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Cada uno cuenta la feria como le va

E¡Al fin una buena noticia! ¿Que llegó la primavera con su secuela de bodas, comuniones y demás festejos familiares? Pues sí, pero no es eso. ¿Que el resultado electoral del 28-A fue más satisfactorio de lo que las redes sociales y su insufrible estado de excitación permanente hacían temer? Pues también, pero tampoco es eso. No, la gran noticia es que la feria del libro de Valencia, que se clausuró el pasado 5 de mayo, ha sido un éxito. Adivino un rictus de desaprobación en sus rostros y un brillo irónico en sus miradas: ¡vaya noticia, como si no supiéramos que eso se suele afirmar de todas las ferias habidas y por haber! Reconozco que me han pillado: en efecto, todas las ferias han sido, son y serán un rotundo éxito. Faltaría más. La de los vinos, la de los coches, la de los viajes, la que sea. Sin embargo no pueden compararse con la de los libros. Si les gusta catar caldos, si disfrutan conduciendo, si no pueden quedarse en casa, estas ferias son su día festivo perfecto. Pero la feria del libro es otra cosa porque no está pensada para los lectores, sino justamente al contrario, para las personas a las que no les mola eso de leer.

El pasado 1 de mayo me di una vuelta por Viveros y me quedé de una pieza. Lo primero que hay que destacar es que los libros requieren silencio y sosiego: en las bibliotecas el personal te recrimina que alces la voz y en las librerías, aunque no suele decir nada, te mira con reproche. Bueno, pues la Fira del llibre era todo lo contrario: niños gritando, una presentación a todo volumen en la que el autor de una tesis recién publicada nos amenazaba con continuar investigando "este tema tan apasionante", continuos mensajes de la organización anunciando la firma de ejemplares en alguna caseta€ Un caos. Luego está lo de la especialización sectorial. A ver. En la feria del automóvil (es un suponer) si te interesan las berlinas de representación, vas a un sitio y si lo que quieres es un cuatro por cuatro todoterreno, vas a otro. Pero en la feria del libro no sucede así. Quitando las casetas institucionales, donde casi nunca hay nadie, y algunas que pudiéramos llamar reivindicativas (como la de literatura de mujeres), en las demás resulta que no sabes nunca dónde estás, pues todas ofrecen lo mismo. La última de Harry Potter, el bestseller del año, el manual de autoayuda que estaban pidiendo a gritos los que tienen aracnofobia, un cuento infantil animalista en el que es Caperucita quien intenta zamparse al lobo (no sabemos si antes se había ventilado también a su abuela), todo así. Imagínense una feria del vino en la que cada caseta tuviera tintos de Rioja, gewürztraminers del Rin, albariños gallegos y macabeos de Les Useres. Eso no sería una feria vinícola, sería el Barrio de Ruzafa y sus innumerables baretos. Bueno, pues eso es exactamente lo que recuerda la feria del libro. Lo más parecido son los tenderetes de recuerdos en las zonas turísticas. Si ustedes se pasean por el centro de Valencia, por el de Florencia o por el de Atenas, descubrirán que casi todas las tiendas de recuerdos venden las mismas chucherías kitsch y parece que hay negocio para todas. Naturalmente, la gente del lugar nunca entraría en un establecimiento así.

Bueno, pues es lo que pasa en la feria del libro, que los verdaderos lectores brillan por su ausencia. Lo que sí hay son escritores, con cara de circunstancias, esperando firmar un ejemplar. Los de mi gremio profesoral casi no practicamos esta forma de autoflagelación, pero nuestros amigos creadores no tienen otro remedio. Y créanme que los admiro y acompaño en el sentimiento. Ahí es nada ver pasar ríos de gente indiferente que no se digna pararse ante tu montón de libros, más o menos como los mendigos en la puerta de la iglesia. Todo sea por ganar nuevos lectores. Para la gente la feria del libro es una fiesta primaveral, pero para los escritores suele representar una agonía. ¡Ánimo, coleguis, que aún falta mucho para la del año que viene!

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