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Viñetas

Viajes de ida, viajes sin vuelta

El cuaderno de viaje forma parte del ADN del cómic

Viajes de ida, viajes sin vuelta

El cuaderno de viaje forma parte del ADN del cómic. Quizás por esa pulsión irrefrenable que lleva al artista a dibujar continuamente lo que ve, a interpretar el mundo a través de sus lápices, sustituyendo el álbum fotográfico de recuerdos por un cuaderno de bocetos que deja constancia no solo de lo que vio el artista, sino de cómo lo vivió y lo que sintió. El viaje entró con fuerza en el cómic como un acompañante ilustrado, a través precisamente de la edición de estos «carnets de voyages» tan queridos, por ejemplo, por nuestros vecinos franceses, pero pronto evolucionó y las ilustraciones aisladas fueron creando esa solidaridad icónica que las lleva a contar historias. Fueron creciendo como relato de viajes y, también, como testimonio de otros lugares, de otros pensamientos. Pero, en manos de David B., un relato de viajes puede ser todavía más: las calles inexploradas no son solo caminos por recorrer, son historias por descubrir que necesitan ser contadas. El francés se convierte en El diario de Italia (Editorial Impedimenta) en una nueva Sherezade que cambia cada noche por un nuevo rincón de Venecia, Bolonia, Hong Kong, Tokyo u Osaka, refugios de cuentos por contar, de leyendas por crearse. Un gato que pasa por la calle puede ser el heraldo de imperios subterráneos con dantescos círculos descendentes hacia ignotos seres de milenario misterio. Si el Gog de Papini usaba su infinita fortuna para transmutar lo cotidiano en una nueva estantería de historias de la Biblioteca de Babel, el dibujante de la magistral Epiléptico aprovecha el arte del cómic para extraer de los lugares dibujados simbologías perdidas y ocultas que nacen y crecen ante los ojos del lector. Fantasmas y yokais que se mezclan con mafiosos y seres ultraterrenos en un libro de relatos absolutamente magnético, de disfrute continuo.

Pero los viajes, a veces, no son exploraciones voluntarias, sino imposiciones en busca de una oportunidad para la supervivencia. Viajes que se saben sin retorno como el de la emigración, que mantienen la esperanza de una vuelta como motivación para seguir cada día. Martín López Lam, peruano afincado en València desde hace años e incombustible promotor de nuevas iniciativas como el excepcional Tenderete (el mejor festival de autoedición y fanzines del mundo mundial, si se me permite) y editoriales de riesgo extremo como Ediciones Valientes, es también autor que traslada a sus obras ese espíritu de experimentación y temeridad de visceralidad sin red, con obras tan destacables como Sirio o El título no corresponde. Con Las edades de la rata, flamante ganadora del premio FNAC-Salamandra de novela gráfica, se adentra en el mundo de la emigración desde una perspectiva tan poliédrica como rica: por un lado, el de los descendientes de chinos y japoneses emigrados a Perú durante el siglo XIX y principios del XX; por otra, el de la emigración actual que dejó su país para buscar oportunidades en Europa. Manuela e Isidoro son protagonistas de una historia que transcurre por diferentes épocas y geografías, pero que encontrarán conexiones paradójicas escondidas tras una historia de fantasmas o un partido de fútbol, pero que, sobre todo, marcarán paralelismos que están por encima del tiempo y del espacio, en esa repetición eterna a la que la humanidad está condenada llamada historia. Una realidad compleja que no busca razones ni explicaciones, porque la vida, simplemente, no las acepta. Y permítanme un bonus final: ¡Socorro!, de Roberta Vázquez (Apa Apa Cómics), un viaje, también, a una versión lisérgica de los fruitis que presenta un reflejo deformado de la realidad paradójicamente próximo y reconocible. No se lo pierdan.

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