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Viñetas raras

Krazy

Creo que la pregunta más recurrente que me han hecho en mi vida comiquera es «¿Cuál es tu tebeo favorito?»

Krazy

Creo que la pregunta más recurrente que me han hecho en mi vida comiquera es «¿Cuál es tu tebeo favorito?». Una pregunta que debería obligar a detenernos siempre, a reflexionar y pensar bien, porque esto del gusto es siempre algo voluble y cambiante, sujeto a los devaneos de la coyuntura personal y de, reconozcámoslo, la edad. Pero, en este caso, la respuesta es única desde hace décadas. No hay atisbo de duda, ni una ligera inseguridad, solo dos palabras: Krazy Kat. La obra de George Herriman es uno de esos casos especiales que trasciende por completo las fronteras del cómic para convertirse en una obra maestra del arte. Sus inicios fueron casi casuales: Herriman había comenzado para el diario The New York Journal una serie humorística en 1910, The Dingbat Family, que el 26 de julio de ese mismo año tuvo unos invitados casuales: un gato y ratón. Sin nombre todavía, las andanzas de estos dos eran un catálogo de tropelías del ratón hacia el gato o gata, que nunca tuvo claro su sexo, pero sí pronto un nombre: Krazy Kat. Durante un par de años, los personajes llegaron a tener su propio espacio en el pie de la tira, pero sería en 1913 cuando los personajes se independizarían en su propia serie. El gato o gata Krazy, el ratón Ignatz y el perro Offissa Pupp conformarían un triángulo de libertad absoluta inédito en la historia del cómic, con una premisa argumental tan simple como eterna: Krazy siente un amor incendiario por Ignatz, que responde a sus deseos a golpe de ladrillazo, lo que le lleva sistemáticamente a ser encarcelado por Pupp, platónicamente enamorado de Krazy. Una trinidad de amores no correspondidos que Herriman transformó en un laboratorio de experimentación artística extrema en el que no había lugar para el descanso ni la concesión. La ambigüedad sexual de su protagonista ya marcaba una diferencia fundamental: en la serie se hablaba tanto de «él» como de «ella» y el autor se negó siempre a definir su género, lo que traducía el triángulo de personajes en un auténtico revulsivo moral y social, en el que se plasmarían desde reivindicaciones de género a raciales (Herriman era criollo, pero tuvo que ocultarlo para trabajar). Pero si argumentalmente era novedosa, formalmente fue un rabioso hervidero de ideas y vanguardia: Krazy Kat fue surrealismo avant la lettre, en el que los espacios toman protagonismo y se convierten en entes vivos y en perpetuo cambio; la composición de la página abandona la secuencia tradicional para crear auténticas obras de arte que logran ya desde la primera visión un choque estético; la cuarta pared se rompe y los tres protagonistas son conscientes de ser parte de una historieta, investigando posibilidades nuevas e infinitas del lenguaje del cómic. No es extraño que la serie fuera seguida y reverenciada por intelectuales y artistas, del poeta E. E. Cummings a Picasso. La serie prosiguió hasta 1944 sin perder un ápice de fuerza y rebeldía, mantenida por el magnate William Randolph Hearst, que adoraba la serie pese a la incomprensión del público de la época. La editorial Taschen publica un exquisito recopilatorio de las planchas dominicales a color en una lujosa edición a tamaño gigante, similar al original de los tabloides americanos donde se publicaba. En inglés, eso sí, aunque eso supone poco problema, no se asusten: Krazy Kat es pura poesía fonética, su traducción es totalmente imposible porque Herriman transformó su idioma en un nuevo lenguaje que acompaña en su melodía a la plástica visual de la serie, componiendo un ejercicio único de sinestesia del que siempre es posible disfrutar. Una obra maestra absoluta del arte de todos los tiempos.

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