Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Publicación

El bardo de la democracia

Una biografía de Toni Montesinos se suma a la celebración del bicentenario del nacimiento de Walt Whitman, el poeta que lo cambió todo

El bardo de la democracia

Hay quien ha estudiado la influencia asimismo de la ópera, a la que Whitman era gran aficionado, en los usos de esa voz poemática. Lo cierto es que logra una poesía de aparente espontaneidad y tono autobiográfico, más compleja de lo que pudiera parecer, en la que se erige un personaje de fluida sencillez, ecuménico, cordial: «Canto el yo, una simple persona, un individuo;/ sin embargo, pronuncio la palabra Democrática€», escribe en «Canto el yo», el primer versículo de la serie «Dedicatorias». Dirá también: «Yo canto lo vulgar».

Un libro revolucionario, como hemos dicho, que fue escasamente entendido en su época. Lo tacharon de prosaico y hasta de pornográfico. Es cierto que tuvo un apoyo matizado de Emerson, Thoreau y otras lumbreras del trascendentalismo (muy recomendable el volumen Emerson entre los excéntricos, de Carlos Baker), así como los de los muy perspicaces Stevenson y Oscar Wilde, pero la respuesta general -incluida la académica- fue de rechazo y hostilidad. Whitman, con un muy desarrollado sentido del autobombo y de la autoconfianza, siguió aumentando aquella colección inicial con más poemarios (Hijos de Adán, Cálamo, Redobles de tambor o Recuerdos del presidente Lincoln, entre otros) que fue encajando en las sucesivas ediciones de Hojas de hierba: nueve en total, la última en 1891, un año antes de su muerte. Y al tiempo que hacía de su vida un modelo de sencillez que le emparenta con Thoreau, sin llegar a los radicales experimentos del autor de Walden. A Whitman le gustaba la naturaleza pero amaba mucho más la observación de las muchedumbres, la conversación con los muchachos. Durante la guerra civil estadounidense fue un esforzado enfermero que auxilió y dio consuelo a pie de hospital a cientos de heridos. Entendía el sufrimiento de sus semejantes.

La mejor poesía occidental del siglo XX y de lo que llevamos de centuria resulta difícil de explicar sin la ruptura que supuso Hojas de hierba y sin la poética que Baudelaire dedujo de Poe, de quien por cierto e inexplicablemente nada dice Montesinos en su libro. Poetas mayores como Ruben Darío, Lorca, Neruda, Pessoa, Pound, Eliot, Hart Crane, William Carlos Williams, Wallace Stevens o Ginsberg filtraron en sus versos la influencia de Whitman.

Eduardo Moga, su último traductor al español (una buena manera de celebrar este bicentenario es la lectura de la edición que ha publicado Galaxia Gutenberg de Hojas de hierba), ha visto «el estallido de una personalidad singular» en los 389 poemas de esta obra que es a la vez el canto de una vida, su celebración. Y Alberto Manguel, que tanto sabe de libros, ha planteado una muy sugestiva cuestión al entender así el corpus «whitmaniano»: «una idea de democracia como sociedad de lectores libres».

Compartir el artículo

stats