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Viernes negro

Es curioso la rapidez con la que cambian las palabras y las expresiones. Hace unos años viernes negro solo podía significar que un determinado viernes había sido o iba a ser nefasto para alguien. En el habla común, los viernes estaban asociados al comienzo del fin de semana y les tocaba el color blanco, el negro era patrimonio de los lunes, por lo que atribuir negritud al viernes representaba toda una declaración pesimista. Ya, ya, ya sé lo que me van a decir: que el de ahora se llama negro (black Friday) porque los inventarios contables de los comercios norteamericanos pasaron bruscamente de los números rojos a los negros cuando decidieron habilitar el viernes siguiente a Thanksgiving para ofrecer grandes descuentos como pórtico de la Navidad. No lo tengo claro. Hay otra versión menos complaciente que afirma que lo negro tiene que ver con la venta de esclavos, los cuales se ofrecían a precios rebajados en ese viernes inmediatamente posterior al día de acción de gracias en el que se reunía la familia y se intercambiaban los esclavos. ¿Qué quieren que les diga? Me parece mucho más verosímil. Al fin y al cabo Thanksgiving también es un cuento edulcorado que intenta encubrir el sistemático genocidio de los pueblos indígenas por parte de los blancos en los EE. UU. Queda bonito eso de que los indios salvaron la vida de los peregrinos del Myflower con la famosa cena de pavo y arándanos, pero no deja de ser un sarcasmo que los descendientes de estos se emplearan a fondo para exterminar a los de aquellos algunos años más tarde.

Sirva lo anterior de preámbulo a lo que de verdad quería tratar en esta columna. La connotación de negro suele ser negativa (tengo un día negro, celebraron una misa negra, trabaja en negro, la oveja negra de la familia€), pues es un color que representa la noche, la maldad y el luto en la cultura occidental desde el siglo XVI, así que no veo motivo para que la expresión viernes negro denote algo positivo. También black, el término inglés que traduce negro, lo conceptuamos negativamente: los Bravos, uno de los primeros grupos españoles de rock, obtuvieron en los sesenta un notable éxito internacional con su canción Black is Black (segundo puesto en la lista de ventas en Gran Bretaña y cuarto en EE. UU.) en la que se decía aquello de «Black is Black / I want my baby back / It's gray, it's gray / Since she went away», estrofa que con el precario inglés de los españolitos de la época aún llegábamos a entender. ¿Qué ha pasado para que viernes negro o su equivalente black friday puedan sonarnos a día de disfrute largamente esperado? Sin duda, ha habido un cambio cultural muy importante, el cual asocia el placer al consumo y tan apenas al producto consumido. No son sinónimos, una cosa es consumir y otra lo que se consume. Trasladándolo a la alimentación, todos los pueblos tienen y han tenido la pasión por la comida, pero solo unos pocos por el hecho de comer. La tuvieron los patricios romanos, que se libraban de los alimentos recién ingeridos en el Vomitorium para ponerse otra vez en el triclinio a seguir comiendo (hay una escena impresionante en el Satyricon sobre ello). También la tenemos los occidentales de ahora mismo, con toda esa parafernalia de las estrellas Michelin, de los master chefs y demás.

Pues bien, estas actitudes esconden una grave decadencia cultural porque representan un insulto para todos los que hacen posible nuestro efímero placer, pero no podrían permitírselo. ¿Cuántos esclavos eran necesarios para preparar el banquete de Trimalción? ¿Cuánta pobre gente del tercer mundo no se habrán dejado la vida en fabricar los artículos del Black Friday, a pesar de que esta misma venta masiva, con precios por debajo del coste de fabricación, supone el hundimiento del pequeño comercio y que la lista de los desfavorecidos se va a incrementar geométricamente? Piénsenlo. A lo mejor el viernes negro que acaba de pasar fue realmente un día negro.

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