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Cómic

El ascenso del Gran mal

El ascenso del Gran mal

A principios de los años 70, el dibujante americano Justin Green tomaba la forma de un personaje de cómic para plasmar el desorden obsesivo-compulsivo que le había acompañado desde la infancia. El lenguaje gráfico resultaba especialmente adecuado para trasladar al lector cómo la neurosis afectaba a la vida cotidiana del protagonista de Binky Brown meets The Holy Virgin (publicado en España por La Cúpula) y, desde el underground más combativo y rebelde, abría el camino desde la autobiografía para todo un género propio de la historieta que conocemos hoy como «Medicina Gráfica». Sin embargo, la obra que cimentó y estableció definitivamente el camino de la patografía en el cómic es, sin duda alguna, El ascenso del Gran Mal, de David B. Aparecida en 1996 y publicada originalmente en seis álbumes de cadencia anual en la independiente L'Association, la creación de Pierre-François Beauchard se apropiaba del camino de experimentación formal marcado por sus entonces compañeros de fundación de la editorial, Lewis Trondheim o Jean Christophe Menu (que habían dado nombre al movimiento OuBaPo, un auténtico laboratorio de nuevas posibilidades para la historieta), para aplicar esa investigación narrativa a la catarsis íntima, entroncando directamente con los trabajos de uno de los grandes inspiradores del grupo, Edmond Baudoin. La epilepsia de su hermano se convierte en protagonista absoluta de la obra, ese gran mal que se extiende para afectar la vida diaria de su familia y su propia evolución personal. Pero el ascenso de la enfermedad es también el de su vocación artística, el de la creación definitiva de su alter ego David B como el relato de una tensión constante entre el drama personal y el arte. A medida que la serie iba avanzando, el dibujo va dejando de lado las influencias originales para abrazar una complejidad cada vez mayor, en el que la expresión de los sentimientos se articula a través de la incorporación de elementos simbólicos que permiten un juego onírico deslumbrante. Mientras más ahonda en sus sentimientos, más necesita poder expresarlos con absoluta libertad, buscando apoyo en el trazo visceral de las xilografías de Frans Masereel u Otto Nuckel, de potentes y radicales contrastes de blanco y negro que enlazan con el expresionismo cinematográfico alemán. Un trazo que se alía con la composición de página para explorar sensaciones y recuerdos ocultos a través de brillantes arquitecturas gráficas, que rompen el formalismo de la página para presentar al lector los miedos más escondidos del autor, para reflexionar abiertamente a través del trazo y la narración gráfica. El dibujo se alza como un lenguaje de una potencia desatada incontenible, que transmite ese camino de introspección personal, familiar y artística, pero también se configura como una herramienta con posibilidades infinitas.

Veinte años después de su publicación, la obra de David B se consolida como una de las grandes obras maestras del noveno arte, sin la que sería imposible comprender fenómenos posteriores tan diferentes como el Arrugas de Paco Roca o el Persépolis de Marjane Satrapi, pero también como la puerta abierta por la que una concepción más simbólica del dibujo entraba arrasando, desde las obras citadas a la actual tendencia de la poesía gráfica. David B estableció una forma de entender la autobiografía paralela a la de otros grandes como Chris Ware o Robert Crumb, que hoy en día forma parte natural del lenguaje de la historieta. La editorial Salamandra recupera esta obra fundamental del noveno arte en una cuidada edición recopilatoria con el nombre de Epiléptico. El ascenso del Gran Mal, con nueva y exquisita traducción a cargo de Regina López Muñoz.

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