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Viñetas raras

A golpe de jazz

Quizás en otras artes no sea tan habitual, pero el cómic es espacio fértil para la colaboración fecunda y estable entre creadores

A golpe de jazz

Quizás en otras artes no sea tan habitual, pero el cómic es espacio fértil para la colaboración fecunda y estable entre creadores. Esa que se entabla entre dos autores, casi siempre guionista y dibujante, que se conocen perfectamente y saben cómo exprimir al máximo las capacidades mutuas. Son esos casos en los que los nombres se unen y se hacen indisolubles: difícil es pensar en Muñoz sin Sampayo, o en Goscinny sin Uderzo, en un «monta tanto, tanto monta» idealizado donde la labor de cada uno se entremezcla sin una línea divisoria clara, sin límites, para dar lugar a una comunión creadora única. Uno de los mejores ejemplos de esa larga historia de uniones de hecho creativas fue la de los argentinos Carlos Trillo y Horacio Altuna. Por estos lares los descubrimos en las revistas de Toutain, en 1984 y Comix Internacional. En la mítica y popular revista de ciencia ficción publicaron una obra maestra del género, El último recreo, peculiar reescritura del clásico de William Golding en términos modernos, donde la pareja mostraba una perfecta compenetración que venía de lejos: ya en 1975, en su Argentina natal, comenzaron a colaborar para la tira El loco Chávez que se publicaba en el diario Clarín.

Inicialmente pensada como una clásica tira de aventuras protagonizada por un periodista, pronto derivó a un humor de lo cotidiano que, en plena dictadura, se convirtió en un referente popular que tuvo que lidiar continuamente con la persecución de la censura. «El Loco» se convirtió en un icono popular que llegó a tener una efímera serie de televisión, cerrada por los militares porque el protagonista era «un mal argentino que no le hacía caso a los jefes»€ Pero no eran las únicas series del tándem: revistas como Fierro o Superhumor publicaron otras creaciones suyas como la deliciosa y surrealista Las puertitas del Sr. López, la parodia de género negro Merdichesky o Charlie Moon, todas recuperadas a partir de los 80 en España en las revistas de cómics para adultos que poblaban los kioscos de la época. Precisamente la última fue la elegida por Toutain para Comix Internacional, un magazine de ambición autoral y elitista para el que editor reservaba las mejores series y autores: junto a Richard Corben, Enki Bilal, Will Eisner, Carlos Giménez o Howard Chaykin, era lógico dejar espacio a esa serie de apenas cinco episodios donde Trillo confeccionó un guion perfecto para Altuna. Aprovechó la pasión del dibujante por la cultura americana, del cine al jazz, para crear el perfecto escenario para que Altuna desplegara lo mejor de su talento: la América de la depresión sería la protagonista en segundo plano de unos relatos de crecimiento, de ritos de paso obligados por las dificultades para un joven adolescente, que vería en cada historia como la realidad machaca con insistencia los mitos juveniles. El sexo, el trabajo, la violencia, los ídolos... el joven Charlie sería testigo silencioso de la realidad circundante, dejando atrás la infancia para entrar en la madurez a golpe de pérdida de las ilusiones.

Historias prácticamente mudas para que todo el protagonismo se lo lleve la narración gráfica y un dibujo detallado y preciso, documentado hasta la extenuación, que se extiende en amplias viñetas panorámicas que rememoran aquellas primeras películas en cinemascope, que apuestan por el jazz de fondo palpable y audible. Altuna respondió al reto con un despliegue de magisterio narrativo memorable, consiguiendo que sus personajes no necesitaran más que una mirada para contar y transmitir sentimientos. La editorial vasca Astiberri recupera ahora en cuidada edición esta pequeña joya del noveno arte, no la dejen pasar.

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