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Parafilias narrativas

Texto para el lector inapetente o notoriamente distraído o para apesadumbrados fantasmas de nadas conjeturales

Parafilias narrativas

Las grandes editoriales generan el canon temático y moral del lector medio; lo conforman y adiestran. En torno a estas imponentes factorías de libros han aparecido en las últimas décadas, pequeñas, exquisitas editoriales que en términos temáticos y morales se alejan de esa concepción canónica de la literatura -sobre todo en su género hegemónico: la novela-; y proponen modelos minoritarios o diversas modalidades de parafilias narrativas -es decir, metaliteratura, promiscua mezcla de ensayo y novela, gusto inmoderado por la digresión, empleo masivo de formas retóricas (como la ironía) que exigen un alto grado de complicidad lectora€Quizá el más cualificado apóstol de este anti-canon sea el escritor Enrique Vila-Matas.

Pues bien, la editorial Minúscula y el escritor Gonzalo Maier son un buen ejemplo de lo que decimos.

Gonzalo Maier (Talcahuano, 1981) escritor y profesor de literatura. Alguien (evitemos una sinécdoque expansiva: la crítica) ha dicho de él que es «el secreto mejor guardado de la literatura chilena reciente». Se doctoró en una universidad de los Países Bajos, con una tesis sobre la ironía, asunto no alejado de sus intereses estilísticos.

Maier dispone de una columna quincenal en un diario chileno; no tiene problemas en reconocer que la vida actual no le interesa nada, por lo que en sus columnas acaba escribiendo sobre sus plantas o sobre su gato cuando atrapa algún lepidóptero.

Ha publicado Leyendo a Vila-Mata (2011), novela sobre un escritor frustrado que prepara un libro sobre Enrique Vila-Matas; Material rodante (2015), un trabajo que inscribe su nombre en la «familia de finos creadores (€) que han hecho de la metaliteratura un género mayor»; El libro de los bolsillos (2016), un inventario personal «en el que se suceden sorprendentes postales cotidianas dedicadas a celebrar la vida privada de objetos comunes y corrientes que de tan cercanos se confunden con la propia biografía».

Hay un mundo en otra parte (2018) hace de la digresión un arte nuevo. Son ocho textos que giran en torno a «la sensación de que el jardín del vecino siempre es más verde, que uno podría estar en otra parte, la ilusión de que existe algo mejor. O, al menos, distinto». Otro comentarista advierte que cuando Maier «cavila en torno a situaciones minúsculas, en torno a objetos comunes y corrientes, en torno a estados de ánimo tan frecuentes como la molicie o la timidez, suele obtener el máximo provecho».

Pero centrémonos en el libro que nos ocupa: Otra novelista rusa (2019). A comienzos de los años 90, un jubilado chileno aterriza en Moscú con un propósito patriótico: derrotar a los mejores ajedrecistas soviéticos. En las ideas y venidas de la habitación del hotel al antiguo parque en el que se dan cita los aficionados más temerarios, el viaje de Emanuel Moraga se revela como una suerte de paseo cómico-onírico por el deprimente paisaje posterior a la Guerra Fría.

A Maier le fascina la gente que es capaz de abstraerse de lo que pasa en el mundo, de las noticias que salen en prensa o televisión; el personaje de Moraga forma parte de ese colectivo: pretende derrotar al comunismo soviético cuando la URSS ya se ha desintegrado y en realidad solo llega a jugar al ajedrez con voluntariosos amateurs en los parques de Moscú. El texto concluye con el apólogo de un albatros extraviado.

Maier emplea locuciones, como «por mientras€», que para el lector español resultan de una excentricidad encantadora. Y dice tener una predilección por los formatos breves; considera que escribir hoy una novela de 500 páginas resulta absolutamente inmoral, por lo que supone de abuso desconsiderado del tiempo y atención del lector; y practica lo que él denomina «militancia de la forma».

En algún momento, Otra novelita rusa hace pensar en un tono chejoviano o gogoliano; incluso en alguna narración de Stefan Zweig. No es así. La parafilia narrativa de Maier viene a ser como un prometedor banquete; en lugar de paladear sabios vinos y manjares memorables, se encandila uno con el botón dorado del chaleco de un camarero o la graciosa mancha en una copa de cristal esmerilado de Bohemia. Texto pues para el lector inapetente o notoriamente distraído, o para apesadumbrados fantasmas de nadas conjeturales, como observa un neoplatónico cubano.

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