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Ejercicios de redacción del subalterno Walter

Portada del libro. LEVANTE-EMV

Algunos lugares comunes sobre Robert Walser: escritor suizo (1878-1956), pasó los últimos años de su vida en un sanatorio psiquiátrico; en sus obras maestras -Jacob von Guten, Ejercicios de redacción del alumno Kocher€-, se hace un elogio de la sumisión, la obediencia y esboza una poética del subalterno; tuvo entre sus admiradores, lo más granado de la literatura alemana del siglo XX: -Thomas Mann, Robert Musil, Stefan Zweig€

Los profesores Brotheck y Sorg, expertos en su obra, han confeccionada una selección de sesenta prosas breves y poemas, sobre -o a propósito- de la música, extraída de entre los 300 textos que el autor suizo dedicó a este tema.

Walser nunca se relacionó o tuvo amistad de músicos o compositores; la recopilación tiene pues algo de provocativa excentricidad por parte de los antólogos. Y aunque la música es un tema recurrente en la obra de Walser, su actitud es la de un aficionado, un aficionado ciertamente especial.

El título de la selección está extraído de un pasaje de «Música» (1902), uno de los textos más sugerentes, que concluye de este modo: «Cuando no escucho música, me falta algo, pero cuando la escucho es cuando de verdad me falta algo. Esto es lo mejor que sé decir sobre la música».

Emplea una tenue ironía sobre los ritos sociales de los conciertos y de la industria de la música clásica: «escuché con elegancia por encima de la música, valga la expresión». (Por cierto, utiliza con frecuencia la locución dispensadora «valga la expresión»). O también: «soy tan musical que podría prescindir por completo de escuchar la música».

La música que más aprecia es la escuchada casualmente por algún paseante, cuando oye a través de la ventana abierta de alguna mansión: «A menudo cuando recorro en verano las calles calurosas y resuena el piano en alguna casa desconocida, me detengo creyendo que debería morirme en ese lugar. Me gustaría morir oyendo una pieza musical».

Le fascina especialmente el desvanecimiento de sonidos en la lejanía. Brothek lo compara con Mahler y Schönberg en cuyas obras la no-música, el silencio y las pausas son tan importantes como los sonidos mismos.

Las piezas son muy diferentes. Por ejemplo, «El disparo. Una pantomima», una suerte de pieza teatral protosurrealista.

O el texto «Simón», con un metanarrador al que le complace sabotear el relato: «A la espalda de Simón (nosotros, la narración, vamos a ir siempre detrás de él) cuelga una vieja y fea mandolina», etc.

A los narradores de Walser les gusta mostrarse como personas ordinarias, un poco rústica, aunque el resultado es el contrario: la modesta distinción, la enigmática rareza.

Su estilo emplea procedimientos emparentados con la música: disociación, desarrollo libre de temas, digresiones€ Un maestro en sutilezas. Para Hermann Hesse, su prosa es «refinada música de cámara».

La búsqueda de Walser por una musicalidad distinta que apueste por tonos y sonidos más frescos y sorprendentes, se corresponde con los afanes de algunos compositores de la época, como Debussy, Scriabin, Schönberg.

La fascinación por el acordeón -que debido a su fuelle parece disponer de una aliento infinito- se convierte en un instrumento favorito de Walser. Bajo la denominación coloquial, y al mismo tiempo poética, de «arpa de mano» ese instrumento suele caracterizar en su obra los ambientes oscuros, nocturnos. El acordeón y el organillo se consideraban instrumento «inferiores», subalternos. No tenían cabida en las grandes salas ni se enseñaban a interpretar en los conservatorios. Por su precio módico y una técnica de ejecución de bajos estándares, ambos gozaron a principios del siglo XIX de creciente difusión y se convirtieron en un elemento relevante del universo musical amateur.

Walser ironiza sobre lo sublime convencional pero solo para reparar de inmediato en lo sublime latente en la vida cotidiana, su ámbito más sólido.

El no poder capturar literariamente de manera adecuada las experiencias, constituye el fundamento de la idea de Walser de que la música es una forma privilegiada, que burla las gendarmerías del lenguaje para generar una conmovedora emoción.

Lo inquietante de la obra de Robert Walser es que lleva la ironía muy lejos, demasiado lejos; hasta el punto en el que la complicidad del lector -indispensable para el funcionamiento de este recurso retórico- se torna desorientada, tambaleante; peligrosa incluso.

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