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Arrímate a los buenos

A comienzos de año, Levante EMV sacó a la luz el caso de Rosario, una mujer que vivía en un trastero de cinco metros cuadrados con su hijo dependiente y que iba a ser desahuciada de tan precario alojamiento. Este verano, nuestro periódico informaba de otro desahucio en un edificio de la calle Aben Al-Abbar: el propietario del inmueble se lo había vendido a un fondo buitre y este echaba a la calle a todos los inquilinos mientras los turistas de fin de semana empezaban a pulular por la escalera. Mes y medio más tarde, daba cuenta de un desalojo en Orriols, el de una familia con dos niñas pequeñas. La semana pasada saltó a los medios la noticia de otro edificio amenazado. Es un goteo que no cesa. València empieza a parecerse peligrosamente a El Cairo, la urbe africana que alberga la ciudad de los muertos -un cementerio en el que duerme la gente pobre- y donde lo de vivir en trasteros es lo más habitual, según se describe en la célebre novela El edificio Yacobián. ¿Pero qué demonios está pasando aquí? ¿Es que nos estamos convirtiendo en una ciudad tercermundista? ¿O acaso retrocedemos hasta épocas que creímos superadas, hasta el sórdido Londres de Dickens o hasta el Madrid galdosiano? Hubo un momento, allá por los años cuarenta, en el que las destrucciones provocadas por los bombardeos de la guerra civil originaron una gran escasez de vivienda y la gente sobrevivía echando mano del realquiler: sin embargo, fue algo ocasional y contingente, modernamente no ha vuelto a pasar€ hasta ahora.

Los datos anteriores se contradicen con el fenómeno de la okupación, que de tan habitual, ya tan apenas sale en los medios. Resulta que en España la okupación de una vivienda ajena no es fácil que constituya delito. Si el propietario no la denuncia en un plazo de cuarenta y ocho horas, no hay nada que hacer. Y eso que la ley fue mejorada este verano, antes era mucho peor. Bueno, ¿me pueden explicar en qué país vivimos? Es claramente el mundo al revés. Si eres un desgraciado que has pagado religiosamente durante años tu alquiler hasta que no pudiste hacerlo, lo tienes crudo. Pero si eres un jeta al que le mola vivir del cuento y beneficiarse de las lagunas de la ley, no hay problema. A veces hay un poco de justicia poética: según informaba Levante-EMV, ¡una anciana desahuciada de su vivienda en Campanar antes de Navidad ha vuelto a habitar su casa en calidad de okupa! Pero lo normal, desde luego, es que los desahucios no se resuelvan en okupaciones.

Estamos inmersos en una peligrosa inversión moral, la cual ha alcanzado a los políticos, que se limitan a mirar para otro lado. En todas partes cuecen habas, pero lo de España no lo he visto en ningún otro sitio. Algo tiene nuestra cultura española de extravagante y sórdido que la vuelve tremendamente antipática. Tal vez consista en que nos arrimamos a bondades equivocadas, nos repugna la miseria real y nos mola la impostada. Les recuerdo el último capítulo del Lazarillo de Tormes, cuando el protagonista consiente en servir de tapadera al arcipreste de San Salvador, quien lo casa con su criada. Las reflexiones del amo no tienen desperdicio: «Quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará; digo esto porque no me maravillaría € viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir della € Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca: digo a tu provecho». A lo que el criado contesta: «-Señor, yo determiné de arrimarme a los buenos. Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo deso, y aun por más de tres veces me han certificado que antes que conmigo casase había parido tres veces». Seguimos igual. Lo que caracteriza a la cultura española actual es su tremenda frivolidad. La gente adora a falsos ídolos y resulta imposible separar el grano de la paja. Dentro de poco habrá que votar y, a juzgar por lo que se oye en los mítines, los futuros responsables de la cultura tampoco parecen tenerlo demasiado claro. ¡Arrímense a los buenos de verdad, por favor!

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