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Anatomía de un golpe de Estado

Anatomía de un golpe de Estado

El premio Nobel Mario Vargas Llosa, peruano-español nacido en Arequipa en 1936, es un perfecto conocedor de las complejidades que han originado muchas de las dictaduras militares que anidaron y anidan a lo largo y ancho de Latinoamérica. Lo demostró ya en su genial novela La fiesta del chivo (2000), donde retrató el auge y caída del despótico y salvaje régimen (1930 a 1961) del general dominicano Rafael Leónidas Trujillo.

Trujillo, por cierto, fue «gran admirador», desde los años treinta del siglo XX, —explica Matilde Eiroa — del general Franco, con cuyo beneplácito, sus restos mortales fueron a parar a un mausoleo de mármol negro en el cementerio municipal de El Pardo; vecino, pues, de la actual tumba del ex «Caudillo de España por la gracia de Dios», tras la exhumación y traslado de la momia de éste del vecino valle de Cuelgamuros a Mingorrubio en El Pardo. Los dictadores se empeñan en hacer suyo el dicho de que Dios los cría y ellos se juntan. En este, ya mediático lugar, están acompañados por otro memorable excaudillo, el cubano Fulgencio Batista, depuesto por la revolución que encabezara Fidel Castro. En fin€

Tiempos recios, la última novela de Vargas Llosa, tira de los lectores de manera áspera y dinámica al vaivén de personajes y sucesos que se mueven en la pegajosa entraña de la Guerra Fría para componer una ficción histórica cargada de desbordante realismo —a veces incluso extremadamente prolijo—. Se trata de la historia de la conspiración internacional fraguada por la poderosa empresa estadounidense: United Fruit Company para desprestigiar y derribar mediante cruento golpe militar perpetrado en 1952, al gobierno democrático de Guatemala que presidiera primero Juan José Arévalo y luego su exministro de Defensa el general Juan Jacobo Árbenz. Ambos dirigentes en 1944 del movimiento revolucionario que logró desbancar del poder al dictador de turno, el general Jorge Ubico.

El tándem Arévalo-Árbenz se proponía desde una óptica que en ningún caso podría ser calificada de comunista sino más bien de liberal-democrática, sacar a la vieja Guatemala de las leyendas de «la Edad Media» para modernizarla y convertirla en un país provisto de mayor igualdad social y de oportunidades. La palanca para promover el cambio fue la llamada Ley de Reforma Agraria, destinada a conseguir una mejor distribución de la propiedad de la tierra en beneficio de los obreros agrícolas, así como el de mejorar el trabajo de las fincas para obtener mayores rendimientos€

Guatemala, era un país que apenas contaba en el orden geopolítico internacional, pese a disponer de escritores de la talla de Miguel Ángel Asturias, pero en donde se concitaban un par de factores decisivos para que saltara al primer plano de la actualidad económico-política de los años cincuenta del siglo XX: ser el primer productor de «bananos» (bananas en castellano, fruta similar al plátano), y disponer tras la revolución de 1944 de un gobierno democrático capaz de llevar adelante un proyecto modernizador. Pero la producción, distribución y venta de los bananos llevaba años acaparada por la United Fruit Company.

Árbenz y los reformistas del gobierno guatemalteco no pretendían expulsar a la multinacional, sino negociar con ella para que reconociese la existencia de sindicatos y su capacidad para representar a los trabajadores; la posibilidad de fijar salarios mínimos y mejorar sus condiciones de vida. Convocó al dialogo a todos los partidos, a los representantes de la prensa y la radio nacionales y extranjeros, a dirigentes sociales y sindicales e incluso al representante de la United€ Sin embargo persistían serias dificultades; la oposición real de estos últimos que manejaban el mercado bananero, obteniendo fabulosas ganancias sin control alguno. Una situación explosiva. La United€ aliada con los «finqueros» y opositores internos, no tardaron en sugerir el carácter subversivo e incluso comunista de las primeras medidas de la Reforma Agraria (ciertas comunidades indígenas habían ocupado no sin violencia algunas fincas€). «Los diarios y las radios hacían gran escándalo (€) magnificando las ocurrencias y presentándolas como pruebas inequívocas del carácter comunista de aquella ley...». Cabe recordar el paralelismo con lo sucedido en las revueltas campesinas de Andalucía, con ocupación de fincas agrícolas, en la España de los años treinta.

Vargas Llosa nos envuelve en la maraña de sus «históricos» personajes, para explicar como los representantes de la United vieron en las políticas del gobierno guatemalteco, débil y con escasos apoyos internacionales ocasión propicia para desatar su maquinaria de propaganda y convencer a «la opinión pública» estadounidense, sus primeros clientes, de que todo apuntaba a la existencia de una revolución comunista —dirigida desde la Unión Soviética— que Guatemala extendería por toda la América hispana. El enemigo en casa.

Tenemos la invención de una conspiración comunista inexistente; la organización de un golpe de estado, necesario para «salvar el mundo libre...» con supervisión CIA y apoyo de otros dictadores como el Generalísimo Trujillo. Rebelión militar financiada y organizada desde el exterior, encabezada desde dentro por el resentido coronel Castillo Armas, amén de ciertos militares y dirigentes locales, mientras que los Somoza, Pérez Jiménez o Batista aplaudían en la sombra. A todos convenía la desaparición del obstáculo Árbenz y sus reformas en relación con el gran amigo americano.

Atrapan la descripción, muy barojiana, que muestran todo lo de ridículo y criminal que había en el traidor Castillo Armas; el papel de mujeres como María Vilanova (esposa de Árbenz), María Cristina o Marta. Se echa de menos la posible insistencia en los motivos personales que llevaran al brillante pero ingenuo Jacobo Árbenz a enfrentarse solo ante el peligro al mayor imperio comercial y militar del mundo.

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