Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Lances del oficio

Emili Piera (Sueca, 1954) ha publicado una autobiografía profesional, una historia gonzo del periodismo valenciano -y en parte del español- de los últimos cuarenta años; Piera ha tocado los más diversos palos: el reporterismo freelance y el funcionarial, la cultura de lo valenciano ( que incluye un universo paralelo: la coterie fusterienne) y del castellano; la contemplación espiritual y la abrumadora erudición culinaria, el activismo bolchevique de juventud y su actual profesión de fe en un escepticismo a la manera de Montaigne€

Piera no acostumbra a decir idioteces, ni es especialmente tendencioso ni pedante; atesora una jovialidad que la Divina Providencia-o quien fuere-, concede sólo a quien cree oportuno conceder. Está dotado con notorio talento de autoironía, eficaz recurso retórico para una pronta benevolencia del lector.

A veces abusa del símil excéntrico, de brocha gorda. Mencionemos algún ejemplo: «Declararme trozskista en Jornada (un periódico desaparecido) hubiera sido tan arriesgado como confesar que tienes hongos en las uñas en una sauna gay». «Siempre que la situación se vuelve espesa o intransitable recurro al viejo impulso libertario y (€) a la lucidez de los reaccionarios inteligentes: es como el salfumán en un retrete atascado». «Al final (Berlusconi) entró, y de qué manera, como un recluta empalmado en un concurso de mises». «Con el tiempo cociné y comí de lo cocinado por mí, con tanto afán que tenía que sujetarme como un libertino en un internado de señoritas».

Y en ocasiones, el símil resulta enigmático: «el periodismo de València era un rumor de mar, un producto de las élites de Nueva Caledonia». Con su tendencia a la concisión aforística, observa: «El periodismo trabaja con pescado fresco; la historia, con cecinas y mojamas».

Un autorretrato profesional: «(soy)un periodista de la fiel infantería, periférico, de empeños literarios, bilingüe, socialdemócrata y libertario y practicante del humor». Sobre la corrección política: «Esta nueva religión («ni una mala palabra, ni una buena acción», reza su primer mandamiento) tiene cierto aire monomaníaco y sectorial (o sectario) -animalistas, feministas, veganos y abstemios-, ejemplar y moralizante. Se caracteriza por la sobreactuación y necesita autos de fe que apuntalen su vocación misional, incluida la redención de las prostitutas. Incluso de aquellas que no desean ser redimidas».

Sobre su experiencia militante como joven trotskista: «Estaba tan indefenso ante el rigor de los sectarios que ni era consciente de mis verdaderas prioridades: aprender, reír, follar y escribir. Por ese orden». Cuenta cómo nació su nombre literario cuando comenzó a trabajar en el periódico Avui: «Entonces me vi, por primera vez en mi vida, firmando como Emili y no como Emilio; no lo pedí, pero no me opuse».

Sobre el gran concepto rector de los años 70: «tampoco tenía aparato teórico para ver que la Revolución es el decantado laico de la esperanza cristiana en la Resurrección».

Su ethos familiar: «no había en mi familia espanto mayor que la posibilidad de no llegar nunca a ser un hombre de provecho, el capítulo más tenebroso de la novela familiar. En esto los pudientes tienen ventaja: se echan a perder con más alegría».

Sobre el escritor y sociólogo Josep Vicent Marqués «un hombre imbuido del vicio libresco, y el pathos oratorio, un poco a la manera de Cohn-Bendit, pero en más inteligente -con la inteligencia de los irónicos- y con mucho menos sentido de la autoconservación».

Sobre Francisco Umbral: «el estruendoso silencio de su posteridad, roto por algún piadoso deudo reconocido (es mi caso), es algo más que el decaimiento de una reputación cuando no está el propio interesado para reanimarla -tenía talento para la autopromoción pero no tanto como Cela». Efectúa una definición del humor sabiendo de lo que habla: «es un alimento celeste en los días muy infectados de realidad, un compañero fiable que nada pide excepto que estés disponible, con cierto abandono y una piel no demasiado fina».

Sobre la metafísica valenciana: «creo que la peculiaridad valenciana es la afirmación de los pequeños placeres. Que no hay un drama en el mundo que merezca la pérdida de apetito y que, si una batalla se presenta en horario de almuerzo o cena, pues se pone más artillería y se aplaza la batalla». Reproduce la definición que le escuchó a un irritante profesor titular de teoría literaria: «el periodismo es una mar de conocimientos de la extensión del océano y de un centímetro de profundidad. Un comentario impertinente pero no del todo injusto (pensé)». Rememorando los años del apabullante triunfo socialista: «iban, a veces, muy sobrados, aunque profiriesen patochadas de cabo furriel como si se trataran de profundos adagios taoístas».

Sobre el nacionalismo local: «el nacionalismo de Joan Fuster se sacó de la manga un nacionalismo de maestros y gente de pueblo (€) que no logró abducir a los socialistas, pero sí pudo acomodarse muchos años a su riñonada». Sobre la televisión franquista, en comparación con el mal gusto y a sordidez de las programaciones actuales: «uno echa de menos el respeto, casi la unción, con que eran tratados en la tele de blanco y negro y franquista, científicos como Severo Ochoa (aunque fuera republicano), Josep Pla (aunque hablara raro) o el ilimitado Borges». Y más tarde observa: «antes en un debate ponían cinco personas inteligentes y de opiniones distintas y a un cretino, para espolearlos. La inteligencia y la bondad son un poco vagas; la idiotez es muy diligente. Ahora la proporción es la contraria».

Sobre los criterios de excelencia de sus columnas periodísticas: «Sé que cuando cuajo alguna columna con la que me siento satisfecho, cabrearé a algún caballero conservador, a una recua de beatas, a media docena de independentistas (feministas y animalistas), a alguien de mi familia en sentido amplio, y, tal vez, a un puñado de personas más valientes y honestas que yo».

Concluye con tono de razonable melancolía: «dicen que cuando alguien hace el balance de su vida profesional, sea la que sea, reconoce implícitamente que su momento pasó. Pues eso. En todo, y después de tantos años, aún no he ido a la Amazonia, ni a Australia, ni a Siberia. Y quiero creer que me esperan».

Y luego un poco más taciturno: «quizá vuelva la sociedad, el sentimiento comunitario y en consecuencia mayores oportunidades tal vez para el buen periodismo, quién sabe. O nos sentaremos a esperar que los bárbaros conviertan la Capilla Sixtina en un lounge».

En el día de hoy, Piera cultiva un pequeño huerto en la villa de Viver.

Compartir el artículo

stats