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Doble y (alta) tensión

Fiel a la abstracción, esta exposición integra felizmente un nuevo regreso a lo pictórico que abre caminos futuros.

Doble y (alta) tensión

Nueva entrega pictórica de Juan Olivares (Catarroja, 1973) artista largamente asentado en una abstracción de carácter contenidamente expresivo, intensamente poético. De entrada llama la atención el visible abandono del principio collage que se había convertido en un elemento reconocible que él ejecutaba con singular eficacia asociado al gesto de pintar. Pincelada como elemento fundacional de la práctica disciplinar constante en sus variaciones a lo largo de los siglos, los estilos y las vanguardias ahora etiquetadas con el mismo prefijo: Post. Alejado del juego representativo (el collage conecta y confunde la representación con la presentación), J. Olivares había convertido en objeto de estudio y de expresión la propia pincelada en tanto que materialización certificadora del gesto. Gesto que viene siendo el protagonista indiscutido de esta soberbia serie de trabajos que ven la luz tras sendos viajes, no tanto al Lejano Oriente de innumerables historias, leyendas y sueños, como también a la experiencia vital de conocer una ciudad cosmopolita como Shanghai.

Esta aparente vuelta al orden pictórico del formato ortogonal de lienzos y papeles encierra una doble tensión (espacio/temporal) que se apunta de modo sugerente en el título, «Beyond», de la muestra. Al menos dos palabras son necesarias para enunciar su sentido inicial: más allá. Sin embargo, ninguna palabra es necesaria cuando todos y cada uno de sus trabajos hacen visible que el pintor Olivares ha interiorizado este concepto que señala una voluntad inequívoca de superación. Superación que poco o nada tiene que ver con el esfuerzo, y mucho, por no decir todo, con la madurez serena de la entrega (Pablo d'Ors dixit. Biografía del silencio).

La primera tensión reside en la temporalidad implícita en sus obras. Unas veces el tiempo se desliza fugaz y persistente entre largos rastros de los generosos brochazos que acarician la superficie de la tela. Otras, su paso inexorable se plasma en el delicado juego de veladuras, de superposiciones de manchas traslúcidas que permiten entrever la profundidad hipnótica de lo que sabemos plano y vemos insondable como el cristal oscuro o el azogue alquímico.

La segunda tensión vibra espacialmente en el gesto mismo de pintar. Hay algunas obras, como el impresionante cuadro, negro sobre blanco, que culmina el recorrido de la sala inferior (llamada Refugio, y que salvando el drama de la historia, es ahora un lugar donde refugiarse y abstraerse del convulso presente). La energía que encierra esta obra estalla los límites superficiales del bastidor y nos golpea con la fuerza incontestable de un instante eterno.

Finalmente -dicen que no hay dos sin tres- subrayaría una materia primordial que no deja de resonar en los oídos de la mente mientras se contemplan estas obras: el agua, el agua tan cara a Gaston Bachelard (El agua y los sueños) en la construcción de su tetralogía sobre los cuatro elementos. O mejor, esas aguas tranquilas o agitadas que no dejan de alimentar nuestra imaginación y facilitar esa ensoñación que provoca la belleza. Sueños hechos realidad que pueblan nuestra cabeza y alimentan la sonrisa que aflora a nuestro rostro con el buen sabor de boca que nos invade mientras salimos de esta exposición.

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