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«Un arma cargada de futuro»

«Un arma cargada de futuro»

Arte y política conforman un matrimonio de más que difícil convivencia. Sin embargo, no han dejado de mantener estrechísimas relaciones que han oscilado desde la más absoluta complicidad, la más obscena instrumentalización o la persecución más directa. Similares han sido las procelosas connivencias entre arte y poder, una constante intemporal que se repite en infinitas variaciones. Otra bien distinta es la pasión decidida de un coleccionista por conformar un conjunto articulado de obras que giren en torno a un mismo eje vertebrador. Aún así, el caso de Jesús Martínez Guerricabeitia y Carmen García Merchante, no deja de merecer un especial reconocimiento. Definiéndose como un empresario de izquierdas, su elección estuvo marcada -cito literal- por las imágenes, por los contenidos, las ideas políticas. Compromiso ideológico que empezó a tomar cuerpo con piezas de finales de la década de los sesenta -en los años finales de la dictadura franquista- y que se ha mantenido con lógicas y ajustadas variaciones hasta el presente. Desde 1990, las sucesivas bienales que ostentan el mismo nombre, pasaron a ocupar un papel protagonista a la hora de actualizar su visión comprometida con los cambiantes contextos sociales, y de incorporar nuevas obras a sus más que notables fondos. Desde esta perspectiva, se puede intuir el reto que ha supuesto elegir apenas una veintena de piezas.

Seguro que no es casualidad que la más antigua de ellas: «Los Derechos Humanos/La Tortura», de Monjalés, esté fechada en 1968 (la Universitat Politècnica de València sigue celebrando este curso el 50 aniversario de su fundación). Otros artistas históricos en su lucha antifranquista como Rafael Canogar, Equipo Crónica, Equipo Realidad, Juan Genovés o Rafael Armengol, suponen la parte del león de esta contundente muestra que supone un necesario revulsivo para combatir esa visión banal del arte como espectáculo ligado al mercado omnipotente y para tomar conciencia del peligro que encierra el rebrote de las extremas derechas.

Las obras de Anzo, Darío Villalba, Rogelio López Cuenca o Simeón Saiz Ruiz, demuestran que la buena pintura es perfectamente compatible con una posición comprometida y una mirada atenta hacia aquellas problemáticas larvadas o sangrantes. No es baladí que la proverbial sensibilidad de los artistas los lleve a extender su ocupación por la belleza a la preocupación social y la denuncia crítica.

Finalmente, destacar la presencia de sendas obras de Carmen Calvo y Mavi Escamilla. En ambos casos, las protagonistas femeninas y el incisivo tratamiento plástico de sus planteamientos, ponen el dedo en la llaga sobre la desigualdad sufrida por las mujeres. Situación lamentablemente vigente en estos tiempos convulsos, incluso en los países considerados a la vanguardia del progreso y del bienestar.

Una gran oportunidad para aproximarnos a una historia no tan lejana que presenta rebrotes inquietantes en nuestro ahora. También una buena ocasión para apreciar que el arte puede ser una poderosa arma (incruenta) cargada de futuro (Gabriel Celaya escribió y Paco Ibáñez musicó). Vean, lean y escuchen.

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