la primera, un compendio de relatos de inspiración autobiográfica donde un autor, desmotivado por la vida y el arte, mira su pasado para huir de un futuro que ya no le aporta nada. En la segunda destaca en especial la narración que da nombre al libro, posiblemente la mejor y más verídica traslación de una experiencia onírica. Pero quedaba en el debe la publicación de la obra de Tadao, coincidente con su hermano en la temática autobiográfica, pero más volcado hacia la narración urbana más underground. Curiosamente, Gallo Nero resuelve esta laguna con una obra que conecta los universos de los dos hermanos: la monumental Mi vida en barco. Un relato de la vida de un escritor fracasado apasionado por la pesca en barco, un personal alter ego que permite al mangaka trazar un amplísimo recorrido a través de capítulos que irán explorando desde los sentimientos y pensamientos del protagonista, sus recuerdos, miedos e ilusiones a la historia de Japón, creando un tejido de apariencia caótica, pero que poco a poco va conformando el retrato de una vida. A diferencia de la opresiva obra de su hermano, Tadao Tsuge transmite los contrastes entre una vida que puede ser feliz y las complicaciones que el propio ser humano pone a su existencia, dejando entrever la importancia de esos momentos intrascendente que llenan lo cotidiano y que abren brechas de tímido optimismo, incluso entre los más lúgubres pensamientos y los peores momentos. Pese a las diferencias históricas, culturales y sociales, las más de 600 páginas de esta obra consiguen empatizar con el lector encontrando esos puntos de contacto que hacen de la humanidad un sentimiento universal. Cuatro obras maestras que no deben dejarse pasar.

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