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La blancura (cegadora) de las sombras

La blancura (cegadora) de las sombras

Dicen que las desgracias nunca vienen solas (como ese cartero ominoso que siempre llama dos veces). Afortunadamente esa duplicidad no es privativa de lo negativo. Hay ocasiones en que tenemos la gran suerte de disfrutar por partida doble de algo que nos atrae especialmente. Al menos durante este mes de junio, coinciden en el centro de la ciudad dos exposiciones de Xisco Mensua (Barcelona, 1960). Una rabiosamente presente, en la galería Rosa Santos y otra reflexivamente antológica, en la sala Ferreres-Goerlich del Centre del Carme. Se me permitirá adoptar la figura cinematográfica del flash-back para empezar por el final y terminar recorriendo un tiempo pasado que sigue sorprendentemente joven y vigente.

Este «Álbum de Cronos» (no por casualidad concomitante con álbum de cromos) resume magistralmente algunos rasgos fundacionales de su poética (hacer creativo, que en este caso funde pintura y poesía€ y novela y ensayo, y filosofía y cine y historia€). Rasgos como su fino sentido del humor destilado a lo largo de los años en mágicas gotas de tinta, en finas líneas de grafito. Su obsesión por fijar el tiempo en el espacio plástico del lienzo, del papel, de cuadernos incontables como los segundos de toda una vida. Su interés por la palabra pintada, por la pintura escrita. Su gusto incansable por la serialidad, por la secuencia, por el ritmo ensoñador de la repetición arrulladora y arrolladora. Su pasión impúdicamente manifestada por la lectura que se extiende como una mancha de aceite esencial, como el hipnótico silencio de las ondas circulares que deja una piedra engullida por las aguas mansas de un lago. Su afición de coleccionista que anhela completar una colección para iniciar de inmediato otra, aunque sabe bien que coleccionar no tiene otro final que la propia muerte.

Una cincuentena de óleos sobre lienzo, todos de la misma medida, reproducen los títulos elegidos de su biblioteca. Sabiamente agrupados en consonancia con el espacio expositivo, con el contenido de los títulos, con las afinidades electivas y subjetivas. Es una auténtica delicia saborear la lectura que nos depara cada paso detenido enfrente de cada cuadro. Y es que no debemos olvidar que estamos viendo pintura, incluso cuando parece una página impresa de esa magnífica elegía que son las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique, y no podemos evitar leer de nuevo, recitar de memoria. En todo caso, estamos viendo ese tipo de pintura que no lo parece, pero sin duda lo es: pintura con todas sus letras. Pintura que integra otras artes y saberes que giran vertiginosas en torno a ese agujero negro que todo lo devora fértilmente. Justo al contrario de ese tiempo inexorable que no existe pero todo lo consume. Una delicia para leer (beber) a pequeños sorbos de materia pictórica.

La Sala Ferreres-Goerlich luce con esa blancura que ocasionalmente añoramos. Blancura felizmente recuperada por Xisco Mensua para esta impresionante (en una sola palabra) retrospectiva que recoge cerca de seiscientas piezas y más de cuarenta años de trayectoria artística. Plato fuerte de la presente en edición del programa Trajectòries impulsado por el Consorci de Museus para reconocer y poner en valor figuras destacables de nuestra C. Valenciana y para ampliar el conocimiento del público en general sobre el panorama del arte contemporáneo realizado en València, Alacant y Castelló.

Precisamente esa blancura envolvente (ligada a la blancura del papel) me ha sugerido el poder revelador del trabajo plástico de este singular creador. Hace poco más de dos años, X. Mensua presentaba una cuidadísima y personal retrospectiva en la sala Martínez Guerricabeitia de La Nau. Sin embargo, es de justicia reconocer que el tamaño sí importa y que la cantidad es un magnífico amplificador cuando la calidad tiene tal intensidad que no pierde potencia expresiva.

El elocuente título de la muestra: «15600 días», remite de un modo análogo a la importancia de la cantidad expresada por un número acompañado de una palabra de clara vocación temporal. Un día, el día a día, la cotidianidad de una vida dedicada a la pintura, a la reflexión, a la acción, a la verdad incontestable de lo hecho, a la ficción envidiable de lo dicho. 600 piezas que animan y se agrupan en 80 obras desplegadas y dispuestas en el espacio mediante diversas estrategias indisociablemente ligadas a su concepción de ese binomio pintura/lectura. La repetición y la serialidad se muestran a lo largo y ancho de todas y cada una de las salas laterales, de la gran nave central, del majestuoso espacio cuadrangular que recibe generosamente al espectador felizmente condenado a la condición de paseante ocasional -de flâneur benjaminiano- que deambula por la memoria vivida, y vividamente presentada en esta ocasión excepcional. Esa luz blancuzca que lo tamiza todo con la belleza de un paisaje donde reina la neblina, nos permite apreciar con claridad las diferencias que anidan entre las ramas de la repetición inquieta de aquello que crece en el tiempo de la experiencia.

No cabe duda que el recurso constante a la secuencia bebe en las fuentes animadas de la cinematografía en tanto que disciplina ligada al tiempo cronológico. Muchas veces he señalado que frente a la hegemonía generaliza del hacer desde el decir, la especificidad propia de las artes plásticas se basa justo en lo contrario: en decir desde el hacer. Desde esta perspectiva, la repetición secuencial de imágenes en torno a una constante, se manifiesta tan prolija como ese héroe de las mil caras (Joseph Campbell) alcanzando una dimensión ritual y simbólica que traslada lo particular y cotidiano a la categoría a de universal y mítico. El sueño, la muerte, la infancia, el pasado, son otros tantos arquetipos que subyacen bajo la familiaridad compartida de la vivencia hogareña, bajo la impronta ocasional del personaje conocido o reconocido.

No hay una ordenación cronológica, entre otras cosas, por innecesaria, dada la cosmogonía precisa e impecable de este constructor de diminutas (por comparación) constelaciones cargadas de energía y capacidad evocadora. Dibujos, pinturas, cuadernos, fotografías y hasta algún vídeo, se prodigan en ese juego de luces y sombras en el que se deslizan absortos nuestros pensamientos. Imposible resumir en unas líneas lo sustancial de lo visto, nada es anecdótico, todo es medular. Destacaría una pintura especialmente enigmática e inquietante «Colegio de pago» y la evocadora serie de sombras -cuadros realizados ex-profeso para la ocasión- situados estratégicamente para dialogar desde puntos concretos con el tiempo incompleto de una historia con mucho futuro por delante.

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