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Vigilados

Antonio Enríquez Gómez, un converso que escribe bajo seudónimo, hacía un relato implacable de la sociedad española del siglo XVII en su obra El siglo pitagórico y vida de don Gregorio Guadaña. Se lo sintetizo extractando solo un par de párrafos: «¿Qué fin puede aguardar un reino que premia malsines (delatores), alimenta cuadrillas de ladrones, destierra vasallos, deshonra linajes, ensalza libelos, multiplica ministros, destruye el comercio, ataja la población, roba pueblos, confisca bienes, hace juicios secretos, no oye a las partes, calla los testigos, vende noblezas, condena nobles y arruina el derecho de las gentes? € Pregunto: los que juzgaron secretamente y condenaron públicamente, mezclando entre la santidad fingida el odio, el interés y la iniquidad, ¿cómo serán juzgados en el Tribunal supremo?»

Así de siniestra era la vida bajo la Inquisición. Todo aquello fue como un mal sueño, pero afortunadamente ya pasó. La cultura española actual es una cultura europeísta, democrática y moderna. Por ejemplo, analicemos algunas afirmaciones de nuestro clásico: es evidente que ni el estado ni las comunidades autónomas «multiplican ministros» o «alimentan cuadrillas de ladrones»; todo eso de la proliferación de cargos resultante de los pluripartitos que han surgido como hongos un poco por todas partes debe de ser mentira, lo han tenido que soñar, seguro. También han soñado lo del Gürtel madrileño y valenciano, lo de los PER andaluces, lo del 3% catalán. Y, en fin, lo de destruir el comercio, diezmar la población y pasarse por el forro el derecho de gentes, ¿no me dirán que también es cierto, verdad? Es que, puestos a lanzar infundios, alguno incluso se atreverá a decir que se ensalzan libelos (ahora se llama manipulación mediática). Puras calumnias, obviamente. Pasando a las preguntas que formula, no acabo de entender eso de juzgar secretamente y condenar públicamente, ni lo de callar a los testigos. ¿Cómo es posible? Aquí todo se hace con luz y taquígrafos. A no ser que el clásico se refiriera a algo parecido a las redes sociales hodiernas. Desde luego, como te cuelguen un sambenito en twitter y se haga viral, que no te pase nada. Por ejemplo, un mal día aparecen unas cuantas denuncias (casi todas anónimas) sosteniendo que un famoso cantante de ópera era un acosador. Leña al mono: a partir de ese momento le cancelan contratos y lo miramos con reticencia. En Valencia, la ciudad en la que desarrolla parte de su labor, hubo un ilustre lletraferit que padeció todas las insidias que está padeciendo nuestro tenor y que se libró de la hoguera de milagro, aunque no pudo impedir que quemaran a sus padres. ¿Les suena?: se llamaba Lluis Vives y tiene una estatua en el patio central del edificio histórico de la Universitat de València, aparte de una calle que lleva su nombre. La fama de este converso en su ciudad natal fue póstuma. Me temo que en València esto suele suceder, aunque no te haya perseguido la Inquisición. Ahora mismo hay en la Fundación Bancaja una excelente exposición de Jorge Ballester, del equipo Realidad, un pintor al que nadie hizo caso en su tierra porque transmitía un mensaje incómodo. Al uno lo han frito a tuits y al otro le negaron el pan y la sal. Como los jóvenes ya no estudian ni historia ni literatura, todo esto les debe sonar a cuento chino. Pero miren, uno de los aspectos más siniestros de los regímenes totalitarios del siglo pasado era, junto a una corrupción sistémica, que la paz (¿) social se basaba en la delación y en el silenciamiento del diferente. Por ejemplo, el niño Pávlik Morózov se hizo famoso en la URSS por haber denunciado a su padre como «enemigo del pueblo». En la Alemania nazi se registran casos parecidos. En esto estamos aquí y ahora, mientras seguimos creyendo que el nuestro es el mejor de los mundos. No me busquen en las redes sociales: si algún lector quiere ponerse en contacto conmigo, que me mande una carta al periódico. Manuscrita, a ser posible. Gracias.

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