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Protector Social Factor 50

El Ángel de la Guarda existe -como existe el Demonio-, y para comprobarlo basta con mirar a nuestro alrededor, con ver las noticias de la tele o escuchar la radio, con pensar un poco acerca de nuestra propia vida.

No me explico cómo respira aún la mayor parte de mi generación, si no es por la guarda y custodia de nuestros ángeles privados. Lo digo porque no hemos llevado cinturón jamás en aquellos coches de nuestros padres: el Seat 600, el Seat 1500, el Renault 6, el Renault 8, el Renault 10. (Entonces muy pocos coches populares tenían nombre, se conocían por un número, que les otorgaba su debida condición de máquina familiar.)

En nuestra infancia tocábamos las bolas megatóxicas de mercurio, cuando se rompían los termómetros. Respirábamos el humo del tabaco de toda la población, en nuestras casas, en los ascensores, en los bares, en los hospitales, en los coches, en las aulas del colegio y la Universidad. (En los 80, en las aulas de la Facultad de Filología de la Universidad de València, había más de cien alumnos fumando durante las clases; al final de la mañana, con la densa humareda se podía cuajar un salmorejo venenoso: recuerdo a un compañero asmático que entraba con una máscara antigas, como las que llevaban los soldados británicos, en la batalla de Ypres, para protegerse del gas mostaza.)

En las playas, mis compáis de Quinta y yo nos pasábamos el día torrefactándonos, comíamos en la arena tortilla de patatas y muslos de pollo asado, sobre todo durante las horas menos recomendables para exponerse a los Cien Mil Hijos San Sol, y no sólo no usábamos filtros solares, sino que nos untábamos con aceite de oliva, o con una manteca de cerdo que se llamaba -en virtud de una predisposición empresarial de la época hacia las paradojas verbales- crema La vaca.

Lo dicho: si aún estamos vivos, es por la intervención protectora de nuestro ángel correspondiente, el personal coaching celestial.

Pensando en aquella infancia y juventud de penurias y peligros infinitos, acabo de sacar al mercado, en colaboración con la farmacéutica Bayer, sita en la ciudad de Leverkusen, mi propia línea de protectores -Marzal Social-, para librar a los ciudadanos globalizados del planeta de las radiaciones generadas por la exposición a la vida diaria. He comprobado en mi laboratorio que el roce entre humanos produce emanaciones ultravioleta, que causan el envejecimiento, el aburrimiento y el entontecimiento de la gente.

Ejemplifiquemos. Para la exposición a las cenas y comidas familiares, con el concurso de cuñados, suegros y sobrinos, conviene usar, como poco, el Protector Social Factor 15. No recomiendo menos del Factor 30, para, por ejemplo, reuniones de comunidades de vecinos. El Factor 50 se hace imprescindible para el trato con independentistas, ultraderechistas, con poetas vanguardistas, con progres cursis, por citar sólo algunas especies de putrefactos. Y, por favor, a los niños, barnícenlos por las mañanas con el Factor Total, mientras rezan en voz alta la más eficaz de las oraciones: Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día.

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