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Borgo Vecchio y la metáfora de Palermo

Dura y desgarradora novela de Giosuè Calaciura sobre el cruel destino de los hijos marginados de una tierra

Borgo Vecchio y la metáfora de Palermo

Borgo Vecchio, con el puerto a escasos pasos, es una metáfora de Palermo: contiene el mismo polvo que caracteriza a la ciudad y sus habitantes, la luz y la oscuridad, el amor y la violencia, la compasión y la crueldad, una mezcla de imágenes poéticas y trágicas, de colores pastel como la pintura desvaída de las fachadas de algunas de sus casas corroidas por el salitre. La novela que le dedica Giosuè Calaciura (1960), uno de los escritores patrimoniales de Sicilia, según decía Andrea Camilleri, cuenta con una trama muy delicada inspirada en la yuxtaposición cruel y poética de olores, sentimientos y personajes opuestos o ambivalentes, a menudo unidos por un vínculo parental cuya cercanía crea fricciones trágicas. Y, a la vez, guiados por la desesperanza.

Entre los destellos que arroja Los niños del Borgo Vecchio, que acaba de publicar Periférica, está la amistad entre Mimmo y Cristofaro, que cada noche después del atardecer sufre las palizas de un padre borracho. Se encuentra Nanà, el caballo comprado por Giovanni con la ilusión de ganar todas las carreras clandestinas en el circuito del mar. Por la noche, en medio de la oscuridad, Cristofaro y Mimmo sienten su aliento con la misma cadencia que la resaca marina. Por las páginas de la novela pululan Carmela, la prostituta, y su hija Celeste. Y también está Totò, el ratero que guarda la pistola en su calcetín, más rápido cuando huye con su propio olor, porque como cuenta Calaciura, ni los perros dotados para el rastreo se dan cuenta de que llega. «(...) Se limitaban a levantar el hocico a la brisa de su paso» (pag. 89). Totò es más veloz que el viento.

A medida que avanza el viaje por el Borgo Vecchio se abre un camino de sonidos, dentro del laberinto de callejones y patios, entre potenciales asesinos y viejas canciones que aguardan su oportunidad de desahogarse en la violencia. La historia vuela como un cuento de hadas, con descripciones extraordinarias, particularmente hacia la mitad de la lectura, cuando la ira de Dios desencadena un diluvio. La prosa de Calaciura, como una caja china, describe hechos y personas, que inexorablemente se abren y proyectan sobre otros hechos y otras personas. Aunque poético, la sequedad del estilo esculpe a los personajes, sin dejar lugar a posibles ambigüedades psicológicas; son lo que son, hijos de una tierra que, con sus terribles leyes, se coloca fuera de la sociedad. Incluso el párroco parece tomar caminos diferentes a los que marcan los dictados de la Iglesia; porque si quieres vivir en un lugar así tienes que llegar a un acuerdo también con tu propia moralidad.

Los personajes de Los niños del Borgo Vecchio, desgarrados y a veces violentos, obedecen leyes que tal vez no habrían seguido si el destino no se hubiera comportado tan mal con ellos. Totò, el ladrón, es hijo de un ladrón, ¿qué podría esperar de la vida? Es la miseria económica y moral que sacude al Sur, cualquier sur de la Europa meridional: esa irrealidad siciliana, siempre a caballo entre el mundo antiguo y la modernidad incomprendida. Se trata de lugares y tiempos que no encuentran síntesis o equilibrio para garantizar la mínima armonía de los que los habitan.

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